Nuestro pasaporte al paraíso - Alfa y Omega

Nuestro pasaporte al paraíso

El primer mensaje que recibe de nosotros el mundo no es lo que decimos, sino lo que hacemos, ha recordado Católicos y Vida Pública

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Foto: CEU

El sentido de la vida no consiste en el cumplimiento de unas reglas, sino en «amar a Dios y al prójimo». Lo recordaba el Papa el domingo durante la celebración de la I Jornada Mundial de los Pobres, en la que resaltó que «son ellos los que nos abren el camino hacia el cielo, son nuestro pasaporte para el paraíso». Frente a la tentación de limitar la caridad al asistencialismo que tranquiliza y adormece las conciencias —o incluso frente al altruismo solidario que se conforma con alcanzar una serie de indicadores de bienestar—, Francisco propuso el ideal de la pobreza evangélica, «porque todos somos mendigos de lo esencial, del amor de Dios, que nos da el sentido de la vida». Según esta visión, «nadie puede creerse tan pobre que no pueda dar algo a los demás». Cada cual tiene mucho que dar y también que recibir, pero eso requiere un estilo de vida sensible a lo que sucede a nuestro alrededor. «El mayor pecado contra los pobres», advierte Francisco, es la «indiferencia», el «mirar hacia otro lado cuando el hermano pasa necesidad». Sea del tipo que sea. Más allá de lanzar un llamamiento a la acción, Francisco subrayó la importancia de «tener una verdadera idea de Dios», alejada de la imagen distorsionada que lo presenta como «un mal amo, duro y severo, que quiere castigarnos», al modo de «un revisor que busca billetes sin timbrar» y está esperando nuestros tropiezos. Así «viviremos con miedo», cuando Dios espera de nosotros que pongamos audazmente en juego nuestros talentos.

Coincidiendo con esta celebración en la basílica de San Pedro, se clausuraba en Madrid un atípico congreso Católicos y Vida Pública. Atípico porque, frente al debate intelectual, han predominado este año «el testimonio y las experiencias de numerosos cristianos que, con su vida, hacen visible la acción social de la Iglesia en el mundo», según lo resumía en la clausura el presidente de la Asociación Católica de Propagandistas, Carlos Romero. La reflexión sigue siendo necesaria. Pero era importante destacar que el primer mensaje que recibe el mundo de la Iglesia no es lo que decimos, sino lo que hacemos. Y que —como recordaba el mensaje del Papa para la jornada del domingo, citando a Santiago— nuestra fe, «si no tiene obras, por sí sola está muerta».