Francisco clama en Nápoles contra la mafia y la corrupción - Alfa y Omega

Francisco clama en Nápoles contra la mafia y la corrupción

Francisco arremetió este sábado en Nápoles contra la corrupción y la Camorra, la mafia napolitana, dos caras de la misma moneda (la una no existiría sin la otra) que hipotecan el presente y el futuro de esta región del sur de Italia

Redacción

«Queridos napolitanos, ¡no es dejéis robar la esperanza!», dijo el Papa en una multitudinaria Misa celebrada en la céntrica Plaza del Plebiscito.

«No cedáis a las lisonjas de ganancias fáciles o rentas deshonestas. Esto es pan para hoy y hambre para mañana», advirtió el Papa. «¡No traen nada! Reaccionad con firmeza a las organizaciones que explotan y corrompen a los jóvenes, a los pobres y a los débiles, con el cínico comercio de la droga y otros crímenes ¡No os dejéis robar la esperanza! ¡No dejéis que vuestra juventud sea explotada por esta gente! ¡Que la corrupción y la delincuencia no desfiguren el rostro de esta bella ciudad!».

«A los criminales y a todos sus cómplices», el Papa les exhortó «humildemente, como hermano», a convertirse «al amor y a la justicia! ¡Dejaos encontrar por la misericordia de Dios! ¡Sed conscientes de que Jesús los está buscando para abrazaros, para besaros, para amaros más. Con la gracia de Dios, que perdona todo, es posible volver a una vida honesta. Os lo pido con las lágrimas de las madres de Nápoles, mezcladas con las de María».

Explotar al inmigrante es corrupción

La corrupción y la mafia fueron también los temas que centraron el encuentro de Francisco con los habitantes del brahui Scanoua en la Plaza Juan Pablo II. El Papa dejó a un lado en varios momento el discurso que llevaba preparado para dialogar con los asistentes.

Que Nápoles no sucumba a la Camorra. «Pertenecéis a un pueblo con una larga historia, atravesada por vicisitudes complejas y dramáticas», dijo el Papa, que pidió a los napolitanos «conseguir que el mal no tenga nunca la última palabra». «El que voluntariamente emprende el camino del mal –añadió– roba un trozo de esperanza… Lo roba a sí mismo y a tanta gente honrada y trabajadora, al buen nombre de la ciudad, a su economía».

Nadie puede decir que está a salvo de la corrupción, porque es muy fácil caer víctima de ella, y «deslizarse hacia los negocios fáciles», advirtió. Una forma de corrupción es «la explotación de las personas». «Un cristiano que deja entrar dentro de sí la corrupción, no es un cristiano», exclamó Francisco. «Hiede».

El Papa se refirió en particular a la inmigración. Una sociedad que cierra las puertas a los emigrantes y no da trabajo a la gente, dijo, es una sociedad corrupta, una sociedad descompuesta.

Una inmigrante filipina le habló de los problemas que afrontan las personas sin hogar. Francisco contestó que los emigrantes no solo tenían que estar seguros de ser amados y queridos por Dios, sino también la certeza de ser ciudadanos.

La falta de trabajo –prosiguió– es un signo negativo de nuestro tiempo, de un sistema que descarta a la gente y esta vez el turno les ha tocado a los jóvenes que no pueden esperar en un futuro. El Papa reiteró que el desempleo, el no poder llevar el pan a casa, comporta para el que lo padece la pérdida de la dignidad. Y denunció las formas de explotación laboral, como el trabajo sin contribuciones a la Seguridad Social o a la jubilación. No puede llamarse cristiana la persona que propone un trabajo de once horas al día sin seguro de ningún tipo pagado poco y mal y que, ante la perplejidad del trabajador, le dice que, si no está dispuesto a aceptar, hay muchos otros dispuestos a ocupar su puesto. Francisco se refirió a esta forma de explotación como esclavitud, e invitó a todos a combatirla de raíz, a luchar por la dignidad y a no callar ante la injusticia.

