Tres hombres de Dios - Alfa y Omega

Mi diócesis es mi familia. Y las noticias de casa, sobre todo cuando como en esta ocasión son tan buenas noticias, las vivo de otro modo a cuando son de fuera, incluso aún cuando son noticias de Iglesia, pero que no te implican tanto como cuando conoces a sus protagonistas, ni has compartido algo de sus vidas.

Hoy nuestro arzobispo nos daba la buena noticia del nombramiento de tres nuevos obispos auxiliares de Madrid, tres sacerdotes jóvenes. Y me llena de orgullo ser amigo de cada uno de ellos. Se muy bien que son tres hombres de Dios.

Si tuviera que decir además otro rasgo común de los tres diría uno que podría parecer poco importante o relevante. ¡Pero que en el mundo de hoy es importantísimo!: Son normales, personas normales, sacerdotes normales. Es decir: sensatos, equilibrados, modestos, humildes, trabajadores, sencillos… vamos, ¡normales!

Permítanme que me arriesgue a decir alguna característica peculiar y alguna que otra consideración de cada uno de los tres. Desde la amistad, el aprecio y la admiración. Que no son rasgos –como tantas veces se piensa- de subjetividad que entorpezca la objetividad, sino todo lo contrario, de objetividad alcanzada desde la subjetividad.

José Cobo: la inquietud

Coincidí con él en el Consejo Presbiteral a partir del año 2000. Mostraba siempre un gran amor a la Iglesia, y una palabra siempre llena de inquietud por mejorar las cosas, afable y firme a la vez a la hora de discernir situaciones y hacer propuestas. Era la voz de la juventud en un colegio de «decanos». Como buen jurista hacía de «abogado de las causas pobres», esas que son las importantes aunque no siempre aparecen como las urgentes, también en la Iglesia.

Siendo párroco de San Alfonso María de Ligorio, y arcipreste de aquella zona, recuerdo perfectamente el buen rato que pasamos tomando un café junto a otros dos o tres sacerdotes, porque me pareció de una sensatez enorme su visión de la misión de la Iglesia aquí en Madrid, de los muros que había que derribar y de los puentes que había que levantar. No recuerdo si usaba esa terminología. Posiblemente no. ¡Todavía quedaban años para la llegada del pontificado del Papa Francisco y su lenguaje! Pero la idea era esa, el espíritu era ese.

Y nunca olvidaré el reportaje que hicimos desde la Fundación Crónica Blanca sobre el testimonio de los voluntarios de la JMJ Madrid 2011. De las treinta entrevistas que hicimos la suya fue una de las más interesantes. Recuerdo que en la mesa de edición no sabíamos como hacer para quedarnos sólo con dos o tres totales de pocos minutos, que el guion y el ritmo del documental exigían. ¿Qué quitar? Todo lo que decía era tan testimonial, tan hondo, tan importante… Me llamo la atención en aquella entrevista que utilizaba mucho el término «trabajar» para la pastoral: trabajamos mucho la comunión, trabajamos mucho la escucha, etc. Luego me he dado cuenta que es un rasgo típico no sólo de su lenguaje, sino de su manera de entender la vida pastoral. Y me di cuenta del significado que José Cobo da a ese término cuando oí al Papa hablar por primera vez de uno de sus cuatro principios: «el tiempo es superior al espacio», y por tanto, de primar los procesos (trabajar el crecimiento, el acompañamiento…) antes que multiplicar espacios, ámbitos, estructuras…

Estos últimos años que lleva de vicario episcopal de la Vicaría II he disfrutado mucho de su interés y de su saber en la renovación de la catequesis y en el acompañamiento a los catequistas. Y a mí, como delegado de catequesis, me ha ayudado muchísimo en mi tarea. ¡Qué bien hizo don Carlos al incorporarlo al Consejo Episcopal con esta responsabilidad! Detrás de José Cobo hay más de una generación de sacerdotes para los que su testimonio y su palabra tienen, desde hace años, una autoridad moral enorme, el acicate de la inquietud permanente por renovar, por hacer mejor las cosas. Aún siendo el mayor de los tres, José Cobo es la inquietud personificada (por el Reino de Dios, por la sencillez de la Iglesia, por el bien del hombre).

Santos Montoya: la sensatez

A Santos lo conocí cuando fue formador, subdirector y luego director y rector del Colegio Arzobispal-Seminario Menor. Compartí entonces con él su interés por la formación integral de aquellos chavales, y porque supieran, entre otras cosas, conocer el mundo de los medios de comunicación y aprender a manejarse con responsabilidad en el mundo digital.

