Jean-Marie Lustiger, el cardenal de la razón y la sabiduría divina - Alfa y Omega

Jean-Marie Lustiger, el cardenal de la razón y la sabiduría divina

Diez años después de la desaparición del cardenal Jean-Marie Lustiger (1926-2007), hay unanimidad en reconocer en que no solo fue uno de los más destacados eclesiásticos del pontificado de san Juan Pablo II, sino también un hombre de referencia en la sociedad y la cultura de la Francia de la segunda mitad del siglo XX

Antonio R. Rubio Plo
Jean María Lustiger, durante la visita a París del entonces Papa Juan Pablo II con ocasión de la JMJ de 1997. Foto: AFP Photo/Pascal Guyot

Jean María Lustiger se definía a sí mismo como «cardenal, judío e hijo de inmigrantes», pues sus padres procedían de Polonia, donde uno de sus abuelos fue rabino. Una de sus luchas fue subrayar que él nunca había dejado de ser judío para hacerse cristiano, cuando fue bautizado en Orleans en 1940, y consiguió ganarse, no sin el empuje de la caridad, la amistad de autoridades religiosas y de políticos de origen judío. Recordemos el caso de Simone Veil, la ministra que puso en marcha la ley del aborto, y a la que Lustiger pidió, pocas semanas antes de su muerte, que hiciera uso de la palabra, en nombre de su condición judía, en su funeral. Un ejemplo al que se podría sumar el canto del kadish, la oración fúnebre judía, antes de que el ataúd entrara en la catedral de Notre Dame por la puerta del Juicio Final.

Hay quien habla del carácter frío y adusto del cardenal pero, en realidad, esta apariencia podría ser propia de quien actúa con la pasión del converso, cuya fuerza radica en haber tenido la posibilidad de elegir su fe. Sin embargo, el hecho de ir al encuentro de personas bien diferentes, en fe o ideología, presupone su afán de cercanía. Lustiger era más un predicador que un escritor. Su obra no se nutre de grandes ensayos teológicos, sino que está enraizada en la liturgia de la Palabra, no limitada por las paredes de una iglesia. Sus homilías y discursos van dirigidos, como las palabras de Jesús, a creyentes y no creyentes. En este sentido, resulta muy enriquecedor el archivo del Instituto Lustiger, con miles de documentos escritos por quien recibiera el don de la palabra para transmitir la Palabra.

Un cardenal en el templo de la razón

Entre otros muchos, me ha llamado la atención el discurso pronunciado por el cardenal ante los alumnos de la Escuela Politécnica de París, el 2 de diciembre de 1982, un centro de formación de ingenieros del que han salido personalidades como Gay-Lussac, Sadi-Carnot, Comte, Poincaré, Foch… Para quien conozca la historia de Francia, la Politécnica tiene algo de templo de la razón, un lugar que conserva el legado del siglo de los ingenieros, influenciado por las ideas, a la vez socialistas y tecnocráticas, de Henri de Saint-Simon, el pensador premarxista que derivó las ansias de emancipación hacia una doctrina de organización capaz de desarrollar un poder controlador de la sociedad y del Estado. Ante un auditorio, de muy diversas creencias, compareció el cardenal Lustiger para pronunciar una conferencia acerca de cómo se podía creer en Dios en 1982. Pero no era una pregunta dirigida a los futuros ingenieros, sino, tal y como subrayara el ponente, una pregunta para hacerse a uno mismo aun a sabiendas de que haría falta toda una vida para responderla.

El cardenal narró en su intervención, salpicada de anécdotas y reflexiones, que una vez le hizo la pregunta a uno de sus profesores, pero este, muy nervioso, le respondió que nunca le planteara semejante cuestión. El profesor iba a Misa con su mujer todos los domingos, pero, como tantas personas cristianas, había separado su desarrollo intelectual de sus creencias religiosas. Esta separación solo podía explicarse, en opinión de Lustiger, por el hecho de que, al reflexionar sobre este tema, muy probablemente se desembocaría en la increencia o en el rechazo de Dios. El cardenal pensaba que había que desplegar la Razón –a veces la escribía con mayúsculas– en todo su potencial, pero debía complementarse con la sabiduría divina, la fe. En otra ocasión recordaría que el cisma entre la fe y la razón terminó por convertir a la política en una forma elevada de idolatría. Ahora recordaba a sus oyentes que las ideologías de la razón triunfante cometieron el error de impulsar el desarrollo humano en una única dirección. Olvidaron que el hombre es más grande que sus fines y, cuando quisieron apoderarse de la vida social, cayeron en el totalitarismo. Quisieron tomar posesión del universo por entero, pero a la vez adquirieron la capacidad de destruirlo.

Jean Marie Lustiger habló ante su joven auditorio de la tradición bíblica, que algunos podrían considerar como una superstición superada por la razón humana. Leer y meditar la Biblia, desde los primeros pasajes del Génesis, supone admitir que el universo no es Dios y que el hombre no puede apoderarse de una criatura y llamarla Dios. En el fondo, la crisis de la razón en Occidente no deja de ser la crisis de una razón que se ha separado de la revelación. En efecto, el Antiguo Testamento narra que Dios se ha revelado a los hombres, hechos a su imagen y semejanza, y el nuevo, su culminación, es el mensaje de un Dios que se da como Padre si aceptamos ser engendrados como hijos.