La geopolítica de la fe - Alfa y Omega

La geopolítica de la fe

Se cumplen 40 años de la muerte de Giorgio La Pira, el alcalde florentino que desafió los tiempos convulsos de la guerra fría y el conflicto en Oriente Medio con iniciativas de paz que debían desarrollar los alcaldes de las grandes ciudades del mundo

Antonio R. Rubio Plo
Giorgio La Pira, futuro alcalde de Florencia, durante un discurso en campaña electoral, en mayo de 1960. Foto: Fundación Giorgio La Pira

Se acaban de cumplir 40 años de la muerte de Giorgio La Pira, aquel extraordinario alcalde de Florencia que en la década de 1950 tuvo la osadía de reunir en su ciudad a otros alcaldes del mundo y a políticos de las distintas orillas del Mediterráneo. Eran los años de la guerra fría y de la agudización del conflicto de Oriente Medio, acompañados del miedo a un apocalipsis nuclear. En tales circunstancias, La Pira desarrolló iniciativas de paz cuyos protagonistas habrían de ser las grandes ciudades del mundo y sus alcaldes, y viajó a través del planeta llegando a Moscú, Pekín o Hanoi en su afán de buscar la erradicación de la guerra y el acercamiento entre los pueblos.

Es fácil concluir que La Pira, actualmente en proceso de beatificación, sería un incomprendido, un hombre destinado a ser calificado, entre otros adjetivos, de «ingenuo», «tonto útil», «compañero de viaje» o «comunista de sacristía». Sus viajes, cartas y conversaciones, dirigidas en muchas ocasiones a dirigentes políticos declaradamente ateos, comunistas o nacionalistas exacerbados, solían despertar el escéptico comentario de que iba a ser manipulado por gobernantes sin escrúpulos y la acusación de que cualquiera de sus iniciativas solo serviría para comprometer a la Iglesia. Giorgio La Pira resultaba así un profeta incómodo tanto para políticos de su partido, la Democracia Cristiana, como para miembros de la Curia vaticana. Pero todas las críticas, de entonces y de ahora, sobre La Pira se obvian matices que se podrían comprender en personas alejadas de la Iglesia, pero que se entienden bastante menos en quienes dicen practicar la misma fe. Lo cierto es que Giorgio La Pira fue un profesor universitario capaz de asombrar con su conocimiento del Derecho Romano y al mismo tiempo manifestar la piedad de un niño y el saber de un teólogo en su trato con la Virgen María. Nuestra actitud hacia él debería ser la misma que expresó el cardenal Benelli, arzobispo de Florencia, en su funeral: «No se puede entender nada acerca de Giorgio La Pira si no se coloca en el plano de la fe».

El realismo de la utopía

Desde la óptica de un analista político al uso, las iniciativas de La Pira en favor de la paz parecían desprovistas de toda lógica. En el caso del conflicto del sureste asiático en la década de 1960, una entrevista con los dirigentes de Vietnam del Norte, Ho Chi Minh y Van Dong, no resultaba muy útil porque la intención de aquellos líderes, y también las de Moscú y Pekín, era extender el comunismo a toda la península de Indochina haciendo realidad la alarmista teoría del dominó formulada años antes por el secretario de Estado, John Foster Dulles. En la perspectiva de la política exterior americana no había que escatimar medios para impedir la expansión comunista: extender el escenario del conflicto y no descartar incluso una guerra nuclear preventiva contra China, tal y como sugiriera Mac Arthur en Corea, aunque esto le costara su destitución por Truman. En cambio, La Pira, con sus saberes históricos y filosóficos, se daba cuenta del error de tratar a los países comunistas como si fueran un bloque monolítico e impermeable. De hecho, pronosticó el papel que podría jugar Polonia en un futuro no tan lejano, un puente entre dos Europas destinadas a unificarse. Del mismo modo, consideró a Vietnam como la Polonia, o incluso la Yugoslavia, de Asia. No lo percibían así los estrategas americanos con sus campaña de bombardeos sistemáticos del territorio vietnamita, que solo servían, según La Pira, para destruir el equilibrio político asiático. Los calificaba además de «estupidez antihistórica», pero esa franqueza le costó ser tachado de filocomunista. Sin embargo, en una de sus cartas privadas al Papa Pablo VI, llegó a recomendarle que visitara Vietnam como peregrino de la paz, pues tenía el convencimiento de que «ganar» Vietnam equivalía «ganar» a China y a toda Asia. Y a quien le dijera que su planteamiento era utópico, La Pira le respondía que esa supuesta utopía era la respuesta adecuada ante una guerra nuclear. La «utopía» era el mejor realismo ante la posibilidad de la destrucción del ser humano y del planeta. No es extraño que el político italiano mostrara su complacencia con la visita de Nixon a China en 1972 y asegurara que la historia se estaba poniendo en movimiento.

Giorgio La Pira estaba dotado de paciencia, pero no hasta el extremo de guardar silencio ante las acusaciones de simpatías hacia el marxismo. En otra de sus cartas al beato Pablo VI, señalaba que su estructura mental era tomista y que su oración diaria se alimentaba de meditaciones de la Biblia y de las enseñanzas de los Papas, especialmente desde Pío XII. Las acusaciones no eran lógicas: quien siempre había permanecido vinculado a los principios metafísicos y teológicos de Aristóteles y santo Tomás de Aquino, nunca podría degustar otras teologías como las del marxismo, no tan novedosas porque su fundador se había limitado a sustituir la escatología bíblica por la construcción de un reino de este mundo.