Cardenal Rouco: «Antes del cristianismo, no existía Europa» - Alfa y Omega

Cardenal Rouco: «Antes del cristianismo, no existía Europa»

Es dramático que Europa, nacida de «las raíces cristianas que alimentan los hijos de san Benito», pierda la fe. Por tanto, es urgente volver a evangelizar el Viejo Continente. Así respondía a Javier Alonso Sandoica, en COPE, el cardenal arzobispo de Madrid, antes de clausurar el congreso sobre El monacato benedictino y la cristianización de Europa

Redacción
El cardenal Rouco, junto al abad del Valle de los Caídos, durante su intervención en el I Congreso Internacional Benedictino

Clausura usted hoy el I Congreso Internacional Benedictino.
El título de la conferencia es La Iglesia en la Europa de hoy, un tema muy sugerente y muy actual, y que planteado en el contexto de la tradición benedictina, adquiere un relieve especial. Los benedictinos han sido protagonistas principalísimos en el primer devenir de Europa, una Europa que fue cristiana antes de que se llamase Europa. No hay una Europa a la que se le haya aplicado el toponímico de Europa que no fuese cristiana. Comienza a ser Europa cuando nace de las raíces cristianas que alimentan en gran medida, una profundísima y realísima medida, los hijos de san Benito.

¿Qué está pasando en Europa, donde el número de niños cada vez es menor, donde está el drama del abandono de las raíces cristianas…?
Benedicto XVI, al final de su pontificado, y sobre todo en su viaje apostólico a Alemania a finales de septiembre de 2011, definió la situación de Europa como una crisis de fe. Y efectivamente, si una realidad histórica, humana, cultural, incluso espiritual, de un gran conjunto de pueblos nace en su unidad con ese espíritu y con fines que tienen que ver con una visión del hombre y del mundo que trasciende el vivir de tejas para abajo; si ese horizonte y esas raíces se pierden, se pierde también la realidad humana y los valores que constituyen a esa gran familia de pueblos y naciones que es Europa. Eso ha ocurrido en gran medida. El Papa Benedicto XVI tenía razón: la crisis de Europa es una crisis de fe. Incluso contemplada en los aspectos que más saltan a la vista y más dolorosos para la gente: la crisis económica, la falta de trabajo, la facilidad con que se rompen los matrimonios, el descenso más que alarmante de la natalidad. Es una situación complejísima, muy dolorosa, pero su causa honda es la que señalaba Benedicto XVI.

Si la crisis de Europa es una crisis de fe, ¿por qué seguimos hablando de una solución técnica?
Hay aspectos técnicos que hay que abordar también. La fe no suple las responsabilidades humanas, y las energías y las fuerzas a la hora de resolver los problemas de la producción de bienes necesarios para vivir, para el desarrollo de la cultura y de los grandes bienes espirituales del hombre, incluidos los religiosos. Lo que falla es que ese conjunto de medios y de recursos empiezan a escasear porque nacen del hombre, que es un ser profundamente espiritual, y a veces se dispone mal de ellos, se utilizan en contra de lo que exige la caridad cristiana, la justicia, el sacrificio, la entrega. Al final, dispones de muchos recursos económicos; has resuelto, hasta cierto punto, los problemas de la economía, pero muy a corto plazo. Pronto volverá otra crisis si no se resuelve el problema del alma, de la conciencia moral y de la fe.

El cardenal Rouco, presidiendo la Misa de clausura

¿Cómo podemos evangelizar Europa al inicio del tercer milenio?
Europa ha sido evangelizada hace mucho tiempo: prácticamente hace dos mil años la Europa del sur. La del centro y del norte, al menos, hace mil. Ése es el aspecto más dramático: que una Europa evangelizada tan pronto, con tanta frescura, pierda la fe. El Sínodo de Europa del año 1999 y la Exhortación postsinodal Iglesia en Europa lo caracterizan como una apostasía silenciosa. Se produce la paradoja de que el continente más evangelizado tiene que ser evangelizado de nuevo, y en condiciones que no son las mismas en que se encontraban Santiago o Pablo, ni tampoco los Padres de la Iglesia hispánica después de la invasión musulmana. La situación actual exige una generosidad evangelizadora que incluya una gran claridad y fidelidad en el conocimiento del Señor, que exige una gran consecuencia en la vida, a la hora de convertirla en esperanza para todos, y hacerla práctica en el testimonio de la caridad que llegue y toque el corazón con ese hálito de la misericordia de la que nos habló tantas veces el Papa Juan Pablo II y ahora, de una manera muy cercana, muy concreta, el Santo Padre Francisco.

Un reto es que un continente que pierde la fe necesita nuevos santos.
Evidentemente. El cristiano completo es lo que llamamos el santo. Hay que recordar que la mejor definición de santidad es: «El que es santo como Dios es santo»; o lo que es lo mismo, el que vive la caridad, el amor en perfección. Dios es amor. La Trinidad sólo se entiende bien en esa categoría del amor verdadero que nace de esa relación del Padre con el Hijo, del Hijo y el Padre en el Espíritu Santo y que toma cuerpo en la Encarnación. Dios está presente en todas partes, pero ahora Cristo, el Hijo de Dios vivo, también está en todas partes no sólo como Dios, sino como hombre, y en la Iglesia de una forma especialísima, en sus sacramentos y en la Eucaristía de una forma paradigmática. Desde este punto de vista, la evangelización prosperará cuando al Iglesia y sus hijos caminen clara y consecuentemente, con paciencia, con caídas, levantándose, pero siempre con el objetivo claro: hay que ser santos.