«¡No tengáis miedo a ser santos!» - Alfa y Omega

«¡No tengáis miedo a ser santos!»

La peregrinación del Papa a Santiago de Compostela dejó huellas imborrables en los corazones de los jóvenes. Ante esa inmensa riada juvenil, Juan Pablo II habló de justicia y de paz, de sacudir el torpor del mundo, habló de dolor y de Cruz, del verdadero sentido de la vida. Habló, en fin, de vivir sin miedo a ser santos

Redacción

Recepción en el aeropuerto de Labacolla

«Vengo a Santiago como sucesor de Pedro para alentar a mis hermanos; para avivar las fuerzas de los jóvenes y confortarme con ellos; y para anunciar a Jesucristo como Camino, Verdad y Vida. Para comprometer a todos en la construcción de un mundo donde resplandezca la dignidad de hombre, imagen de Dios, y se promueva la justicia y la paz. Y, siguiendo el testimonio del Apóstol protomártir, Santiago, quiero invitar a los jóvenes a que abran sus corazones al Evangelio de Cristo y sean sus testigos. Y, si fuera necesario, testigos-mártires, a las puertas del tercer milenio».

Juan Pablo II, en el Rito del Peregrino

«Hoy, aquí, ante el Pórtico de la Gloria, esta peregrinación de la IV Jornada Mundial de la Juventud se presenta como un signo claro y elocuente para el mundo. Nuestras voces proclaman unánimemente nuestra fe y nuestra esperanza. Queremos encender una hoguera de amor y de verdad que atraiga la atención del orbe, como antaño las luces misteriosas vistas en este lugar. Queremos sacudir el torpor del mundo, con el grito convencido de miles de jóvenes peregrinos que pregonan a Cristo redentor de todos los hombres, centro de la Historia, esperanza de las gentes y salvador de los pueblos».

Oración de un peregrino ante el Apóstol

«Viene conmigo, Señor Santiago, una inmensa riada juvenil nacida en las fuentes de todos los países de la tierra. Aquí la tienes, unida y remansada en tu presencia, ansiosa de refrescar su fe en el ejemplo vibrante de tu vida. (…) Señor Santiago, necesitamos para nuestra peregrinación de tu ardor y tu intrepidez. Venimos a pedírtelo hasta este finisterrae de tus andanzas apostólicas. Enséñanos, apóstol y amigo del Señor, el Camino que conduce hacia Él. Ábrenos, predicador de las Españas, a la Verdad que aprendiste de labios del Maestro. Danos, testigo del Evangelio, la fuerza de amar siempre la Vida».

El Papa habla a jóvenes enfermos

«En un tiempo en que se oculta la cruz, vosotros, aceptándola, sois testimonios de que Jesucristo quiso abrazarla para nuestra salvación. Yo conozco también -porque lo he probado en mi persona- el sufrimiento que produce la incapacidad física, la debilidad propia de la enfermedad. (…) Pero sé también que ese sufrimiento tiene otra vertiente sublime (…), es purificación para uno mismo y para los demás. (…) Capacita para la santidad (…) y tiene un valor salvífico excepcional. (…) Mirad al Señor, Varón de dolores. Centrad vuestra atención en Jesús que, joven también como vosotros, con su muerte en la cruz, hizo ver al hombre el valor inestimable de la vida, que conlleva necesariamente la aceptación de la voluntad de Dios Padre».

Directo al corazón, en el Monte del Gozo

«Cristo, queridísimos jóvenes, es el único interlocutor competente al que se pueden plantear las preguntas esenciales sobre el valor y sobre el sentido de la vida, (…) también para las preguntas dramáticas que se pueden formular más con gemidos que con palabras. El sentido de la vida, os dirá Él, está en el amor. Sólo quien sabe amar hasta olvidarse de sí mismo para darse al hermano, realiza plenamente la propia vida. (…) ¿Qué significa dar testimonio de Cristo? Significa, sencillamente, vivir según el Evangelio: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente… Amarás a tu prójimo como a ti mismo».

Misa dominical, último acto en Santiago

«Por qué estáis aquí vosotros, jóvenes de los años noventa y del siglo XX? (…) ¿No venís, tal vez, para convenceros de que ser grandes quiere decir servir? Este servicio no es un mero sentimiento humanitario. Ni la comunidad de los discípulos de Cristo es una agencia de voluntariado y de ayuda social. Un servicio de esta índole quedaría reducido al horizonte de espíritu de este mundo. ¡No! Se trata de mucho más. La radicalidad, la calidad y el destino del servicio, al que todos estamos llamados, se encuadra en el misterio de la redención del hombre. (…) Si de veras deseáis servir a vuestros hermanos, dejad que Cristo reine en vuestros corazones. (…) ¡No tengáis miedo a ser santos! Ésta es la libertad con la que Cristo nos ha liberado».