Adriano dell’Asta: «La cristiandad no salvó a Rusia de la revolución» - Alfa y Omega

Adriano dell’Asta: «La cristiandad no salvó a Rusia de la revolución»

Adriano dell’Asta (1952) es profesor de Lengua y Literatura Rusa en las universidades católicas de Milán y Brescia, y vicepresidente de la fundación y asociación pública de fieles Russia Cristiana. Esta entidad nació en 1957 para dar a conocer y ayudar a los cristianos que vivían bajo el régimen soviético, así como para construir, desde la cultura, la unidad visible de las Iglesias de Oriente y Occidente. Después de la caída del Telón de Acero, puso en marcha en Moscú la Biblioteca del Espíritu

María Martínez López
Mercado ruso, en 1890. 27 años antes de la revolución, muchos de los factores que la hicieron posible se estaban gestando. Foto: Ediciones Encuentro

En 1917 sucede algo que a Adriano dell’Asta, vicepresidente de la fundación italiana Russia Cristiana, le resulta todavía difícil de comprender: «Un imperio que parecía potente y fundado sobre seculares principios cristianos se revela débil y se repliega sobre sí mismo con una rapidez y radicalidad inauditas». Explicar esto es el objetivo de Rusia, 1917 (Encuentro), libro del que es coautor. Mientras las lecturas historiográficas de la Revolución rusa «ignoran o reducen su novedad» radical, algunos autores rusos exmarxistas —Nicolás Berdiaev, Serguey Bulgakov, Semion Frank y Piotr Struve— la detectaron ya antes de que ocurriera. «Descubrieron cómo la ideología sustituía la realidad. Y, por otro lado, que la ideología vence solo si el individuo no encuentra dentro de sí la fuerza para combatirla. La revolución no tuvo éxito porque Rusia fuera un país atrasado, sino porque había un vacío de legitimidad, de motivación. El hombre ya no sabía por qué valía la pena vivir y vivir en paz».

¿Qué quería decir Berdiaev al afirmar que «los bolcheviques vencieron porque yo soy lo que soy»?
Que no se había sabido mostrar una alternativa auténtica a su posición. Por ejemplo, Rusia vivía un terrorismo idéntico al de hoy [solo en 1907 hubo más de 3.000 víctimas, N. d. R.]. La sociedad estaba dividida: unos querían acabar con los terroristas y otros, en el fondo, les daban la razón. Estos autores dicen que la solución no es ni el relativismo ni una verdad usada para destruir al enemigo. La clave es una verdad que libera. En Cristo y la Iglesia descubren una verdad que supera el relativismo pero no se usa para condenar, sino para invitar a la conversión, al encuentro, a descubrir la realidad y a poner en juego mi libertad y responsabilidad.

En ese vacío social del que habla jugó un papel importante la vinculación de la Iglesia ortodoxa y los zares, y el fracaso de la idea de la monarquía como gobierno cristiano. ¿La causa de esto fue la reforma de Pedro el Grande, que en 1721 la sometió al Estado?
No solo; es algo muy anterior. La reducción de la Iglesia ortodoxa rusa a una Iglesia nacional se inició con el cisma entre Roma y Constantinopla en 1054, y prosiguió cuando desde Moscú se dejó de lado también la relación con Constantinopla. Perder una referencia universal debilitó a la Iglesia frente al poder civil. Pero esto no es una enfermedad estructural de la Iglesia rusa. Es una Iglesia en sentido pleno, y estaba viva, aunque débil.

Foto: Ediciones Encuentro

Intentó reencontrarse a sí misma en un concilio que comenzó en agosto de 1917. ¿Llegó tarde y, como dijo Bulgakov, «la sangre de los mártires lavó los pecados de la Iglesia»?
Seguramente. Estos autores subrayan que la Iglesia ortodoxa preparaba para vivir en el cielo, pero no en la historia. Por eso, cuando llegó la revolución, el pueblo fue débil. Hubo quienes manifestaron su fidelidad en el martirio, pero no en masa. En un sentido la Iglesia era muy potente, marcaba la vida de todos, pero no tenía autoridad moral. Cuando en 1916 la confesión dejó de ser obligatoria en el Ejército, los que se confesaban pasaron en un año del 100 % al 10 %.

La fe no puede imponerse.
En efecto, porque entonces no es una verdad que libera. Ya no es una persona con la que me encuentro, sino una idea que impongo. La diferencia fundamental se da entre un cristianismo reducido a ideas y valores y un cristianismo que se afirma por lo que es: una realidad, la experiencia de un encuentro. El marxismo no llevó al resultado que conocemos por ser una ideología mala, sino por ser una idea que quería sustituir a la realidad. Berdiaev y sus compañeros advertían claramente de que también el cristianismo puede transformarse en ideología. Eso sí, para él sería una traición, mientras que en el caso del marxismo forma parte de su esencia.

Hoy no faltan quienes presentan a Rusia como una reserva espiritual donde Gobierno e Iglesia defienden valores cristianos, a diferencia de Occidente. ¿Son realistas?
Esa alianza, si existe, es suicida. Una Iglesia que se reduce a eso pierde su capacidad de encontrarse con el mundo y de fascinar. Dostoyevski decía que no salvará el mundo la enseñanza de Cristo, sino el hecho de que el Verbo se hizo carne. El socialismo ateo son las virtudes de Cristo, sin Cristo.

¿Cuál es entonces el secreto de una sociedad realmente cristiana?
Una Iglesia que eduque en la libertad y el encuentro con los otros. En este sentido, el magisterio del Papa Francisco es ejemplar. Berdiaev dijo que «debemos amar a Rusia y a su pueblo más de lo que odiamos a los bolcheviques». En su respuesta no hay relativismo: el mal es mal. Pero la cuestión no es identificar al enemigo, sino encontrar al otro y con él construir algo auténtico. Y esto no es posible si la Iglesia se enroca en la defensa de… ¿qué? ¿Unos valores que nadie entiende? La idea de volver a una época de cristiandad es irreal: ya no existe, y, en segundo lugar, cuando existía, no funcionó. Rusia no se salvó de la revolución.