Por favor... que pase pronto la Navidad - Alfa y Omega

Por favor... que pase pronto la Navidad

Hay mil razones lógicas por las que unas Navidades pueden ser un tiempo no especialmente agradable para muchas personas: la pérdida de un ser querido, las rencillas típicas entre familias que han roto sus lazos, la crisis económica que impide llevar el nivel de vida que uno querría… Pero olvidamos lo fundamental: la Navidad no es un acto social. Es contemplar al Niño recién nacido que ha venido a salvarnos

Cristina Sánchez Aguilar
La tristeza que rodea la Navidad de los padres, también se contagia a los hijos

Por favor, que pase pronto la Navidad… ¿A cuántas personas escuchamos pronunciar esta frase, a medida que se acercan las fechas navideñas? Por supuesto, razones lógicas no faltan al interlocutor: «Echamos tanto de menos al abuelo…, las Navidades sin él no significan nada», cuenta una madre de familia que reconoce que, desde que murió el cabeza del hogar, no se han vuelto a juntar todos los hermanos para cenar juntos en Nochebuena, como hacían desde tiempos inmemoriables. «El pilar que nos sostenía era él; pero desde que murió, hace tres años, apenas hablamos los unos con los otros. Estos días se me vienen encima, no los soporto, porque son para estar en familia y la mía está rota», comenta, entristecida.

Éste es uno de los errores más frecuentes que asolan los corazones -a este lado del mundo, claro está-, cuando se acerca la Navidad. Entender el tiempo navideño, únicamente como una celebración para estar en familia, es evidente que provoca una desazón difícil de superar al pensar en los ausentes. Lógico. Pero es que la Navidad no es estar juntos porque sí. La Navidad se celebra en familia porque se comparte, con aquellos a los que más quieres, el momento del año más importante del cristiano -junto al de la Resurreción-: que Dios, hecho Niño, vino al mundo para redimirnos.

Un rey mago solo en Madrid

J. sabe muy bien qué se celebra el 25 de diciembre. De nacionalidad colombiana, lleva tres años viviendo en Madrid de forma ilegal, trabajando por sueldos míseros y lejos de su familia —su mujer y sus dos hijos—, que se quedaron en Cali, esperando poder reunirse algún día con él en España, aunque ese momento no llega. Cuando las luces de la Plaza Mayor comienzan a alumbrar —el preludio de la gran fiesta—, J. se afana en buscar trabajos extras —él ya trabaja limpiando ventanales subido a un andamio, pero durante los meses de noviembre y diciembre busca «cualquier cosa que surja»— para poder reunir algo más de dinero. Una labor bastante difícil, teniendo en cuenta que no hay trabajo, y que ha sido detenido en cuatro ocasiones y enviado al Centro de Internamiento de Inmigrantes —CIE— de Aluche en tres de ellas, lo que significa que tiene todas las papeletas para ser deportado si le capturan una quinta —con lo que andar por la calle no es especialmente recomendable para él—. Pero J. no ceja en su empeño de conseguir un dinero extra, que no utiliza para enviar a sus hijos y comprarles un bonito regalo navideño, o para darse algún que otro capricho, como el contexto exige. J. lo hace porque cada Navidad —lo hacía en su país, y también lo hace aquí, en Madrid—, se enfunda su traje de rey mago, compra una veintena de regalos nuevos —para eso necesita el dinero—, los guarda en un gran saco y va a un centro de inmigrantes, a repartir sonrisas a los hijos de aquellos que, como él, vinieron en busca de una vida mejor. «La Navidad es para celebrar que Jesús ha nacido, ha venido al mundo. Y eso nos provoca una intensa alegría que queremos compartir con todos, por eso yo busco sacar esa sonrisa a los que peor lo están pasando en Madrid», afirma J. «Me acuerdo de mi mujer y mis hijos, por supuesto, pero no me entristece. Ellos están bien, contentos porque Dios viene al mundo», concluye.

Dolor, abrazado por el Amor

Es muy normal, de todos modos, sentir, en el tiempo navideño, nostalgia por las personas queridas y perdidas. El sacerdote y periodista Manuel Bru, encargado desde hace 12 años de transmitir, en la Cadena COPE, la Misa de Gallo y los diferentes programas del día de Navidad, perdió, precisamente un 25 de diciembre, a alguien muy querido: «No resulta fácil —reconoce Manuel—, porque una cosa es custodiar una serena paz interior por el consuelo de la fe, y saber que el mismo que nació en Belén para nuestra salvación, abrazó en el Gólgota también todos nuestros sufrimientos, y otra muy distinta es ponerse ante un micrófono y tratar de contagiar esa alegría con entereza».

No es fácil, no. Pero aun con el momento duro que supone para él, cada año, ese recuerdo y ese vacío evidente, Manuel sabe perfectamente cuál es el verdadero sentido de estos días y la voluntad de Dios para él: «Cada Navidad me hago violencia para hacerme uno con mis oyentes, que sólo esperan y necesitan el anuncio, sereno pero alegre, de la noticia más gozosa de la Historia. Y hacerme uno con la alegría de la Iglesia, con la fuerza de la Palabra de Dios por ella custodiada y anunciada, con la profunda transmisión de la verdad en la voz del Santo Padre, o de los demás sucesores de los apóstoles».

