Las lágrimas del Papa y la indiferencia del mundo - Alfa y Omega

Las lágrimas del Papa y la indiferencia del mundo

Para Francisco fue una sorpresa. Desde octubre de 2016 tenía previsto visitar India y Bangladés. Pero la delicada geopolítica asiática echó por tierra sus planes. Cuando su viaje por esa región parecía destinado al ocaso, apareció la alternativa Myanmar. Así, el Papa terminó peregrinando al centro de una catástrofe humanitaria silenciada: el exilio forzado de la minoría islámica rohinyá. Ante algunos exponentes de esa etnia pidió perdón por la indiferencia del mundo y derramó con ellos sus lágrimas, como ningún otro líder mundial

Andrés Beltramo Álvarez
El Papa saluda a una familia rohinyá durante un encuentro interreligioso en 2018
El Papa saluda a una familia rohinyá durante un encuentro interreligioso en 2018. Foto: CNS.

El abrazo con los rohinyá resultó el ápice de una gira cargada de simbolismos. Ocurrió el viernes 1 de diciembre, en el jardín del Arzobispado de Daca. Bajo una enorme carpa, el Papa Francisco encabezó un encuentro interreligioso y ecuménico. Un momento con musulmanes, hinduistas, budistas y cristianos –católicos y anglicanos–. Al final, un grupo de refugiados subió al escenario. Parecían desubicados.

Eran los famosos rohinyá. Una minoría asiática que cobró notoriedad gracias a los constantes reclamos públicos del Papa en su favor. Un grupo de ellos formó una fila ante Francisco. A él no le gustó aquel gesto de sumisión. A algunos, incluso, les habían advertido de que no podían hablar abiertamente. Y hasta quisieron quitarlos de la escena con rapidez. Pero el Pontífice se enfadó y pidió respeto. Pocos advirtieron ese detalle, porque la transmisión cortó las imágenes del momento.

Francisco saluda al presidente del Consejo Supremo de la Sangha de los monjes budistas en el Kaba Aye Center, en Myanmar. Foto: REUTERS/Max Rossi

«Después de haberlos escuchado uno por uno, comencé a sentir algo dentro, no podía dejar que se fueran sin decir una palabra. Y empecé a hablar, pedí perdón. En ese momento yo lloraba, trataba de que no se viera. Ellos también lloraban. El mensaje llegó, y no solo aquí. Todos lo recibieron», contó el Papa a los periodistas durante su viaje de regreso a Roma.

Aquel mensaje caló hondo, también más allá de la frontera. Bergoglio habría querido abrazar a los rohinyá en Myanmar, el país que ha expulsado a más de 700.000 de ellos. Pero no le fue posible. Ya resultaba sorprendente que esa nación hubiese decidido acoger la visita papal, considerando que el Obispo de Roma ha sido el principal defensor de esa etnia, cuya situación tiene dividido al pueblo y al Gobierno.

Esta división interna provocó una circunstancia extraordinaria. El Papa se autocensuró. No pronunció el nombre de esa minoría mientras pisó territorio birmano en la primera fase de su viaje, que duró del 26 al 30 de noviembre. Así se lo había recomendado el cardenal Charles Maung Bo, arzobispo salesiano de Rangún. Para el purpurado, el uso de ese término podía transformar en estéril cualquier llamada a la unidad. Francisco así lo entendió y prefirió una estrategia realista. Haber usado esa palabra hubiese significado «azotarle la puerta en la cara a mis interlocutores», reconoció después.

Pero eso no impidió al Pontífice proclamar su mensaje. En público defendió los derechos de las minorías y en privado fue más allá. Dijo lo que debía decir, sin avergonzar ni presionar públicamente. «Ciertas denuncias, algunas veces dichas agresivamente, cierran el diálogo, cierran la puerta, y el mensaje no llega», añadió.

Con los militares «no negocié la verdad»

Francisco quiso correr riesgos. El lunes 27 se entrevistó en privado con el general Min Aung Hlaing, comandante en jefe de la Defensa de Myanmar, acompañado por una pequeña delegación. Apenas 15 minutos duró el diálogo. Fueron los militares quienes fueron a visitar al Papa y no viceversa. Más tarde Bergoglio aclararía: «¡Con ellos no negocié la verdad!». Una frase emblemática, considerando que son los militares los principales responsables de la ofensiva contra los rohinyá.