Necesitamos «buena política»

Para hacer frente a problemas como estos, es necesaria una «buena política», a la que el Papa se refirió como «una de las manifestaciones más altas de la caridad, del servicio y del amor». «Haced una buena política –pidió–, pero entre vosotros: la política se hace todos juntos».

«Nápoles –concluyó Francisco– está siempre dispuesta a resurgir, haciendo palanca sobre una esperanza forjada con mil pruebas y por lo tanto, un verdadero recurso con que contar siempre. Su raíz está en el ánimo de los napolitanos, en su alegría, en su religiosidad, en su piedad… Os deseo que tengáis el valor de salir adelante con esta alegría… el valor de no robar jamás la esperanza a ninguno… Os deseo que sigáis adelante buscando fuentes de empleo, para que todos tengan la dignidad de llevar el pan a casa y de salir adelante con la limpieza del alma propia, con la limpieza de la ciudad, con la limpieza de la sociedad, para que no haya ese hedor que da la corrupción».

Palabras finales de la homilía del Papa en la Plaza del Plebiscito

«Queridos napolitanos, ábranse a la esperanza! ¡Y no se dejen robar la esperanza! No cedan a las lisonjas de ganancias fáciles o rentas deshonestas. Esto es pan para hoy y hambre para mañana. ¡No trae nada! Reaccionen con firmeza a las organizaciones que explotan y corrompen a los jóvenes, a los pobres y a los débiles, con el cínico comercio de la droga y otros crímenes ¡No se dejen robar la esperanza! ¡No dejen que su juventud sea explotada por esta gente! ¡Que la corrupción y la delincuencia no desfiguren el rostro de esta bella ciudad! Aún más ¡que no desfiguren la alegría de su corazón napolitano!

A los criminales y a todos sus cómplices, hoy yo, humildemente como hermano les repito: ¡conviértanse al amor y a la justicia!

¡Déjense encontrar por la misericordia de Dios! ¡Sean conscientes de que Jesús los está buscando para abrazarlos, para besarlos, para amarlos más. Con la gracia de Dios, que perdona todo, es posible volver a una vida honesta. Se lo pido con las lágrimas de las madres de Nápoles, mezcladas con las de María, la Madre celestial invocada en Piedigrotta y en tantas iglesias de Nápoles. Que estas lágrimas ablanden la dureza de los corazones y reconduzcan a todos por el camino del bien.

Hoy comienza la primavera y la primavera trae esperanza: tiempo de esperanza. Y el hoy de Nápoles es tiempo de rescate para Nápoles: éste es mi deseo y mi ruego para una ciudad que tiene en sí tantas potencialidades espirituales, culturales y humanas. Y, sobre todo, tanta capacidad de amar. Las autoridades, las instituciones, las diversas realidades sociales y los ciudadanos, todos juntos y concordes, puedan construir un futuro mejor. Y el futuro de Nápoles no es el de replegarse resignada sobre sí misma, sin abrirse con confianza al mundo. Esta ciudad puede encontrar en la misericordia de Cristo, que hace nuevas todas las cosas, la fuerza para ir adelante con esperanza, la fuerza de tantas existencias, tantas familias y comunidades. Esperar ya es resistir al mal. Esperar es mirar el mundo con la mirada y el corazón de Dios. Esperar es apostar sobre la misericordia de Dios, que es Padre y perdona siempre todo.

Dios, fuente de nuestra alegría y razón de nuestra esperanza, vive en nuestras ciudades. ¡Dios vive en Nápoles! Que su gracia y su bendición sostenga el camino de ustedes en la fe, en la caridad y en la esperanza, los propósitos de bien y de rescate moral y social de ustedes. Hemos proclamado todos juntos a Jesús como Señor. Volvamos a hacerlo al final otra vez. ¡Jesús es el Señor! Todos, tres veces: ¡Jesús es el Señor!

¡Y que la Virgen los acompañe!»