Por no mirar al cielo - Alfa y Omega

Estábamos dos hermanas acostando a una de las mayorcitas de la comunidad, sor Visitación, con bastante demencia, y comentábamos acerca de algunas dificultades que, en ese día, se habían producido en la convivencia. Cuando nos despedíamos nos dijo –de forma sorprendente, porque apenas habla–: «Eso os pasa por no mirar al cielo».

Con frecuencia se oyen frases como: «Hay que ser realista», «debemos pisar tierra», «no se puede vivir en las nubes», «también hay que comer»… Siempre que las escucho surge en mi interior un interrogante: ¿Tendrán razón estas voces? ¿Será legítimo mirar y desear vivir ya como en el cielo?

Todos rezamos: «Padre nuestro que estás en el cielo». San Pablo nos recuerda que: «Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó […] nos ha resucitado con Cristo y nos ha sentado en el cielo con Él» y que «somos ciudadanos del cielo». E insiste: «El primer hombre hecho de tierra era terreno, el segundo hombre es del cielo» y «ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba […] pensad en las cosas de arriba no en las de la tierra».

Es evidente que mirar al cielo no se lleva, no está de moda. La tendencia actual, incluso entre los religiosos, es arreglar las cosas mediante nuestro esfuerzo intelectual y práctico, la técnica y el control. Todo tiene que tener una buena organización logística, un objetivo de utilidad y conseguir un beneficio visible. Pero mientras tanto la humanidad sufre en el alma una herida, agoniza porque ve que se pierde su herencia espiritual.

Mirar al cielo supone una rebeldía, oponerse a una cultura mundial sin alma, consagrada a los éxitos y a la eficiencia. Supone desear que predomine la visión transcendente en la realidad cotidiana, existir según la dimensión contemplativa.

Quizás esta reflexión no convenza a muchos, pero seguro que será acogida por todos aquellos que desearíamos poder seguir el consejo de sor Visitación y vivir mirando al cielo.