Sociedad sin responsabilidad - Alfa y Omega

Sociedad sin responsabilidad

Durante años ha estudiado la sociedad líquida y el amor confluente, que dura hasta que se acaba el interés de una de las dos partes. Pero, cuando quiere hablar del Amor verdadero —con A mayúscula—, el sociólogo Zygmunt Bauman vuelve los ojos hacia Janina, la mujer que permanece a su lado desde hace sesenta años, y responde así en esta entrevista recientemente publicada en el diario italiano Avvenire:

Avvenire

¿Cuál es su experiencia personal acerca del amor?
Janina y yo sabemos que estar juntos significa también sacrificio y aceptación del otro, incluso cuando se trata de algo fatigoso. Pero, para nosotros, permanecer juntos, querernos y estar unidos hasta que la muerte nos separe es una perspectiva muy bella, más que estar separados y disfrutando de la libertad de la soledad. Por eso, pienso que el Papa ha acertado al hacer un llamamiento a la sociedad de hoy —que evita los lazos duraderos y exclusivos— a la totalidad del amor. Es una llamada contracorriente, tan necesaria en la actual dictadura del consumismo, que penetra cada fisura de nuestra existencia, fagocitando incluso aquello que es lo más grande: el amor.

¿Por qué los hombres de hoy parecen incapaces de amar para siempre?
Porque vivimos en una sociedad que se ha modelado en torno al usar y tirar, al deseo de consumir, a la ausencia de responsabilidades. El consumo como medida de nuestras acciones no favorece la lealtad y la dedicación hacia el otro. Al contrario, apoya una visión de la vida en la que se pasa de un deseo a otro, en la que se abandona lo viejo por la novedad. La cláusula Si no queda satisfecho, le devolvemos su dinero se ha convertido en el paradigma de toda relación. Eso acaba también con el amor.

¿Pero todo ello no supone una mayor libertad para el hombre moderno?
Ésta era la promesa sobre la que se ha basado la nueva sociedad: la liberación individual. Pero esta promesa se ha revelado falsa. Muchos, de hecho, creen —erróneamente— que la cantidad de relaciones compensaría la falta de calidad. Hoy, las relaciones se han vuelto débiles, de modo que nos agarramos a cualquier cosa que nos pueda dar un poco de satisfacción. El hecho es que así —como recuerda Benedicto XVI en la encíclica— la cosa no funciona. En realidad, cuanto más tienden las relaciones a romperse o a convertirse en algo de usar y tirar, menos motivación tiene la pareja para combatir las dificultades que comporta el permanecer juntos. Después de todo, cuando dos personas se encuentran, cada uno lleva consigo su propia historia personal, que necesita ser conciliada con el otro, que, a su vez, tiene una historia diferente. Se trata de una convivencia de personas distintas, y es impensable que salga adelante sin comprometerse o sin sacrificios.

¿Hay futuro para esta fluidez en las relaciones y, por tanto, en el amor?
Ésta es la paradoja de esta posmodernidad líquida: cuanto más evitamos empeñarnos en relaciones estables y duraderas, por temor a establecer vínculos fuertes, más necesidad tenemos de relaciones sólidas. Delante del para siempre nos descubrimos atemorizados; sólo que, sin un empeño exclusivo y duradero, nuestros lazos se hacen frágiles, y las relaciones amorosas se vuelven exasperadamente inseguras. Esto crea un estado de inseguridad permanente, en el que se ahoga el hombre de hoy, así como un futuro oscuro y cargado de consecuencias, que no podremos evitar si no cambiamos de rumbo.

Benedicto XVI dice que el amor pleno es posible.
Cierto. Es una cuestión de elegir los valores que supone el estar juntos. Se trata de la fuerza del amor, que considera el sacrificio por el bien del amado como algo natural, dulce y lleno de alegría, en lugar de una carga pesada, como algunos creen. El ágape, esto es, el verdadero amor, aquello que todos soñamos y de lo que tenemos realmente necesidad para sentirnos a salvo en un mundo lleno de inseguridades, no puede ser otra cosa que altruista e incondicionado. Para alcanzar esto, la iniciativa debe partir de uno mismo.

El Papa Benedicto XVI insiste en no separar el eros del ágape.
Lo contrario supone uno de los grandes errores de nuestro tiempo: separar el sexo del amor y de los lazos espirituales, así como de la responsabilidad moral que conlleva. Los expertos nos dicen que enamorarse es sólo una reacción química que activa en el cuerpo la producción de dopamina; así, el sexo se convierte en un objeto de consumo más. En realidad, el eros no se puede separar del ágape, so pena de traicionarlo.

Pierangelo Giovanetti / Avvenire