Católicos reencontrados de Japón: «¡Tenemos el mismo corazón!» - Alfa y Omega

Católicos reencontrados de Japón: «¡Tenemos el mismo corazón!»

Cada 17 de marzo, la Iglesia en Japón celebra la fiesta del reencuentro de los católicos clandestinos que habían conservado la fe, en medio de la persecución, durante casi tres siglos. Este año, además, se ha celebrado el 150 aniversario de aquel día de 1865 cuando, cerca de Nagasaki, un grupo de mujeres se acercó al primer sacerdote que llegaba allí en siglos y le examinó sobre la Virgen, el celibato y el Papa, para ver si era de fiar. Lo ha contado el semanario Paraula, del arzobispado de Valencia

José María Salaverri

Este 17 de marzo, los católicos japoneses celebraron el 150 aniversario de un acontecimiento que asombró y admiró al mundo católico. ¡Había todavía en el Japón de 1865 católicos clandestinos, descendientes de los cristianos convertidos en tiempo de san Francisco Javier! Perseguidos y escondidos, habían permanecido fieles a su fe durante casi tres siglos, sin sacerdotes, con una organización secreta.

Un país sakoku, cerrado

¿Cómo fue esta maravilla? En julio de 1853, el comodoro Perry, al frente de una flota de guerra de los Estados Unidos, se presentó en la bahía de Edo, exigiendo que el Japón se abriera al comercio con occidente. Japón era sakoku, país cerrado al extranjero desde 1630. Desde esa fecha, el cristianismo era ilegal y, perseguido cruelmente, había desaparecido. Pablo Miki, jesuita japonés y 25 cristianos –varios religiosos españoles, y muchos laicos japoneses, entre ellos dos niños– fueron crucificados y alanceados en una colina cercana a Nagasaki. El catolicismo quedó –aparentemente– exterminado. Y desde entonces, Japón solo comerciaba con China, Corea y algo con holandeses protestantes.

Ante la amenaza de Perry, Japón resistió, pero al final cedió y permitió concesiones extranjeras en los principales puertos. Terrenos extraterritoriales, donde la potencia extranjera podía actuar casi como en su casa. Cerca de Nagasaki, en Oura, una de esas concesiones era francesa. Allí los franceses se instalaron, y como todavía el secularismo no había hecho estragos en la política, llamaron a los misioneros del MEP (Misiones Extranjeras de París) para atender a los católicos de la concesión.

«¿Donde está María Sama?»

En Oura, el 17 de marzo de 1865, el padre Petitjean pasea, rezando el breviario delante de la iglesia. De pronto se le presentan unas 14 mujeres, procedentes de Urakami, en el otro extremo de la ciudad de Nagasaki. Le abordan y le preguntan a bocajarro: «¿Dónde está María Sama?».

Perplejidad del padre; ¡unas japonesas preguntando por la Virgen María! Las lleva al interior de la iglesia y les muestra la imagen que ellas contemplan embelesadas. De pronto, una de ellas le dice: «¿Nos podría presentar a sus hijos?» Sonriente, el padre les explica que él es sacerdote católico y que ellos no se casan ni tienen hijos. Entonces todas exclaman: «¡Tenemos el mismo corazón que tú!».

Entre otras cosas preguntaron además por el rey de la gran doctrina, que el padre Petitjean comprendió se refería al Papa. Entonces le comunicaron en voz baja que en Urakami había muchos que tenían el mismo corazón que él. Eran los descendientes de los cristianos evangelizados por san Francisco Javier y sus sucesores. Los últimos misioneros católicos martirizados les habían precavido contra los holandeses protestantes que merodeaban por aquellos mares. La Virgen María, el celibato sacerdotal y la autoridad del Papa, tres señales inequívocas de catolicismo.

Desde 1612 habían mantenido la fe, transmitiéndola secretamente de padres a hijos. Su único sacramento era el bautismo que los mizukata (bautizadores) conferían a los niños. Otros cristianos estaban encargados de mantener el calendario litúrgico: los chokata. Textos de la Sagrada Escritura se transmitían oralmente. La imagen de la diosa virgen Kwanon había sido rebautizada como Virgen María. Cantaban con tonadas parecidas a las budistas y en esos cantos había bastantes palabras sin traducir, del latín, español o portugués.

La noticia impactó el mundo cristiano entero y despertó la desconfianza del gobierno, que decidió hacerles renegar de su fe.

Una nueva persecución

Japón recogió el desafío político de las potencias occidentales. Herido en su orgullo, decidió ponerse a la altura intelectual y técnica de aquellos países. Y con una reacción admirable consiguió, sin perder su identidad, llegar a ser una potencia mundial. Una aventura nacional admirable.

Pero decidió poner en marcha los decretos contra los cristianos. El 1 de enero de 1870, más de 700 familias fueron citadas al ayuntamiento para hacerlas renegar de su fe, aunque fuera de modo puramente formal. No cedieron. El 5 de enero, más de 3.300 personas fueron detenidas, incluidas mujeres y niños pequeños, y fueron deportados de Nagasaki hacia 21 destinos distintos por grupos de más o menos 200. Hacinados, mal nutridos, maltratados, torturados, no cedieron.

Entre tanto, el gobierno había enviado una comisión oficial de juristas y político para estudiar las Constituciones de los diversos países occidentales; y así tomar ideas para una propia. En todas partes tuvo que oír mil protestas de todos los gobiernos por la persecución contra los cristianos. Ante el posible fracaso, el jefe de la comisión mandó un telegrama: «Cesen la persecución contra los cristianos o fracasamos». Inmediatamente cesó la persecución, pero unos 600 cristianos habían perecido.

Actitud admirable de esos gobiernos occidentales que supieron exigir los derechos humanos. Hoy, ante hechos peores, miran a otro lado. Sensatez del gobierno japonés que elaboró una Constitución, sin religión oficial, pero abierta a toda religión. Valor de esos cristianos, nuevos mártires, firmes en la fe. Como reconoció un perseguidor habían sido auténticos samurais por su entereza y fidelidad.

En Urakami los cristianos fueron construyendo un hermosa catedral. En la colina de los mártires una iglesia conmemorativa, los marianistas una Escuela Apostólica y el Colegio Estrella del Mar en Nagasaki. El 9 de agosto de 1945, la segunda bomba atómica afectó de lleno a Urakami y lo arrasó. Fue una matanza de cristianos. De todos esos edificios sólo quedó, como símbolo estremecedor de la tragedia, un arco levantado de la iglesia. De la Escuela apostólica no quedó nada. Menos mal que los colegios habían sido evacuados bastante antes por orden del gobierno por su cercanía a un puerto estratégico.

Hoy, en la colina de los mártires, un hermoso complejo eclesial recuerda a los 26 mártires. Cada 17 de marzo se celebra la fiesta de Santa María de los cristianos reencontrados. Hoy los católicos siguen siendo una minoría respetada. Pues los japoneses, muy reacios a la conversión y tan secularizados como gran parte de los europeos, se sienten en el fondo orgullosos de sus mártires, de sus samurais cristianos.