La última vez que fuimos de la mano - Alfa y Omega

Hace apenas unas semanas compartimos con otras familias de la diócesis de Getafe dos etapas más del Camino de Santiago, que comenzamos allá por el 2014 y que tendrá como meta la ciudad del apóstol en 2021. Dos fines de semana al año completamos dos etapas en un grupo que esta última vez (desde Hornillos hasta Frómista) sumábamos casi 270 personas, la mayoría niños.

Esta experiencia supone un gran regalo. Primero porque es una vivencia directa de Iglesia. Además, participar de un proyecto a largo plazo, supone un especial atisbo de inconformismo que nos viene de maravilla en esta época de materialismo e inmediatez que nos rodea.

También es emocionante ver cómo los hijos aguantan largas marchas (subimos con holgura la famosa cuesta al salir de Castrojeriz, que tiene una pendiente de más del 14 % durante un kilómetro), participan con emoción en las Eucaristías, cantan, ríen, y… también muestran sus debilidades.

Nos faltaban apenas unos kilómetros para llegar a Frómista. Desde lejos veo a uno de los míos, ya con la edad de uso de razón cumplida, flaquear un poco. Me pongo a su lado y, como he hecho otras veces en anteriores etapas, le cojo de la mano para tirar un poco de él. Retiró la mano sutilmente, nos miramos, y nos sonreímos. «¿Te da un poco de vergüenza ir con tu padre de la mano?». «Sí». Y de nuevo, una gran sonrisa. Yo, un nudo en la garganta. Sabía que estaba asistiendo a una manifestación de cambio.

Recordé unas palabras de Mauro Giuseppe Lepori en Jesús también estaba invitado. Conversaciones sobre la vocación familiar (Ediciones Encuentro) donde lo explica precioso. Cada etapa de crecimiento de un hijo provoca una aplicación de tiempo, energía, paz y alegría. Porque supone un modo distinto de acoger a un hijo, ya que esta potente palabra, acoger, no solo es para cuando un hijo llega.

Para Lepori, abad general de la Orden del Císter, acogida es reconocer al otro que recibo, no es crear la vida, e implica por tanto el hecho de que el otro es un don, es siempre un don, y «relacionarse con otra persona, aunque sea nuestro hijo, sin la conciencia de que es un don, falsea la relación con esa persona […]. Es necesario encontrar en el tiempo el origen gratuito de nuestra vida y de la vida de todos».

Y ahora, ya sin ir de la mano, seguimos caminando juntos hacia la meta.