Leer es vivir dos veces - Alfa y Omega

Leer es vivir dos veces

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Foto: REUTERS/Jim Young

«La pasión de Bastián Baltasar Bux eran los libros. Quien no haya pasado nunca tardes enteras delante de un libro, con las orejas ardiéndole y el pelo caído por la cara, leyendo y leyendo, olvidado del mundo y sin darse cuenta de que tenía hambre o se estaba quedando helado… Quien nunca haya leído en secreto a la luz de una linterna, bajo la manta, porque papá o mamá, o alguna otra persona solícita, le ha apagado la luz con el argumento bien intencionado de que tiene que dormir… Quien nunca haya llorado, abierta o disimuladamente, lágrimas amargas, porque una historia maravillosa acababa y había que decir adiós a personajes con los que había corrido tantas aventuras, a los que quería y admiraba, por los que había temido y rezado, y sin cuya compañía la vida le parecería vacía y sin sentido…»: así comienza La historia interminable, de Michael Ende, la crónica de un viaje de ida y vuelta desde la realidad a la fantasía, desde la imaginación a la vida, gracias a un medio de transporte único y fascinante: un libro.

Literatura, leer: palabras que evocan algo más que frías estadísticas, índices de lectura o cifras de los más vendidos. Tienen más que ver con el milagro concreto e íntimo de abrir un libro y entrar en un mundo distinto; de tocar sus páginas y acariciar a quienes nos hacen sufrir y reír, amar y llorar; de hundir el rostro en el papel impreso, como quien acerca una caracola al oído para escuchar el sonido del mar. Son palabras, en definitiva, que remiten al placer de leer, de vivir dos veces: lo que somos y lo que leemos.

Lecturas imprescindibles

La lectura es una afición que nace de niño, extensión natural de las historias que contaban los abuelos en noches de luna oscura junto al fuego. El escritor Juan Manuel de Prada hace memoria de sus primeros momentos con un libro entre las manos: «Yo fui una de esas personas que aprendieron a leer casi al mismo tiempo que a hablar. Recuerdo la imagen de la sala infantil de la biblioteca pública de Zamora; mis primeros recuerdos conscientes de libros están ligados a ese lugar. Leía de todo. Recuerdo especialmente una colección de libros juveniles y los tebeos de Tintín y de El Jabato, y también Ágata Christie. Yo creo que el placer de la lectura está asociado al misterio; se disfruta más cuando hay algo que se te resiste, que no entiendes del todo, porque es eso, precisamente, lo que te impulsa a buscar más, a querer comprender». De Prada también comenta cuáles son sus libros imprescindibles: «Un autor al que leí de niño y que me ha seguido gustando con los años es Edgar Allan Poe, que fue para mí una lectura casi iniciática. Otro escritor que me perturbó mucho fue Dostoyevski, con todo su mundo de culpa y dolor; me marcó mucho. Otro autor muy importante en determinado momento de mi vida fue Marcel Proust, pues me ayudó mucho en mi vocación de escritor, y en comprender cómo la memoria se puede convertir en motor de la creación literaria. Cuando comencé a escribir cuentos, me impresionó mucho Borges, con su sintaxis extraordinaria y su capacidad para extraer belleza de la palabras; sus frases parecen esculpidas en mármol. Y también Chesterton, que une su gran inteligencia a una gran capacidad de polemista; da la vuelta a los tópicos y al pensamiento inerte; por otras razones, me ha servido mucho para profundizar en la fe religiosa. Y luego están los grandes clásicos: las Confesiones, de san Agustín; La Divina Comedia, de Dante; y Cervantes, un escritor libre y con un conocimiento portentoso de la naturaleza humana».

Otro autor acostumbrado a las aguas profundas es José Jiménez Lozano. A la hora de elegir sus libros de cabecera, habla de «una familia literaria —obviamente, gentlemen and friends, que decían los críticos ingleses del XIX—. De Virgilio o Eurípides, a Flannery O’Connor, los japoneses o los austriacos modernos, pasando por Shakespeare o Pascal, la lista no sería corta, y no tiene mucho sentido hacerla. Además, son treinta siglos de cultura los que pesan sobre nosotros. Y nada es prescindible».

Para ambos autores, los libros son compañeros de viaje, amigos en los que uno confía para, junto a ellos, repasar con los dedos los pliegues del mundo y de la vida, y reconocer el latido del corazón que palpita bajo todo lo humano. ¿Qué pedir a un libro cuando se abren por primera vez sus páginas? De Prada afirma: «Para mí, lo fundamental que espero de un libro es que me muestre al hombre. Y ése es precisamente uno de los problemas de la literatura actual, que se está convirtiendo cada vez más en un artificio, en un juego de ingenio, y no nos habla de una verdad humana honda, profunda. A mí me gusta que los libros me muestren algo importante del ser humano, una verdad humana. Todo, naturalmente, acompañado de una belleza formal, porque la literatura es también un placer estético. La misión fundamental de los libros es la búsqueda de la verdad». Y José Jiménez Lozano defiende que «lo principal, a la hora de leer, es encontrar una historia. No creo que se pueda esperar otra cosa de un libro sino una historia de pasiones humanas. Y, naturalmente entonces, que me saque de mi cotidianidad y me lleve adonde sea, y allí me encuentre con los personajes y con lo que les ha sucedido o les sucede; esperando también lo que pueda sucederme a mí durante esa lectura. Kafka hablaría de esperar un hachazo en la cabeza, porque, si no, no merecería la lectura; lo que quería hacer con ello era avisarnos acerca de la banalidad. Yo pienso que hay que estar dispuesto a bajar al infierno o a volar con alegría sobre el mundo, como las amantes de Chagall, o a quedarse en una estancia tranquila. Flannery O’Connor pensaba que, como nuestro mundo odia la Historia y las historias, y tampoco quiere que le pase nada, teme y odia las narraciones. A lo mejor tiene razón. El príncipe de Lampedusa, el autor de El gatopardo, solía decir que, si no se han leído los Pensées, de Pascal, sólo se es un bípedo implume. Es decir, que la lectura es un elemento sine qua non de la hominización, y luego de la humanización, claro está».

