La Gran Guerra en la ficción - Alfa y Omega

La Gran Guerra en la ficción

Javier Alonso Sandoica

Celebrar efemérides puede antojársenos tarea desagradable cuando arrastra las hojas secas del dolor. Es el caso de la Guerra del 14, que contó con más de 9 millones de muertos e infinidad de familias heridas en su misma raíz. Europa, que tenía la panza llena y se pavoneaba de su perfecta ilustración, estalla en una guerra que implica a las potencias más prósperas.

No es fácil ir al detalle del conflicto. El próximo lunes, sin ánimo de jugar con chistes de humor negro, se cumplen cien años del pistoletazo de salida de la contienda. Muchos ensayos han nacido con el afán del rigor y la documentación, pero quiero referir aquí algunas obras de ficción que llevan en sus entrañas el delirio de la Gran Guerra y la belleza del saberlo contar. El final del desfile, de Ford Madox Ford (editorial Lumen), es una de las novelas cumbre sobre el conflicto. La Marcha Radeztky, de Joseph Roth (editorial Edhasa), es singularmente apasionante, porque detalla la caída del imperio austro-húngaro desde las cuatro generaciones de una familia, los Trotta. Pero hay dos opúsculos que merecen detenimiento por su exquisitez. El busto del emperador (editorial Acantilado), también de J. Roth, es una bellísima parábola antinacionalista. Es la historia de un conde incapaz de reconocer la caída del imperio austro-húngaro, por eso coloca ante su casa un busto del último rey de los Habsburgo.

Y acaba de aparecer 14 (editorial Anagrama), la última novela del aclamado Jean Echenoz, un relato estremecedor y también brevísimo de la guerra del 14. Dentro de las escenas de barbarie, hay momentos de hermosísima humanidad. El arranque es un canto a la verdadera visión del hombre ante la realidad. El protagonista, que en breve va a ser movilizado, llega con su bicicleta a lo alto de una colina a disponerse a leer: ahí está todo, el hombre es un ser agradecido y asombrado de que las cosas estén bien hechas. En otro momento, asistimos a la deserción de un soldado porque tan sólo quería «rastrear los indicios de la primavera», al tiempo que necesitaba del silencio y de la contemplación de los animales en los bosques. La guardia francesa lo arresta por deserción. Echenoz define el campo de batalla como un lugar que huele a cerrado, donde hay una mano en el suelo con una alianza en su dedo anular… el horror.