Sebastià Taltavull, obispo electo de Mallorca: «Un obispo ha de contar con todos y dejarse ayudar» - Alfa y Omega

Sebastià Taltavull, obispo electo de Mallorca: «Un obispo ha de contar con todos y dejarse ayudar»

Sebastià Taltavull (Menorca, 1948) toma posesión este sábado como nuevo obispo de Mallorca después de ocho años y medio de servicio como auxiliar en Barcelona, donde ha dejado un gran recuerdo. El propio cardenal Omella le ha agradecido su valiosa ayuda durante su etapa en Barcelona. Sencillo, cercano, llega a la diócesis insultar con la intención de ir a lo esencial del Evangelio

Fran Otero
Foto: Arzobispado de Barcelona

Ya fue administrador apostólico de Mallorca ¿Es una ventaja?
Claro que es una ventaja, todo conocimiento ayuda mucho, más si proviene del trato frecuente con las personas y si este trato, para muchas de ellas, es de hace tiempo por haber estudiado o trabajado juntos.

¿Cómo es su relación con la gente de Mallorca?
He percibido siempre una gran acogida por parte de todos. Ha habido muchas oportunidades para vivir la cultura del encuentro, como nos pide el Papa Francisco.

¿Cambia mucho pasar de auxiliar a obispo titular?
Me imagino que bastante. Ya lo he vivido un poco a lo largo de este año, aunque con las intermitencias de los desplazamientos. De hecho, creo que cambia por la responsabilidad, por estar en otro sitio y dedicarte totalmente a él, por las nuevas personas, comunidades y ambientes con los que entras en contacto.

Es una diócesis insular.¿Qué características tiene y cómo afronta esto un obispo?
La insularidad infunde un carácter especial que para unos les influye como tendencia al aislamiento, en cambio para otros es una ocasión de apertura. Amar y defender lo propio y estar abiertos a lo global, ya que la interdependencia es muy grande.

¿Tiene algún programa de gobierno?
Más que de programa de gobierno, yo hablaría de propuesta evangélica o pastoral. Con una oreja puesta en la Palabra de Dios y la otra escuchando a la gente, compartiendo con ella anhelos y esperanzas, y padeciendo angustias y preocupaciones, uno puede descubrir e intuir qué forma de actuar es la más adecuada y qué metodología aplicar. Además, nunca un obispo lo hace solo aunque asuma la primera responsabilidad, ha de contar con todos y dejarse ayudar. El programa ya está marcado, la misma vida sugiere el camino a seguir siempre con la brújula bien orientada. Las prioridades en este momento son muchas: señalaría el esfuerzo de ir a lo esencial del Evangelio, un esfuerzo y trabajo de comunión en medio de la legítima diversidad, la recuperación constante de la identidad del ministerio sacerdotal junto con la vocación específica del laicado, como presencia en la sociedad mediante los compromisos que les son propios de su condición secular. Una espiritualidad y vida de oración que, junto a todo tipo de compromiso, da cohesión a todo el quehacer cristiano.

Deja Barcelona tras ocho años y medio, ¿qué balance hace?
Para mí un balance muy positivo en todos los sentidos. El contacto con las parroquias, familias, grupos, sacerdotes, comunidades religiosas, jóvenes, enfermos y tantas personas que me han acogido como amigo han hecho posible que aprendiera mucho de su sencillez y de su testimonio. Es una lástima que muchos no descubran todo lo bueno que hay en Barcelona y se dediquen a hablar mal de las personas y de las instituciones eclesiales, esto degrada profundamente el ambiente y hace un daño inmenso a la convivencia ciudadana. Es impresionante la cantidad de personas y colectivos que se dedican a los más necesitados y cómo lo hacen de forma sencilla y sin pretender publicidad, tal y como el Evangelio nos lo pide. De todo ello he aprendido mucho y me ha ayudado a ser un cristiano más entre todos haciendo de mi vocación un servicio a la comunidad cristiana y desde ella al pueblo.

¿Se va triste por la situación que se ha vivido estos meses en Cataluña?
No es una pregunta de fácil respuesta. Ha habido momentos en los que realmente la situación me ha entristecido porque he visto y compartido el padecimiento de la gente y, cuando alguien sufre, sufrimos todos. Por mi parte, he intentado que por encima de las ideas hiciéramos el esfuerzo de entendernos y tratarnos con el corazón. No es justo que haya rupturas familiares ni entre amigos, tampoco es justificable la manera como se ha usado la violencia cuando no había incitación a ella. Es este un momento de escucharnos a todos, los unos a los otros, con paz, con serenidad, y tratando siempre de tender puentes. Si algo he intentado con mi pobre aportación tanto dirigiéndome a la comunidad cristiana reunida como a personas en momentos de conversación, ha sido ofrecer aquellas actitudes básicas que corresponden a valores evangélicos y que son la base de una buena convivencia. Me voy preocupado, pero con la esperanza que todo se irá solucionando con el esfuerzo de todos. Yo, por mi parte, y desde la situación en la que vivo, haré todo lo posible por ayudar.

La Iglesia sigue esa labor callada de coser, de tejer y de promover la comunión…
Aunque cada cristiano es totalmente libre sobre sus opciones políticas, la Iglesia como tal está por encima de ellas y ha de acoger y tejer sobre todo el diálogo, el buen entendimiento y la comunión. La Iglesia tiene esta misión que hace posible que todos encontremos en ella nuestro propio lugar. Hay una espiritualidad de comunión que habla de la importancia de descubrir la mirada de amor de Dios sobre nosotros, y nosotros llegar a mirar de la misma manera y al mismo tiempo que proyectamos sobre los demás la mirada que Dios proyecta sobre nosotros. Esto ha de llevarnos a descubrir y valorar los aspectos positivos de cada persona e ir suprimiendo y olvidando lo negativo. Es la espiritualidad de buen samaritano que ve donde se necesita amor y actúa en consecuencia. Es labor y responsabilidad en nuestro trabajo entregado de cada día.