A su vez, al ser del curso de los ordenados en el año 2000, he tenido siempre la ocasión de compartir con él muchas cosas como con al resto del curso. Un curso de curas muy valiosos, del que de la mano de Oscar García Aguado (que acompañé desde que era un jovenzuelo en mi primera parroquia de San Blas), he podido compartir muchas cosas. Un grupo de sacerdotes jóvenes muy bien preparados, apasionados por la evangelización, y a la vez muy distintos. Un grupo de sacerdotes mucho más jóvenes que yo, pero con los que me rejuvenezco siempre. Con los años la amistad con cada uno de ellos ha ido creciendo. Sobre todo con Ángel Luis Caballero (que tanto me ayuda ahora en la Delegación de Catequesis, que es la alegría y la ilusión sacerdotal personificada), con Goyo Aboín (que tan buen legado me dejo en la Delegación y que en su gran humildad y sencillez oculta una gran sabiduría), con Carlos Zerezuela (ahora en Roma, discreto, inteligente, bueno hasta decir basta) y, entre otros, con Santos Montoya. He querido contar esto porque es muy importante para cada uno ellos la unidad que tienen los unos con los otros. Y que, para los que somos de otras generaciones, es un testimonio admirable.

Santos vive para los demás. Hasta hoy, para su parroquia y su colegio. Hasta quitarle el sueño. Cuantas veces nos ha contado situaciones concretas de la vida pastoral para buscar consejo. Un consejo que no necesitaba, porque su cordura es tan evidente como su elocuencia y su certidumbre, pero siempre abiertas a otras interpretaciones, siempre puestas desde la humildad en la mesa de la comunión.

Estuve no hace mucho con él en la que ha sido hasta ahora su parroquia, Beata María Ana de Jesús, departiendo con jóvenes que ven en él una brújula segura donde contrastar sus sueños, sus aspiraciones, sus problemas. Es transparente, realista, y siempre optimista. Pero Santos es, sobre todo, la sensatez personificada.

Jesús Vidal: el discernimiento

Jesús es un portento. Pero como Santos y como José, esconde sus cualidades para los menos avispados bajo su gran humildad. En un concurso de humildad (lo cual sería una contradicción in terminis), no se quien ganaría de los tres.

Jesús es muy trabajador. Le viene muy bien el dicho de «trabaja como una hormiga». Es decir, en equipo, pacientemente, con perseverancia, con discreción. Sus años como consiliario de la Acción Católica y como Delegado Episcopal de Juventud lo confirman. ¡Cuánto trabajo y que bien hecho! Pero sin hacerse notar. Jesús es además meticuloso. No deja las cosas a medias. Es como el discípulo fiel de la Escritura. Parece que después de dar cuentas de su trabajo (por ejemplo como ecónomo de la Congregación de San Pedro Apóstol de sacerdotes naturales de Madrid), en cuya Junta Directiva llevamos años coincidiendo y compartiendo, dijese sin necesidad de decirlo: «hemos hecho lo que teníamos que hacer».

Siempre ha estado con los jóvenes. Tiene claro que no hay crisis ni de vocaciones a la vida cristiana de los jóvenes, ni a su concreción después en la vocación al matrimonio, a la vida consagrada o al sacerdocio. Sino sólo crisis de condiciones para la escucha, para el encuentro. Pero que cuando los jóvenes encuentran a Cristo se encuentran a si mismos, encuentran el sentido de sus vidas, encuentran su futuro con esperanza. No es sólo una idea que repite, sino una certeza verificada con su vida y con sus años acompañando a cientos de jóvenes.

Y es el más joven, el benjamín de los tres. Pero tan maduro como los otros dos. Es más, la madurez es uno de sus rasgos principales. La madurez personal, la madurez intelectual, la madurez a la hora de sopesar las cosas y tomar decisiones. ¡Cuantas veces le he oído precisar planteamientos, centrar posiciones, encontrar el camino más sabio para hacer bien las cosas! Seguro que sus compañeros del equipo de formadores del Seminario podrían confirmar esto a ojos cerrados recordando miles de situaciones. Lo que se le pide a un rector de Seminario, como a un obispo, es sobre todo esta capacidad de discernimiento. Y Jesús Vidal es sobre todo el discernimiento personificado.

Una nueva etapa

Cuando participen por primera vez en la Asamblea de la Conferencia Episcopal Española, bajara la media de edad de los obispos españoles, y se sumaran al escaso número de obispos, aún no de la generación Z, pero si de la generación Y, que ya son cuasi nativos digitales. Aportarán sabia nueva, y aprenderán seguro mucho de sus hermanos mayores.

Sin duda el nombramiento de estos tres obispos auxiliares es como una nueva etapa dentro de la nueva etapa estrenada hace algo más de tres años en la corta pero intensa historia de la diócesis madrileña, con el nombramiento de Carlos Osoro como arzobispo de Madrid, desde hace algo más de un año Cardenal (con cada vez más responsabilidades para la Iglesia universal), marcada por el lema del Plan Diocesano de Pastoral «entre todos, con todos, para todos». Cada uno de ellos y los tres juntos contribuirán sin duda a seguir trabajando este lema, pero con renovado empeño, unidos a don Carlos y al ya obispo auxiliar desde hace años, Juan Antonio Martínez Camino.

Como son humildes, ejercerán con facilidad esta profunda comunión. Como son buenos e inteligentes, sabrán compartir sus cualidades al fin de la misión. Conociendo a don Carlos, seguro que sabrá sacar lo mejor de cada uno de ellos, pero sobre todo sabrá dirigir con ellos, como buen compositor musical, un concierto armónico que entone, con la vida, la música y la letra de la comunión y la misión de la Iglesia que peregrina en Madrid.