Dispuestos a acoger el Reino de Dios - Alfa y Omega

Dispuestos a acoger el Reino de Dios

II Domingo de Adviento

Daniel A. Escobar Portillo

Nos encontramos este domingo con el inicio del Evangelio según san Marcos. El interés principal de este evangelista, ya desde sus primeras palabras, es prepararnos a acoger la llegada del Reino de Dios. Hemos de detenernos en un punto que ilustra el método que Dios ha elegido para mostrarse a los hombres. Ciertamente, la revelación de Dios tiene el nombre propio de Jesucristo. Pero ello no obsta para que tanto Jesús como la misma Escritura utilicen ciertos recursos en orden a facilitar una mejor comprensión de la vida y la misión del Salvador.

Un ejemplo de ello son las explicaciones de Jesús a sus discípulos mediante parábolas. A través de estos relatos sencillos e inmediatos ha quedado plasmada la revelación en ejemplos cotidianos de la cultura del ámbito israelítico del siglo I. Incluso hoy, siglos después, estas comparaciones son fácilmente comprensibles hasta por los más pequeños o los menos instruidos.

Otra de las maneras de comprender la grandeza y el alcance de la función de Jesucristo es el acercamiento a todo lo que la Escritura había predicho de él desde antiguo. Podemos pensar en concreto en los profetas, en particular en los que anuncian con más énfasis la llegada del Mesías. Las obras y palabras de estos personajes no han quedado en la Biblia como simples gestos o discursos anecdóticos de la historia del pueblo elegido por Dios; tampoco se reducen a la mera denuncia de las graves injusticias sociopolíticas de la época. El cometido primordial es mostrarnos el verdadero camino de nuestra salvación, apuntando con su índice hacia Jesucristo.

Juan Bautista

Siglos antes del nacimiento de Jesús, Isaías se dirigió a su pueblo, anunciándoles el final del exilio de Babilonia y el retorno a Jerusalén. Puesto que habían de realizar este camino a través del desierto, guiados por Dios, era necesario que el sendero estuviera limpio de cualquier obstáculo. La misma Biblia nos relata más casos de paso del desierto. La tónica común en ellos era la salvación y la libertad otorgadas por el poder de Dios al final de un recorrido no siempre fácil. Dios aparece como el pastor de Israel. Siglos después aparece Juan Bautista cumpliendo nuevamente lo anunciado por Isaías. Ahora es él la voz que grita en el desierto: «Preparad el camino del Señor, enderezad sus senderos». La forma en la que Dios dirige ahora a su pueblo a través de Juan es «bautizando y predicando un camino de conversión para el perdón de los pecados». Más abajo se nos describen incluso la indumentaria y las costumbres del precursor. La sobriedad y la austeridad resumen su figura.

La conversión para la misión

Así pues, si el Evangelio une la aparición del Salvador a la persona de Juan Bautista, nos presenta ya un modelo para disponernos a acoger la novedad del anuncio del Reino de Dios, que comienza de modo inminente: una llamada a la conversión vivida desde la sobriedad. Tampoco el desierto y la austeridad son elementos accesorios para aceptar a Dios en nuestra vida. Se trata de disposiciones interiores que ayudan no poco a prescindir de lo superfluo, valorando intensamente el don que recibimos.

Por otro lado, quien se conduce guiado por la apariencia, el lujo y el capricho tendrá más dificultades para proponerse con determinación no solo hacer penitencia o recibir el bautismo de Juan, sino que corre el riesgo de no prestar atención a una gracia mayor, que también es anunciada: el Espíritu Santo. Es significativo que ya desde el comienzo del Evangelio se revela y se nos predispone a recibir el don del Espíritu Santo, unido íntimamente a los comienzos de la Iglesia y a la misión que hemos de desarrollar. En resumidas cuentas, lo anunciado por los profetas, y de manera especial por el Bautista, no constituye sino una preparación para la acogida de Jesucristo y para la propagación de su vida y mensaje a través de la vida de la Iglesia, de la que cada uno de nosotros forma parte.

Evangelio / Mc 1, 1-8

Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios.

Está escrito en el profeta Isaías: «Yo envío mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino. Una voz grita en el desierto: “Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos”». Juan bautizaba en el desierto; predicaba que se convirtieran y se bautizaran, para que se les perdonasen los pecados. Acudía la gente de Judea y de Jerusalén, confesaban sus pecados, y él los bautizaba en el Jordán.

Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y proclamaba: «Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero Él os bautizará con Espíritu Santo».