De misión con un peluche y tres libros - Alfa y Omega

De misión con un peluche y tres libros

Martina y Miriam tienen solo 12 y 14 años, pero están viviendo la gran aventura de su vida como misioneras en Ecuador y Venezuela. Y tú, ¿te atreves a ser misionero?

María Martínez López
Martina, en su casa de Puyo. Foto: Obras Misionales Pontificias

Atrévete a ser misionero es el lema con el que, el 28 de enero, se celebra la Jornada de Infancia Misionera. Martina, de 12 años, lo vivió en primera persona hace tres años, cuando salió con sus padres y sus tres hermanos hacia Puyo (Ecuador), como familia misionera, enviada por el movimiento Christifideles Laici. «Veía mi maletita, y pensaba: “Ahora toda mi vida está en ella”. Me llevaba ropa de verano, unas muñecas, mi oso de peluche y tres libros».

Cuando llegó el momento de partir, Martina estaba muy nerviosa y asustada. «Era la primera vez que salía de España. No fue nada fácil, ya que tuve que despedirme de los abuelos, los primos, los tíos… y dejar a todos mis amigos, el colegio, la casa… todo lo que conocía». Ahora, al repasar el diario en el que va escribiendo sus experiencias, se da cuenta de que está viviendo una gran aventura.

Al principio, todo en Ecuador le resultaba diferente. «Me costó adaptarme al nuevo clima, con tanta lluvia; al vocabulario, la comida, los bichos… Pero todo el mundo me recibió con los brazos abiertos y me ha ayudado mucho. Ahora tengo muchos amigos, los mejores que he tenido. Mis mejores amigas se llaman Mariela, Naomí y María José».

Y, dentro de una familia misionera, ¿cuál es el papel de Martina? «Yo no hago tanto como mis padres, que se llaman Álex y Karen. Pero sí doy ejemplo yendo al colegio cada día, tratando de ser estudiosa y haciendo nuevos amigos, con los que a veces hablo de Jesús. Quiero hacer siempre lo que Dios quiera».

Una casa para todos

Miriam también es hija de una familia misionera, en este caso del Camino Neocatecumenal. Vive en Cumaná (Venezuela). «Aquí hay mucha pobreza y mucha violencia. No puedo salir normalmente como en España». A veces, coge comida de casa para compartirla con otras personas. «Aunque pasamos precariedad, nunca nos falta la cena, y a ellas sí». Eso sí, «aquí tenemos unas playas preciosas, y a pesar de todo hay gente maravillosa».

Ella ya es un poco mayor, tiene 14 años. Y se ha ido dando cuenta de que puede hacer mucho como misionera. «La mayoría de los padres de mis amigos están separados. Muchos no conocen lo que es una familia donde viven los hijos con su padre y su madre». Algunas jóvenes de su edad ya tienen bebés, porque se buscan novios que les den el cariño que no reciben en casa.

«A una chica que me pidió que la aconsejara sobre esto, le dije que pidiera ayuda a Dios, que hablara con sus padres y que además siempre podría contar conmigo. A mis amigos les encanta venir a mi casa porque no sienten la violencia que viven en las suyas. Dicen que nuestra familia es diferente». Y, a través del amor que ven allí y de cómo les hablan de Dios, «muchos amigos y vecinos han entrado en la Iglesia y se sienten queridos».