El pecador que rezaba - Alfa y Omega

El pecador que rezaba

Corría marzo de 1614, hace 401 años, cuando el Fénix de los Ingenios fue admitido a las órdenes sagradas. Y hete aquí que quien había sido, y aún sería, uno de los mujeriegos más pecadores del reino, a punto estaba de escribir algunas de las páginas más bellas de la poesía mística española. Que hasta siendo un calavera, puede sentirse el amor de Dios

José Antonio Méndez
Retrato de Lope de Vega (1612-1615), de Eugenio Cajés. Foto: Museo Lázaro Galdiano

Habrá oído vuesa merced decir al francés que el dieciocho fue el Siglo de las Luces, pues fueron aquellos días cuando más brillaron ellos. Mas la perfidia suya es tanta que al decirlo niegan una verdad: que si en la historia de la cristiandad hubo alguna vez un siglo de luz y esplendores fue, sin duda, el llamado Siglo de Oro español, cuando fue tanto nuestro ingenio y tanta nuestra virtud que de entonces a hoy no han nacido en todo el orbe ni hombres ni mujeres que pudieren igualar a los que España parió en tales fechas. Y si no, dígame vuesa merced qué otra panoplia podría compararse a tener concatenados, y aun juntos y por amigos, nombres tales como Quevedo, Teresa de Jesús, Velázquez, Góngora, Juan de la Cruz, Calderón, Juan de Ávila, Murillo, Salzillo, Zurbarán o el gran Cervantes, a quien, por cierto, parece que han encontrado para interrumpirle el justo descanso que se han ganado los muertos.

Monstruo sí, mas no por feo

De entre tantos (y otros muchos) hubo uno que vino a destacar por encima del resto, y al que el resto vino a destacarlo como principal dellos, con apelativos tales como el Fénix de los ingenios españoles, o el Monstruo de la naturaleza, que así dio en apodarlo el Manco de Lepanto, no por feo, sino por genio. A la sazón –v. m. lo habrá intuido– Félix Lope de Vega y Carpio.

Lope, que así lo llamaban sus allegados, vio la luz del sol un 25 de noviembre de 1562, en la Villa de Madrid, que era ya Corte desde hacía un año por disposición de Su Católica Majestad, el segundo rey Felipe. Hijo de un bordador cántabro y de una señora de probada virtud, tuvo siempre a gala presumir de buena cuna. Y tanto le gustó hablar de cunas, que ya entrado en mocedad tuvo por afición el ayudar a que otras muchas cunas se llenasen. Pues si bien el joven Lope era zagal de inteligencia despierta y verbo fluido (a los cinco años leía latín, castellano y componía versos, pásmese vuesa merced), era también pronto a las pendencias de amoríos y a los quereres de faldas. Y tantos lances destos perpetró, que a lo largo de su vida engendró, que sepamos, 15 hijos legítimos e ilegítimos, de cinco mujeres distintas. Su vida licenciosa, cual era de esperar, le llevó a maltraer, y aunque ya sus escritos gozaban de fama, en 1587 fue desterrado por dos años del reino de Castilla y por cuatro de Madrid.

Ora bien. No crea v.m. que a pesar de vida tan calavera fue Lope de Vega un perdulario, un perjuro, o un rufián, pues si sus vicios le hacían caer de continuo en la carne, su fe lo animaba a levantarse, a reconocer sus faltas y a trabajar (literalmente) para enmendallas. Fue por esto que compuso tanto y tan bueno –dicen que 3.000 sonetos, siete novelas, nueve epopeyas y 1.800 comedias, haciendo pasar algunas de las musas al teatro/ en horas veinticuatro– para atender a los hijos que coadyuvó a traer. Que los maravedíes que le entraban a la faltriquera, empleábalos él en papillas.

La puerta abierta del Costado

En 1612 se le muere su hijo más querido (el sexto que ya enterraba), y un año después expira su querida y última esposa (que no será, empero, su última mujer). La pena es tanta que pone su vida en balanza, alza los ojos a Dios y ve que no compensa el pecado ante Amor tan insondable: ¡Cuántas veces, Señor, me habéis llamado,/ y cuántas con vergüenza he respondido,/ desnudo como Adán, aunque vestido/ de las hojas del árbol del pecado!

Sabía que su querencia por las mujeres habría de procurarle nuevas cuitas, pero no quiso resistirse a vivir enlodazado, y optó, ya viudo, por entregarse del todo al Crucificado, pues como vi la llaga del Costado,/ parose el alma en lágrimas bañada:/ hablé, lloré, y entré por aquel lado,/ porque no tiene Dios puerta cerrada/ al corazón contrito y humillado.

Y diz que justo en un mes como el que corre, pero de hace 401 años (esto es, en marzo de 1614), toma las órdenes menores en Madrid, y dos meses después, es ordenado sacerdote. ¡Qué gozo, rediez, experimenta! ¡Qué agradecimiento! ¡Qué plenitud! Mas no por ser cura, no: ¡por ser amado! Y aunque caerá más veces en sus debilidades (al fin y al cabo, esto es lo humano), de entonces a su muerte ya no olvidará lo que le escribe a Cristo Eucaristía en sus Rimas Sacras: Volved los ojos a mirarme humanos;/ que por las sendas de mi error siniestras/ me despeñaron pensamientos vanos./ No sean tantas las miserias nuestras/ que a quien os tuvo en sus indignas manos/ Vos le dejéis de las divinas vuestras.