Banderas yihadistas ondean en las iglesias de Mosul - Alfa y Omega

Banderas yihadistas ondean en las iglesias de Mosul

«Es la hora más oscura del país», asegura el Patriarca de Babilonia de los caldeos, Louis I Sako. Los yihadistas han instaurado un califato que pone en el punto de mira a los cristianos. Mientras, la Iglesia se afana en cuidar a los refugiados que huyen de la masacre y ofrece esperanza a un pueblo mermado desde la caída de Sadam Hussein. «Va a aumentar el éxodo. Nuestra historia está amenazada», afirma Sako

Cristina Sánchez Aguilar
Milicianos del ISIL toman Mosul

La noche del 25 de junio, Qaraqosh, la ciudad siro-católica más importante de Irak, cayó en manos del ISIL (Estado Islámico de Irak y Levante). «Todos los ciudadanos, presas del pánico, corrimos a las tiendas y mercados más cercanos a comprar agua, alimentos y algunos productos básicos. Muchos cogimos el coche y pusimos rumbo a Erbil, la capital de la Región Autónoma Kurda», un Estado controlado por la Peshmerga, nombre con el que se conoce a las milicias del Kurdistán. Lo cuenta Yousef, un joven cristiano que confiesa, en una carta enviada a la organización francesa SOS Chretiens d’Orient, que, «desde que el ISIL llegó a Mosul, el 10 de junio, nos convertimos en refugiados en nuestro propio país». El peregrinaje hasta la ciudad kurda no fue fácil: «Los checkpoints en las carreteras para salir de Qaraqosh estaban bloqueados, y tuvimos que estar muchas horas esperando en medio del desierto para cruzar, lo que provocó ansiedad en la gente», explica el joven, que fue uno de los afortunados que pudo viajar en automóvil con algunas pertenencias. «Mis vecinos salieron a pie, con lo puesto», añade. En total, se cuentan en más de 15.000 las personas que pusieron rumbo a Erbil.

Otros no corrieron tanta suerte, y se quedaron atrapados en la ciudad, que forma parte de la llanura de Nínive y se encuentra a 28 kilómetros de Mosul. «Tengo familia que no pudo escapar. Me contaron que, horas después de mi huida a Erbil, mientras estaban rezando el Rosario en la iglesia, vieron caer varias bombas de mortero. Una de ellas explotó sobre una escuela, y otra sobre el seminario. Esto es un campo de batalla, decían mis abuelos». Así que sus padres y él volvieron a Qaraqosh a recoger a los familiares rezagados. «Tardamos en regresar al Kurdistán más de 10 horas, cuando el trayecto normal es de una hora en coche», recuerda Yousef. Ahora, todos están juntos en Ankawa, el barrio cristiano de Erbil, instalados en 19 centros –escuelas, salas parroquiales…– en condiciones pésimas de hacinamiento: «Mi padre no habla. Mi madre no deja de llorar y mi hermana pequeña está desesperada, tratando de entender por qué ha tenido que abandonar de repente la casa en la que nació, su columpio del jardín y sus juguetes». Para Yousef, esto no es más que la punta del iceberg en la situación de los cristianos desde la caída de Sadam Hussein, en 2003: «Hemos perdido la esperanza desde entonces. Nuestro país ha dejado de ser un lugar seguro para nosotros», concluye.

Uno de los centros donde se atiende a los cristianos huidos

¿Estabilidad en Qaraqosh?

La situación en Qaraqosh se ha estabilizado estos días gracias a los kurdos, que no tienen intención de que el ISIL se acerque a su frontera. Tras varios días de enfrentamientos, los yihadistas se han marchado de la ciudad. Pero los muertos se cuentan por centenares y la ciudad se ha quedado sin agua corriente, electricidad ni combustible. Ahora, el objetivo es mejorar la situación de las infraestructuras y que los desplazados puedan volver a la ciudad, que desde hace una semana es una localidad fantasma -normalmente, viven unas 50.000 personas y sólo hay medio millar-. «La Iglesia ha organizado autobuses lanzadera desde Erbil a Qaraqosh», cuenta Faraj Benoit Camurat, Presidente de la asociación francesa Fraternité en Irak, que trabaja desde hace años en Qaraqosh atendiendo a la población. «Estos días estamos procurando que las familias que vuelven desde Erbil tengan acceso a algo de agua, a electricidad, a alimentos y a los medicamentos», explica a este semanario.

Quien no se ha movido de Qaraqosh durante los enfrentamientos ha sido Petros Mouche, arzobispo sirio católico de Mosul. «He pasado toda la semana en el colegio de San Efrén, junto con otras familias cristianas que habían llegado desde Mosul», cuenta a Alfa y Omega desde la ciudad iraquí. «Ahora estamos custodiados por los kurdos y parece que todo está tranquilo, aunque ésta no es la solución, porque nos debe proteger la ley, no las armas», afirma el arzobispo, que ha pedido en varias ocasiones, desde que se inició el conflicto, «que la comunidad internacional intervenga para poner fin a la situación, trabajando no sólo a nivel de ayuda humanitaria, sino también política y diplomáticamente». Aun así, reconoce que la normalidad parece estar llegando: «Desde el inicio de la semana, ya vienen algunos fieles al templo para celebrar la Eucaristía y tenemos programado celebrar la Primera Comunión de varios niños en 5 iglesias de Qaraqosh».

