Radiografía de los prodigios flamencos - Alfa y Omega

Radiografía de los prodigios flamencos

Tres años de estudios técnicos e investigación han hecho posible Una colección redescubierta. Tablas flamencas del Museo Lázaro Galdiano. La exposición muestra esta temporada en Madrid (hasta el 28 de enero) un total de 73 obras de los maestros primitivos flamencos de cerca del año 1500

Lucía López Alonso
La visión de Tondal, de El Bosco. Foto: Museo Lázaro Galdiano

Los comisarios de la muestra Una colección redescubierta. Tablas del Museo Lázaro Galdiano, Didier Martens, profesor de la Universidad Libre de Bruselas, y Amparo López, conservadora jefe del Lázaro Galdiano, ofrecen en ella los valiosos frutos de un intenso trabajo: la restauración de importantes piezas, la realización de más del 50 % de nuevas atribuciones y, sobre todo, haber sacado a la luz casi dos tercios de pintura brabantina oculta en el haber de la colección. Eduardo Barba, por último, presenta en el catálogo de esta instalación, que se puede ver en el Lázaro Galdiano de Madrid hasta el 28 de enero, un análisis exhaustivo de las plantas que aparecen en las representaciones abarcadas.

Meditaciones de san Juan Bautista, de El Bosco. Foto: Museo Lázaro Galdiano

Pero si esta propuesta expositiva hace visible algo, es que el arte no solo se protege y descubre por intercesión de los infrarrojos y radiografías de la ciencia, sino gracias al entusiasmo de mecenas, historiadores y coleccionistas. De personas como Paula Florido y su marido, José Lázaro Galdiano, el editor español que compraba arte porque le apasionaba aprender. Un tipo rico que, entre 1902 y 1930, adquiriendo, aprendiendo, se convirtió en el único coleccionista de la España contemporánea poseedor de un Bosco.

Estas obras de los siglos XV y XVI tampoco habrían sobrevivido sin la labor de las personas que conformaron la Junta de Incautación y Protección del Patrimonio Artístico de principios de la guerra civil española. Esos intelectuales que se encargaron de salvaguardar el tesoro cultural del pasado, pese a que ello no les libraría de la condena al exilio. Un grupo quizá no suficientemente reivindicado por la muestra, aunque muchas piezas que la conforman todavía conserven la etiqueta de la junta.

La coronación de espinas o Las injurias a Cristo, de un seguidor del Bosco. Foto: Museo Lázaro Galdiano

La trascendencia y los sentidos

Siguiendo las escuelas o centros de producción artística, la exposición se divide en cuatro partes. Una pequeña cartografía de ciudades centroeuropeas (Amberes, Bruselas, Brujas, Bolduque…) en las que la producción de los primitivos flamencos se fue trazando a base de cruces, Cristos, instrumentos de la Pasión… pintados al temple graso.

Desde ese sentido religioso, al espectador le puede dar la impresión de que estas tablas flamencas pudieran celebrar dos maneras de entender el arte. Por un lado, la de algunas piezas que brillan porque su contemplación nos hace descender de nuestras cruces, porque provocan en el observador una experiencia estética que produce gozo. Como las obras del Maestro de Flemalle (de finales del siglo XIV) o el Reposo en la huida a Egipto (Pintor de Amberes, fecha desconocida).

Los mejores ejemplos tal vez se encuentren en La visión de la descendencia de santa Emerencia en Monte Carmelo (Maestro Johannes, primer tercio del siglo XVI) y, cómo no, en las Meditaciones de san Juan Bautista (Hieronymus Bosch, ca. 1495). Ambas obras expresan una belleza botánica y misteriosa al mismo tiempo. Que cada día es corto, y que hay que buscar su trascendencia, pero disfrutando también con los sentidos.

La visión de la descencia de santa Emerencia, del Maestro Johannes. Foto: Museo Lázaro Galdiano

El arte que remueve conciencias

En el lado opuesto, estarían los autores para los que el arte es algo que nos ayuda a pensar, aunque no brille. Una especie de monte de los olivos en el que meditar, y preguntarse por la muerte, la vida, los deseos y los miedos. Desde el Retrato mortuorio de un monje (Pieter Pourbus, 1523-1584) a una tabla de una Virgen con el Niño que por detrás muestra una calavera, la colección reúne algunos hallazgos muy originales.

Ejemplos de pintura intimista –«destinada a remover las conciencias», como asegura la comisaria–, entre los que destaca el descubrimiento del Maestro de las Medias Figuras, un genio que en el segundo tercio del siglo XVI le puso a una Virgen un fondo negro y unas cerezas rojas en las manos. Acercándose al Renacimiento italiano, este artista tuvo el acierto de concentrar esa fuerza en tablitas de ocho por ocho centímetros. Cinco siglos después, el acierto sería de Lázaro Galdiano, que se convertiría en su «primer coleccionista sistemático».

Y entonces llega el encuentro con el Bosco, y el espectador descubre que no hay antiguos y modernos, ni lados opuestos, ni dos verdades enfrentadas ni solo dos maneras de entender el arte. El Bosco asombra porque su pintura puede sumergirnos en la reflexión y a la vez diluirnos en el placer de mirar. En una sala de la exposición, el museo exhibe sus Meditaciones de san Juan Bautista junto a dos obras, pertenecientes a un seguidor y a su taller respectivamente: La Coronación de espinas o Injurias a Cristo (ca. 1516) y La visión de Tondal (ca.1445-1516).

Retrato mortuorio de un monje, de Pourbus. Foto: Museo Lázaro Galdiano

Pesadillas en tiempos de hambre

En esa sala sus prodigios dejan atrás a los de los otros flamencos. Así, en las Injurias, llama la atención la mirada perdida y dolorida de Cristo en medio de sus verdugos, cuya conducta los convierte en animales (sus bigotes, sus muecas, su ansia). O el perfil del pajarito que le observa, entre tranquilo y curioso, como el rostro del hombre en el que se apoya. En La visión de Tondal, por su parte, destaca el rostro-monstruo de orejas perforadas, arquitectura sobre la que se tumba una mujer desnuda en cuyo cuerpo se enrosca, como en cualquier Biblia, una serpiente, mientras un ave parece disponerse a azotarla. Ese rostro cuyos ojos son agujeros por los que se cuelan alimañas. Cuya nariz expulsa monedas, frente a otra, más pequeña, que se ha convertido en flauta travesera. En primer plano, extrañas torturas evidencian la degradación humana. Al fondo, un incendio en la ciudad.

Sí, las pesadillas se sucedían porque había que buscar auxilio. Eran tiempos de comercio, pero también de hambre, epidemias y otros desastres. En la sociedad no había pactos, sino súbditos y soberanos. En ese contexto, sin embargo, el Bosco supo iluminar una modernidad que supera a la muchos que vendrían después. Y redujo a cenefas de alas e historias con planteamiento, nudo y desenlace las innovaciones de sus contemporáneos, esos primeros flamencos que pintaron al temple sobre tabla. Fue más transgresor que los transgresores.

Gracias a ese coraje expresivo, hoy entendemos por qué Lázaro Galdiano, aquel tipo rico y culto que quería aprender de lo que compraba, se empeñó en coleccionar obras del Bosco. Un moderno como él. Y por qué en la historia del arte occidental hay un antes y un después de ese Bosco y su taller.