Esos muros colgados al crucifijo - Alfa y Omega

Esos muros colgados al crucifijo: así veían los ojos de la cantautora italiana Gianna Nannini la imagen de tantos crucifijos en las escuelas, en los juzgados, en los hospitales, en los despachos de gobierno… Pero, ¿no es precisamente al revés? ¿No se apoyan los crucifijos en los muros de nuestras escuelas, de nuestros juzgados, de nuestros hospitales…? ¿No somos nosotros los que ofrecemos hospitalidad al crucifijo? Los ojos del artista ven más allá de lo que aparece y llegan a la auténtica realidad. Y es que si la escuela es una verdadera escuela y no un centro de adoctrinamiento, sus muros deben apoyarse en el crucifijo. Pues el crucifijo recuerda a profesores y alumnos que, en el corazón de la realidad, se encierra un misterio, y que ante él deberán medirse. Si nuestros juzgados quieren hacer justicia y dar a cada uno lo suyo, y no servir a intereses espurios, sus muros deberán colgarse del crucifijo; pues el crucifijo es testimonio de una justicia que se abre paso a pesar de toda injusticia. Si nuestros hospitales quieren promover la salud de los pacientes y no ceder a la tentación fáustica de dominar la vida, su ciencia deberá descansar en el crucifijo; pues el crucifijo recuerda a todo médico y enfermera que la vida tiene su origen y destino en Dios, y que lo que al enfermo hacen, a Cristo lo hacen. Si nuestros políticos quieren servir al bien común y no simplemente al interés de un grupo, deberán jurar ante el crucifijo; pues el crucifijo recuerda a los que ejercen el poder que toda autoridad desciende de Dios, y que a Él deberán dar cuenta.

El crucifijo, aun para los no creyentes o los miembros de otras religiones, sigue siendo el pilar sobre el que se han construido nuestra concreta historia y nuestra específica vida social. Es símbolo, en primer lugar, de que la verdad y la justicia no las ha creado el hombre según el oportunismo del momento, sino que se refieren a un orden superior, divino, que nos abraza como hermanos. Y simboliza también el valor de lo humano, de la importancia de defender la dignidad de la persona con la propia vida, del perdón ofrecido y la confianza de que así se puede regenerar a quien ofendió.

¿Cuál sería el espectáculo de unas escuelas sin la enseñanza del crucifijo, de unos juzgados sin referencia al que defendió con su vida la justicia, de unos hospitales sin Buen Samaritano, de unos juramentos sin Dios? El intento tuvo ya su experiencia y degeneró en los totalitarismos que denunciara Hannah Arendt. Para la filósofa alemana, lo que pone en marcha la Historia no es el simple trabajar para resolver necesidades o dominar con la técnica, sino la acción, y entre ellas, aquella que es capaz de perdonar y prometer: sólo así la vida se hace verdaderamente humana. Pues bien: perdón y promesa, reconciliación y fidelidad, están simbolizados en la Cruz.

Los muros de nuestra sociedad europea no se apoyan sólo en nosotros; no somos sólo nosotros quienes sostenemos su peso inmenso. Cuelgan también del crucifijo; en su verdad para el que cree; en su simbolismo para el no cristiano. Ningún sistema se justifica a sí mismo, ninguna sociedad halla en sí su explicación última: se basa siempre en creencias y convicciones que la preceden y fundan. Quita la cruz, y verás cómo los muros comienzan a desplomarse.

José Noriega