Dimitri Conejo Sanz, creador de Cathopic y Mater Coeli: «En el orfanato no valíamos nada. Allí, Dios me escuchó» - Alfa y Omega

Dimitri Conejo Sanz, creador de Cathopic y Mater Coeli: «En el orfanato no valíamos nada. Allí, Dios me escuchó»

Tiene 28 años. Nació en Rusia, donde vivió primero en una chabola con sus alcohólicos padres y luego en un orfanato. Siempre acompañados de su hermana. Sufrió hambre, violencia, desprecio… pero ni Dios ni la Virgen lo abandonaron. Gracias a un pope ortodoxo comenzó a rezar. Luego fue adoptado por una familia española; a los 13 años se alejó de Dios y de la Iglesia. Volvió superada la veintena. Hoy dedica su talento y esfuerzo a la evangelización en internet. Cathopic o Mater Coeli son algunos de sus proyectos. Esta es la historia de Dimitri Conejo Sanz, una historia de la acción de Dios

Fran Otero
Foto: Archivo personal de Dimitri Conejo Sanz

¿Qué recuerdas de tus primeros años de vida?
Vivía en una casa, una chabola, a punto de caer. Lo veía normal. No tenía a nadie que me cuidara, pues mis padres siempre estaban fuera, bebiendo. Por las noches, me obligaban a robar en una fábrica de pienso. Sacaba sacos que ellos vendían para comprar alcohol.

¿Estabas solo?
Bueno, mi abuela se preocupaba un poco. Cuando no teníamos nada que comer, me daba unos rublos para comprar comida, que se limitaba a pan y agua. Cuando falleció me di cuenta de que ahora sí que estaba solo. Tuve que coger setas, pescar y luego robar comida y mendigar, sobre todo, cuando nació mi hermana.

¿Cómo acabaste en el orfanato?
Una profesora me identificó y me llevó allí.

¿Mejoró tu vida?
Yo pensaba que sí lo haría, que ya no me pegarían con el cinturón como hacía mi padre. Sin embargo, los niños se pegaban y nos pegaban. Era la ley de la selva: sobrevivía el más fuerte. Así que me volví violento. Pero lo más impactante de un orfanato no es que te peguen palizas, pues te acabas acostumbrando, sino que lo que nos inculcaban muchas de las cuidadoras: nos decían que no éramos nada y que no podríamos aspirar a nada.

¿Cómo apareció Dios?
Vino un pope, que es un sacerdote ortodoxo, y yo fui a la charla que era voluntaria. Nos habló de Dios como un padre bueno, que se preocupaba por nosotros… Yo, que tenía siete años y medio, me levanté y le pregunté que dónde estaba su Dios, porque de nosotros se había olvidado. Me dijo que ya hablaría conmigo.

¿Y qué te dijo?
Me dio cuatro iconos, una vela y un libro de oración, y me dijo que rezara a Dios cada noche y que entonces vería como sí me escuchaba.

¿Lo hizo?
Sí. El día de mi octavo cumpleaños, hasta entonces no sabía qué era eso, nada más levantarme, solo en la habitación, pedí a Dios que si existía que me trajera una tarta. Sonó el timbre y apareció mi madre biológica con una. A partir de ese día, rezar empezó a tener sentido; era una conversación con Dios, sentía que Él estaba conmigo. Lo que me hizo ilusión no fue la tarta, sino que Dios me había escuchado.

Pasó el tiempo y con 10 años apareció una familia de acogida en España…
Me vine si nada más que los iconitos.

¿Cómo fue la adaptación?
Nada fácil. Los niños como yo me insultaban. Llegué a pegar a uno. Con 13 años me enamoré de una chica que luego se iría a vivir a otro país y me enfadé con Dios. Le dije que quería seguir mi camino y que ya nos encontraríamos. Pasaron años. Durante ese periodo, mis padres volvieron a la Iglesia, pero yo llevaba una vida mundana, con chicas, fiestas y escapándome de casa varias veces.

¿Volvió a aparecer Dios?
Entré en el Ejército. Un día, cuando faltaban meses para que se acabase mi contrato, me quedé solo en el cuartel y empecé a llorar. Me había dado cuenta de que desde que abandoné a Dios a los 13 años no había hecho nada de provecho. Tenía una navaja y pensé en cortarme las venas. En ese momento, me dirigí a Dios y le pregunté por su silencio. En ese momento, me llamó una vieja amiga para ofrecerme asistir a Cursillos de Cristiandad. Me apunté.

¿Qué descubriste?
Delante del sagrario, empecé a recibir una fuerte llamada al perdón. Empecé a rezar y me di cuenta de que a los que tenía que perdonar era a mis padres biológicos, porque sentía un odio inmenso hacia ellos, hasta el punto de que quería que muriesen. Le dije a Dios que quería perdonarles y quererles. Sentí un gran alivio. También, gracias a una chica de los Cursillos, empecé a querer mucho a la Virgen María, que nunca me había abandonado. Por cierto, los iconitos que me había dado el pope, yo no lo sabía, eran de la Virgen.

Hoy, tu vida y tu trabajo están consagrados a la evangelización en internet.
En la JMJ de Cracovia sentí la llamada del Señor a centrar mis esfuerzos y talentos en crear proyectos y plataformas para la evangelización de los jóvenes. Quería dedicar todos mis esfuerzos al Señor. Y, así, tras trabajar en una web católica, monté Cathopic, de imágenes, y hace poco Mater Coeli, para la consagración a la Virgen.

Son proyectos con un diseño cuidado, adaptado a los tiempos de hoy, ¿no?
Hay que hacer algo diferente, algo que llame al joven. Para evangelizar hay que innovar, crear proyecto para jóvenes, de modo que se sientan a gusto. En mi caso, lo intento a través diseño, la funcionalidad, la imagen…