Libros de hoy

¿Se puede encontrar la densidad del tejido humano en las novelas que se publican en nuestros días? Nunca como hasta ahora se han publicado tantos libros, pero puede que el bosque que se amontona sobre las mesas de los grandes almacenes no deje ver si lo que tenemos delante son árboles de verdad, o simple apariencia. Para Juan Manuel de Prada, uno de los defectos de la literatura actual es la falta general de profundidad y de dimensión religiosa: «En los libros de hoy existe una orfandad de Dios terrible. La cultura actual, al desligarse de lo religioso, de lo trascendente, está caminando hacia el abismo. También es cierto que la experiencia nos demuestra que estas cosas suelen ser cíclicas, y que puede haber una vuelta hacia esa tradición, de la que hemos renegado de forma insensata. Pero no creo que estemos en el fin de una época, sino que más bien estamos viviendo una anomalía, y que todo esto cambiará; los grandes temas de la literatura necesitan un hálito religioso (no estoy hablando de un literatura religiosa explícita). Eso tiene que volver». Y Jiménez Lozano afirma que «la literatura que se hace hoy es la que se ha hecho en todos los tiempos, y, desde luego, la literatura que es tal no tiene fecha de composición. Si queda fechada es que es otra cosa. En la literatura moderna sí se recoge la profundidad del ser humano, ¡faltaría más! ¿Cómo sería literatura de otro modo? El hecho de que luego esa literatura no sea un best seller es otra cosa; entre otras razones, porque es muy difícil que los best seller sean literatura —sólo si lo son por otras razones que no sean las literarias—».

La fe en la obra de un escritor

En relación con este asunto, cabría preguntarse por la ligazón que existe entre la fe y la literatura, por aquello que aporta creer a la obra de un escritor. De Prada afirma que «la principal contribución de la fe a un autor es mundo interior. Una de las cosas que echo en falta en la literatura contemporánea es eso: mundo interior. Lo que se escribe hoy no está pasado por ese alambique, con lo que queda una literatura muy vacía, en la que no hay una reflexión sobre el hombre, hasta el punto de que la faceta espiritual del ser humano está extirpada. A veces, al leer novelas contemporáneas, me queda la sensación de estar leyendo historias de peleles, personajes de niebla, porque les falta ese componente. Ese mundo interior, la fe y la relación con lo trascendente son algo importantísimo. El sentido de la vida, el porqué del sufrimiento, la conciencia de culpa, la conciencia del mal, la búsqueda de la belleza… son asuntos de cualquier vida que merece la pena ser vivida. Y no se trata de hacer apología».

En este sentido se manifiesta también el escritor Jiménez Lozano: «La fe comporta una muy concreta visión del mundo y del hombre, y eso se nota. En el XVII se decía, sólo medio en broma o exageración, que en las grandes casas no se querían cocineros calvinistas, porque se les cortaban las salsas, a cuenta de su preocupación con la predestinación. Y el optimismo mundanal papista era igualmente reconocible; a mis amigos, los señores y las señoras de Port-Royal, les entraban retortijones de tripas ante los italianismos o bellezas pictóricas fulgurantes, que les parecían pura mundanidad. Y eso mismo ocurre con la literatura, se identifica la mirada y la sensibilidad de la fe en la obra de arte, aunque no haya ni una sola alusión religiosa. Esta última, incluso, puede darse con profusión, y no tener que ver nada la visión del hombre y del mundo, ni la sensibilidad de la obra, con la fe, hasta el punto de que podrían ser las exactamente contrarias. La fe, por otro lado, ofrece una tensión de lo humano, y de lo trunco de su condición, de la que siempre ha brotado el hecho artístico, y de manera esplendorosa. También en el paganismo, por cierto; como decía Aristófanes, una vez muertos los dioses, ya no quedaba más que escribir comedias. Todo era comedia».

Para leer:

Doña María Dolores de Asís, catedrática de Filología Española en la Universidad Complutense de Madrid, ofrece algunos nombres para la lectura de autores españoles con una visión humana y cristiana de la vida: Miguel Delibes, José Jiménez Lozano, Juan Manuel de Prada, Pablo D’Ors, Jesús Sánchez Adalid, Mercedes Salisachs, Medardo Fraile, Miguel Aranguren, José Luis Olaizola, Marta Portal, Emilio del Río, César Vidal, Luis Mateo Díez, Luciano González Egido, María Vallejo-Nájera, Paloma Díaz-Mas, Adelaida García Morales, Clara Janés…

Y, entre los extranjeros, recomienda a: Dostoyevski, Paul Claudel, Péguy, Flannery O’Connor, William Saroyan, Giovanni Papini, Chesterton, Rainer María Rilke, Georges Bernanos, Óscar Milosz, Francois Mauriac, Julian Green, Margarita Yourcenar, T. S. Eliot, Graham Greene, Susanna Tamaro…