Bendecir la mesa abre la puerta a muchas conversaciones - Alfa y Omega

Cuando como fuera de casa con clientes o colegas, suelo bendecir la mesa persignándome. Hay ocasiones en que evangeliza. Conversación acerca de la sociedad y el mercado: «¿Tú qué opinas de esos mensajes que defienden las cosas sencillas, las de sentido común? ¿No te resultan simplistas?». Pregunta trampa.

«El mundo –le digo– debería ser algo más que un territorio de supervivientes». ¿Somos espectadores? El que se cree poderoso impone sus paradigmas y no respeta ninguna otra escala de valores: lo malvado siempre es malvado e inútil. ¿Es admisible porque justifique una ambición? Parecemos dispuestos a aceptar «barbaridades convenientes»: el odio no se llama odio más que cuando lo vemos en los demás; el que está en nosotros lleva 1.000 nombres diferentes. Me mira con interés. Corremos el riesgo de caer en el fatalismo: que el odio, dejado a su inercia, pueda más que la necesidad. «¿Tienes recetas?». «No, solo sé que deberíamos evitar que la frustración se convierta en un personaje».

«¿No está de moda hablar de felicidad, hasta en el trabajo?». Le digo que la mayor parte de lo que leo y escucho tiene más que ver con la ataraxia que con la felicidad. La felicidad es el punto de encuentro entre la verdad, la bondad y la belleza. Toca afrontar de una vez que no todo es relativo, que hay cosas ciertas, especialmente en el mundo del trabajo (¡cada cual conoce bien su sector de actividad y sus reglas del juego!); que hay comportamientos objetivamente buenos (no los confundamos con convenientes); y que todos sabemos que las cosas bien terminadas son más bellas.

Hace años me dijeron que el que de verdad sabe de algo no necesita más que una hoja de papel y cinco minutos. «¿Algo más?». «Sí: reza. Asume tu debilidad y tu cobardía ante las dificultades que te toca afrontar. Asume que las cosas no siempre saldrán como a ti te conviene. Y confía en que Dios se hará cargo de cada detalle y que todo lo bueno que te pase será consecuencia de su Providencia». «Yo lo flipo contigo…». «¡Has empezado tú! Yo solo me había persignado antes de comer para bendecir la mesa…». Sencillo. No simple.