¡Velad! - Alfa y Omega

¡Velad!

I Domingo de Adviento

Daniel A. Escobar Portillo
Foto: ANAK-TkN

Uno de los aspectos más interesantes del acercamiento de cualquiera de nosotros hacia la Escritura es poder comparar el ambiente reflejado en ella con la situación que podemos vivir actualmente, tanto desde el punto de vista personal como desde el social o cultural. Habitamos un mundo científica y técnicamente cada vez más avanzado; y con grandes progresos, en líneas generales, en la cultura, la política y la comunicación. Con todo, a pesar de disfrutar, sobre todo en Occidente, de una vida cada vez más cómoda, los grandes logros contemporáneos no solo no consiguen responder a las preguntas más profundas del hombre, sino que a menudo parecen ocultar o anestesiarnos ante el verdadero sentido de la vida. Es como si se siguieran cumpliendo las palabras de Isaías, escritas siglos antes del nacimiento del Salvador: «Nadie invocaba tu nombre, nadie salía del letargo para adherirse a ti; pues nos ocultabas tu rostro». En efecto, donde el hombre aparece como el único señor de la creación, parece que Dios se ha retirado. Surge entonces la añoranza del pueblo de Israel, que puede ser la nuestra: «Vuélvete», «ojalá rasgases el cielo y descendieses», es decir, se formula un grito del hombre hacia Dios para que salga a nuestro encuentro. Para que este se produzca, no solo es preciso que Dios se «manifieste» (otro de los términos clave de este período del año que comenzamos), sino que el hombre ha de «volverse» hacia su Señor. Y es aquí donde cobra sentido la llamada a la vigilancia.

Espera y esperanza

La mirada al Adviento nos suele remitir a dos realidades: en primer lugar, al hecho histórico de la Encarnación y Nacimiento del Salvador; en segundo lugar, al acontecimiento futuro de la última venida del Señor, en poder y gloria, al final de los tiempos. Pensando así no andamos desencaminados. E incluso podemos entender sin dificultad, si hemos seguido el ritmo de las lecturas de los últimos domingos, que el final del año litúrgico y el comienzo del Adviento coinciden en enfatizar el deseo de la segunda venida. Pero hemos de dar ahora un paso más, para que la llegada del Señor tenga repercusión en nuestra existencia y no nos dispersemos en la nostalgia del pasado o en un simple anhelo del futuro. Aquí es donde nos sitúa la segunda lectura de este domingo. La comunidad cristiana ansía la revelación definitiva de Dios y Pablo exhorta a los cristianos a vivir de modo irreprensible «el día de nuestro Señor Jesucristo». La perspectiva de Pablo y de la primera comunidad cristiana es que la venida del Señor no consiste exclusivamente en un momento futuro en el tiempo, sino en un lugar espiritual en el que debemos caminar en el presente. Aquí entra en juego otro de los términos preferidos del Adviento: la esperanza. Por ella poseemos ya ahora el mismo futuro. No esperamos la parusía como el que aspira a una novedad absoluta. El deseo de la segunda venida se fundamenta en que ya hemos conocido el testimonio de Cristo. Tenemos constancia de que Dios se ha vuelto hacia el hombre por medio de su hijo y la Iglesia nos vuelve a recordar en esta época del año que el Señor ya no se ha retirado ni nos ha abandonado.

Una llamada concreta al hombre

En definitiva, Dios ha entrado ya en el tiempo y en la historia con su palabra y sus obras de salvación. Llevamos varios domingos en los que el Señor, a través de distintas parábolas, nos ha insistido en que cada uno, llegada la hora que solo Dios conoce, será llamado a rendir cuentas de su existencia: de cómo ha vivido y de cómo ha puesto a rendir sus propias capacidades. Esta realidad nos debe animar a vivir con un equilibrado desapego de los bienes terrenos, con un arrepentimiento de nuestros pecados y, ante todo, a vivir con mayor profundidad el amor a Dios y al prójimo. La llamada de Jesús a la vigilancia no se dirige solo a quienes estaban en ese momento ante Él, sino a nosotros, que 2.000 años después seguimos poniéndonos ante su presencia en la celebración litúrgica en una disposición de esperanza alegre.

Evangelio / Mc 13, 33-37

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Estad atentos, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento. Es igual que un hombre que se fue de viaje, y dejó su casa y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara. Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el señor de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer; no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos. Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: ¡Velad!».