Manuel Bru lleva doce años llevando la alegría del nacimiento del Dios Niño a nuestros hogares, a través de las ondas, «aunque tampoco oculto —afirma— la experiencia del dolor abrazado por el Amor, porque lo que no oculto es el amor con el que me siento mirado por Dios, cada Navidad, sabiendo que también, por este dolor, ha venido a acampar entre nosotros».

Más regalos, más y más

La Navidad también tiene otra cara de la moneda. La del consumo desproporcionado que se genera con las compras compulsivas de regalos carísimos, por encima de las posibilidades, y de las copiosas comidas. ¡Que no falte de nada, oiga! Desgraciadamente, este modus operandi, que durante tantos años se ha puesto en práctica en España, estas Navidades será imposible para muchas familias de este país. «Esta Navidad es muy triste», cuenta Adela, una madre de familia. «Mi marido y yo estamos en el paro y no vamos a poder regalar a nuestros hijos todos los juguetes que piden», señala, afligida. Otro craso error que se comete en el tiempo navideño. Si no es solamente un asunto de pasar tiempo en familia, menos aún la Navidad es una obligación para comprar todos los caprichos de nuestros hijos, pareja o amigos, o para comer sin medida hasta reventar. Y calificar de tristeza un tiempo de belleza incalculable para el ser humano, redimido y salvado por un Niño nacido en un pesebre, por no poder comprar todos los juguetes pedidos en la carta a los Reyes Magos, es un ejemplo claro de que no se ha comprendido todavía qué estamos viviendo.

Sandra, su marido y sus cuatro hijos acuden, desde hace dos años, a la Misa de Navidad y posterior gran banquete que organiza la Comunidad de Sant’Egidio en Madrid, cada 25 de diciembre, en la que se reúnen más de 800 personas sin hogar al calor del pesebre. Tras vivir, hace tres inviernos, una de las Navidades más duras «pero más bonitas», tal y como las define ella misma, con su marido postrado en una cama, aprendió que lo importante era mirar al Dios Niño desde la más absoluta sobriedad, «para no distraernos por el camino», afirma. Por eso, el día de Navidad, cuando todas las familias preparan la bonita mesa y los alimentos más sabrosos, esta familia se enfunda en sus abrigos y sale a la calle, a servir consomé y carne a quienes no tienen una familia de sangre con la que comer ese día. «Estar en esa celebración, rodeada de los más pobres entre los pobres, es vivir, verdaderamente, qué significa el 25 de diciembre», señala Sandra, también voluntaria de Sant’Egidio cada miércoles, en la ruta por las calles para repartir comida a quienes viven entre cartones.

«Mi vida no es especialmente fácil -reconoce Sandra-, pero tampoco es difícil», señala una mujer acostumbrada a ver la miseria real cada semana. «Yo recomendaría a aquellos que se dejan envolver por la angustia y la tristeza, sobre todo estos días, que miren a su alrededor». Y, sobre todo, «les animaría a mirar al Portal de Belén, a la Sagrada Familia de Nazaret», a quienes no abrieron la puerta en las posadas. Pero ellos no se dieron por vencidos y gracias a su tesón, nació nuestro Salvador.

Un Dios nos ha nacido, nos es dado un Salvador

No hay mal que por bien no venga. Quizá sea momento, este año, en el que muchos no comprenden muy bien qué anuncian las luces de neón, de pararse a contemplar el Misterio de la Navidad. De volver al origen de todo. De no dejarse vencer por el paripé. ¿Y cómo hacerlo? La solución es muy sencilla y está al alcance de cualquiera. No hay más que vivir la Liturgia propia de los días, de adentrarse en las lecturas de la Palabra de Dios, que describen un momento clave para la vida de todo cristiano. De acudir a la parroquia de al lado de casa a celebrar, en comunidad, que ha nacido el Salvador. De vivir la celebración de la Navidad desde la sencillez y la humildad del Niño nacido entre pajas.

Quienes viven así estos días son las Hermanitas del Cordero, una Orden cuya misión es la oración, la itinerancia y la mendicidad -ellas comen, cada día, gracias a la caridad de los madrileños que se acercan hasta la Capilla del Obispo, en la madrileña Plaza de la Paja, donde se les puede acompañar en la Liturgia-. Con esa sobriedad y humildad que las caracteriza, también van a vivir este tiempo navideño, centrado en lo esencial y sin florituras. Acompañarlas en esta vivencia puede ser una gran oportunidad de mirar, única y exclusivamente, al Recién Nacido. Por ejemplo, el sábado, 24 de diciembre, celebrarán la Misa vespertina —todavía de espera— a las 18 horas, y la Misa del Gallo, a las 23 horas. Y el domingo, día de Navidad, habrá una Vigilia Junto al pesebre a las 2:30 horas de la madrugada. A continuación, los fieles podrán acudir a la Misa de la Aurora, a las 8 horas. La Misa del día será a las 12:30 horas; y las Vísperas, a las 19 horas. El resto de horarios de las celebraciones navideñas están disponibles en la Capilla del Obispo.