Los demás siempre son un camino, no un obstáculo - Alfa y Omega

En infinidad de ocasiones he dado vueltas a estas palabras del salmo 85 (84): «Voy a escuchar lo que dice el Señor: “Dios anuncia la paz” […] y la gloria habitará en nuestra tierra». Siempre me hacen pensar que la paz verdadera se realiza cuando, como sigue diciendo el salmo, «la misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan». Nuestro Señor Jesucristo nos ha revelado en su persona que el gran deseo de Dios ha sido brindar su misericordia y este deseo es, a su vez, tarea para la Iglesia. El Adviento nos insta a descubrir que ha llegado el tiempo de volver a lo esencial y hacernos cargo de las debilidades y de las dificultades que la humanidad tiene para hacer vibrar el corazón de los hombres. Solamente lo puede hacer Dios mismo, haciéndose presente en este mundo en nuestra carne, haciéndose uno de nosotros sin dejar de ser Dios y mostrando su misericordia, su amor, con palabras del profeta Isaías: «Aquí está vuestro Dios, mirad, el Señor Dios llega con poder y su brazo manda».

Sintamos en lo más profundo del corazón que aquel grito en el desierto del que nos habla el Evangelio de Marcos –«Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos» (cf. Mc 1, 1-8)– sigue siendo para todos nosotros, más de 2.000 años después del nacimiento del Señor, una llamada urgente; que no disminuye la actualidad de aquel: «Hoy os ha nacido en la ciudad de David un salvador, que es Cristo el Señor». Necesitamos que el Señor esté con nosotros: el cristianismo es la religión que ha entrado en la historia, ha sido sobre el terreno de la historia donde Dios se hizo presente. Cristo es el fundamento y el centro de la historia, es sentido y meta última. Descubramos y contemplemos que la infidelidad, la injusticia, la ruptura, el enfrentamiento, son situaciones existenciales que se oponen a la misericordia de Dios, que está dictada por el amor al hombre y a todo lo que es humano. El Adviento ha de ser un tiempo para realizar una conversión de corazón y suscitar en todos el compromiso de construir un mundo en el que los demás siempre son un camino, no un obstáculo.

Esto solamente lo entendemos y lo llevaremos a término si aceptamos esas palabras de Juan Bautista cuando se refiere a Jesús: «Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo […]. Él os bautizará con Espíritu Santo». Jesús viene a salvar a todos los pueblos de la tierra. Quiere entrar en su corazón y en la vida de todos los hombres. Dichosos nosotros si tenemos la valentía de abrirnos a su presencia, porque la gracia nos la da Él. Mucho me sedujo el encuentro del Papa Francisco con todos los representantes de las comunidades cristianas y de otras confesiones religiosas en Bangladés para compartir un encuentro por la paz. Decía Francisco: «Es un signo particularmente reconfortante de nuestros tiempos que los creyentes y las personas de buena voluntad se sientan cada vez más llamadas a cooperar en la formación de una cultura del encuentro, del diálogo y de la colaboración al servicio de la familia humana».

En este deseo que el Señor muestra por todos los hombres, queriendo venir a este mundo para estar con todos, de todos los pueblos, culturas y razas, y así entrar en la historia humana y en el corazón del hombre, el Adviento nos remite a tres perspectivas en las que hemos de situar nuestra vida. Siempre han sido necesarias, pero hoy las vemos urgentes:

1. Hagamos una purificación de la memoria: ¿Cómo hacer esta purificación de la memoria si constatamos que la experiencia del perdón en nuestra cultura y en todas las latitudes de la tierra se desvanece cada día? Llega el momento de encargarnos del anuncio alegre del perdón. Decía antes que es tiempo de retornar a lo esencial, para hacernos cargo de todas las debilidades y de todas las dificultades que tienen los hombres y con las cuales nos topamos permanentemente. Para ello, urge que la característica de este tiempo sea la de la petición del perdón. Y no solamente para cada persona, sino también entre los grupos y los pueblos. Nunca nos opongamos al Dios de la misericordia, opongámonos a esa mentalidad que ha entrado en nuestra cultura de querer orillar y arrancar del corazón humano la idea misma de la misericordia y del perdón.

Todos los hombres y todos los pueblos necesitamos purificar la memoria con el perdón y la misericordia, ello nos hace más humildes, y estar más atentos para descubrir con gozo que los demás son camino y no obstáculo. Contemplar al Señor llegando a este mundo nos ayuda a esta purificación, pues viene regalando su perdón y su misericordia.

2. Hagamos la ofrenda de la vida para ser testigos de la fe: viviendo con una conciencia viva de saber que nuestra vida es para dar gloria a Dios. No basta anunciar la fe solamente con palabras, como nos recuerda el apóstol Santiago: «La fe si no tiene obras, está realmente muerta» (St 2, 17). Como nos decía el Papa Benedicto XVI: el anuncio del Evangelio tiene que ir acompañado con el testimonio concreto de la caridad, que para nosotros los cristianos no es simplemente una actividad de asistencia social, sino que pertenece a la naturaleza y es manifestación irrenunciable de su propia esencia (cf. Deus caritas est, 25). Hay que hacer un esfuerzo amplio y capilar para que cada uno de los discípulos de Cristo nos convirtamos en testigos, capaces y dispuestos siempre y en todo lugar y ocasión, de asumir el compromiso de dar a todos y siempre de dar razón de quien nos impulsa. A través de todos los siglos, una gran multitud de santos y de mártires han inundado la historia de los pueblos. Ser testigos de Jesús es poder hablar de Él, dar testimonio eficaz de Él, darlo a conocer, transmitir su presencia.

3. Hagamos el compromiso de ser una Iglesia peregrina en la que los jóvenes tienen su propio protagonismo: peregrinos y deseosos de profesar la propia fe, de confesar los propios pecados y de recibir la misericordia de Dios. Toda la Iglesia en este Adviento y ante el próximo Sínodo de Obispos del año 2018, orando, reflexionando y viviendo una profunda comunión con y por los jóvenes. No son obstáculo, son camino. Ellos saben establecer desde procesos diversos en sus vidas, en culturas diferentes, un diálogo privilegiado que se basa en el profundo entendimiento y en los deseos de amistad verdadera que tienen para esta humanidad. No miremos a los jóvenes con los problemas y las fragilidades, mirémoslos con ese deseo profundo, en medio de ambigüedades, de aquellos valores auténticos que piden a gritos y que les puede ofrecer en su plenitud Jesucristo. San Juan Pablo II en el año 2000 les pidió a los jóvenes el compromiso de hacerse «centinelas del mañana». El Papa Francisco quiere preguntarles y expresarles: ¿cómo ser centinelas del mañana?