Un sacrificio necesario para la factibilidad del viaje apostólico. La gira siguió el martes 28 en Nay Pyi Taw, la ciudad fantasma y capital artificiosa construida como fortaleza de seguridad. Ahí Francisco se reunió en privado con la premio Nobel Aung San Suu Kyi, consejera de Estado y ministra de Asuntos Exteriores. Luego pronunció un discurso ante autoridades civiles y políticas. «Las diferencias religiosas no deben ser una fuente de división y desconfianza, sino más bien un impulso para la unidad, el perdón, la tolerancia y una sabia construcción de la nación», apeló.

Durante la visita a la casa de madre Teresa, el sábado 2, antes de partir a Roma. Foto: CNS

Ya de regreso en Rangún, el miércoles 29 celebró la Misa en la Kyaikkasan Ground, sostuvo un encuentro con el Consejo Supremo de la Sangha de los monjes budistas en el Kaba Aye Center, y dialogó con obispos del país en un salón de la catedral de Santa María. «No tengan miedo de hacer lío, de plantear preguntas que hagan pensar a la gente. Y no se preocupen si a veces sienten que son pocos y dispersos», animó Francisco a los jóvenes birmanos la mañana del jueves 30, en el último acto público en Myanmar. Tras concluir la Misa en la catedral, abordó un avión con destino a Bangladés. Llegó a Daca por la tarde e, inmediatamente, visitó el Bangabandhu Memorial Museum, donde homenajeó al padre de la patria.

Se reunió con el presidente y concedió audiencia a las autoridades civiles y diplomáticas. Ahí, durante su primer discurso en el país, habló abiertamente de los rohinyá, agradeció la generosidad de Bangladés ante «la brutalidad» que sufren y pidió a la comunidad internacional «actuar rápidamente» para solucionar la crisis.
«Ninguno de nosotros puede ignorar la gravedad de la situación, el inmenso coste en términos de sufrimiento humano y la precaria condición de vida de tantos de nuestros hermanos y hermanas, la mayoría de los cuales son mujeres y niños, hacinados en los campos de refugiados», apuntó.

Más que una cultura de paz

El viernes por la mañana, en el Suhrawardy Udyan Park de Daca, el Papa celebró la Misa y ordenó a 16 nuevos sacerdotes. Saliéndose del sermón preparado, dio las gracias a los más de 100.000 fieles que llegaron hasta allí, algunos incluso tras viajar dos días. «¡Muchas gracias por su fidelidad! ¡Sigan adelante con el espíritu de las bienaventuranzas!», exclamó. Un intérprete tradujo sus palabras.

Un grupo de jóvenes extiende las ofrendas durante la Misa en Rangún, el jueves. Foto: Osservatore Romano/Reuters

Antes, al llegar a aquella explanada, Francisco se salvó por poco de sufrir un accidente. Un poste de luz fue detenido apenas antes de caer sobre el papamóvil. Finalmente, no fue más que un susto. Ese mismo día, el líder católico se entrevistó con los obispos del país antes de presidir el encuentro ecuménico que incluyó su saludo a los rohinyá.

Llegó hasta el lugar de la celebración a bordo de un carrito tradicional adherido a una bicicleta. Un papamóvil versión asiática. Ante líderes de otros credos advirtió que el «espíritu de apertura, aceptación y cooperación entre los creyentes no contribuye simplemente a una cultura de armonía y paz, sino que es su corazón palpitante».

«¡Cuánto necesita el mundo de este corazón que late con fuerza, para combatir el virus de la corrupción política, las ideologías religiosas destructivas, la tentación de cerrar los ojos a las necesidades de los pobres, de los refugiados, de las minorías perseguidas y de los más vulnerables!», clamó.

La visita terminó el sábado 2 con nuevas imágenes conmovedoras, durante el recorrido por la casa Madre Teresa de Tejgaon, una barriada de la capital. Antes de coger el avión de regreso a Roma se entretuvo con un grupo de niños y algunos ancianos. Escuchó los cánticos de un coro, pero no tuvo necesidad de hablar. Sí lo hizo después, al reunirse con sacerdotes y consagrados. Dejó el discurso preparado y habló improvisando, en español. Puso en guardia ante las divisiones y los chismes, «enemigos de la armonía». Los animó a no tener caras tristes, incluso en el dolor o en las dificultades. Y les dejó un mandato: «Busquen la paz y encuentren la alegría».