Mi sobrino autista - Alfa y Omega

Cuando me presenté en el Arzobispado de Madrid con unas flores para el cardenal Osoro, las caras de perplejidad se iban multiplicando. No parece propio de un sacerdote llevar flores a su obispo. Sin embargo, me daba igual lo que pensasen. Hasta su secretaria no sabía dónde ponerlas. Cuando llegó don Carlos se quedó sorprendido, pero entonces le expliqué el motivo de tal insólito regalo. Tengo un sobrino con autismo. Se llama Víctor y tiene 12 años. Su colegio específico de autismo, que ha realizado una atención excelente estos últimos años, estaba buscando un terreno para ubicarse, dado que tenían que abandonar la sede de los últimos años. Una de las posibles soluciones era que el Arzobispado de Madrid cediese un terreno para poder continuar con este proyecto educativo tan necesario para este colectivo tan específico. Hay muy pocos colegios de autismo. Los padres del niño habían explicado personalmente a don Carlos la importancia de seguir con ese proyecto, en el que tantas familias de niños con autismo han encontrado un descanso y una esperanza. Las familias de estos pequeños saben muy bien la relevancia de un buen colegio. La decisión final costó bastante, y muchos meses de debate. Por fin, se cedió el terreno para este singular colegio. Las flores que yo le traía al cardenal decoraban una maceta hecha por los mismos niños de ese colegio. Era el agradecimiento de los pequeños a don Carlos. Él me contó que, efectivamente, había sido compleja la decisión final, porque suponía una pérdida económica para el Arzobispado, pero él mismo se empeñó en ayudar a estos niños. Me dijo que «la Iglesia tiene que estar con los que más sufren, al lado de estas familias, de lo contrario, no tendríamos voz para hablar al mundo». Bien se merece unas flores.