Imagen de la destrucción de un santuario

Mientras, en Mosul…

No hay piedad. Lo decía el correo electrónico de un religioso dominico a su superior, del que se ha hecho eco el diario La Stampa: «Escribo en una situación apocalíptica. La mayor parte de los habitantes han huido, duermen en la calle, sin nada que comer ni beber. Miles de hombres armados del ISIL han asesinado a adultos y niños. Centenares de cuerpos han sido abandonados en las casas y aceras. En todas las esquinas se oye el grito: ¡Larga vida al Estado islámico!» Un mes después de la llegada de los yihadistas, la ciudad está huérfana de santuarios y mezquitas. Esta semana, los propios insurgentes han difundido imágenes a través de las redes sociales acompañando a un comunicado titulado Destrucción de los santuarios y estatuas en Nínive, en la que aparecen excavadoras derribando templos chiítas. La minoría cristiana también está en el punto de mira del califato que el ISIL ha instaurado desde la provincia siria de Alepo hasta la iraquí de Diyala. Al inicio de esta semana, una iglesia en construcción voló por los aires al este de la ciudad, y el monasterio de Mar Behman -uno de los lugares históricos más importantes del cristianismo asirio- está en manos de los yihadistas. También, según la agencia AFP, las catedrales caldea y sirio ortodoxa de Mosul están ocupadas por los fundamentalistas, y hay varios entrevistados que aseguran que los islamistas han retirado las cruces y han izado banderas negras en su lugar. Monseñor Emil Shimoun Nona, arzobispo caldeo de Mosul, dijo esta semana a Radio Vaticana que, ante esta situación, «grupos musulmanes habían acudido a defender las iglesias para evitar saqueos». El arzobispo se encuentra con cientos de familias en Talkif, una aldea a tres kilómetros de Mosul, porque en la ciudad la situación es insostenible. «No sabemos si podremos volver a casa», dice Habib, que está alojado con su esposa y sus cinco hijos, junto a decenas de personas más, en una reprografía de textos religiosos. «Mi diócesis ya no existe. El ISIL me la ha quitado», afirma entristecido monseñor Nona. El padre Pius Affas, párroco de Mar Thomas, en Mosul, ha enviado su testimonio a la web Famille chretienne, y cuenta cómo, después de 42 años de sacerdocio, «he tenido que huir de mi tierra. Incluso después de ser secuestrado y liberado en 2007. Tengo el corazón roto. Todas las iglesias de Mosul han sido abandonadas a su suerte, aunque esperamos poder volver».

Cristianos cuidan de musulmanes

Los soldados kurdos han organizado dos líneas de defensa en torno a la ciudad de Kirkuk, lo que, de momento, ha disuadido los ataques de las milicias sunitas. Desde allí, monseñor Yousif Thomas Mirkis explica a este semanario que «los cristianos estamos trabajando intensamente para asistir a los refugiados, la mayoría musulmanes, que han llegado estos días desde Mosul y las aldeas del norte». Las escuelas, salas parroquiales, mezquitas y centros deportivos acogen a más de 1.000 personas, «a las que estamos distribuyendo diariamente paquetes de alimentos y agua, porque el calor es sofocante. Esta mañana, junto con el grupo de jóvenes de la catedral, hemos visitado a las familias, y les hemos llevado alimentos y jabón», y reconoce que «la situación es terrible, sobre todo para los ancianos y los niños. ¡Hay habitaciones en las que hay más de 40 personas!» También se está aprobando estos días una iniciativa para distribuir ventiladores a estas familias hacinadas. Pero, sobre todo, «estamos orando para que esto termine cuanto antes. Los domingos, las iglesias se llenan de personas que vienen a rezar. Hay jóvenes y ancianos, mujeres y hombres…, todos saben que Dios ayuda».

Faraj Camurat habla con una familia de refugiados que ha llegado de Mosul a Qaraqosh

El futuro incierto de los cristianos

Faraj Camurat, que ha acompañado estos días a las familias que se marcharon a Erbil y ahora inician, tímidamente, su regreso a Qaraqosh, afirma que «el mayor problema al que se enfrentan es la incertidumbre ante el futuro. A menudo, nos preguntan qué pasará, y nosotros no tenemos respuesta». Aunque, reconoce, «desde 2003, la historia de los cristianos en Irak ha ido de mal en peor». E ilustra esta afirmación con tres tragedias: la primera fue «el asesinato del padre Ragheed, un sacerdote de la parroquia del Espíritu Santo, en Mosul, junto con tres diáconos que estaban con él, después de celebrar la Misa», explica Faraj. Este suceso ocurrió en 2007. Los asesinos abatieron a los cuatro a sangre fría y después colocaron en torno a sus cuerpos cargas de explosivo auto-detonables para que ninguno osara acercarse. La segunda tragedia, «que ha influido en gran medida a los cristianos iraquíes, fue el secuestro y posterior muerte del arzobispo Faraj Raho, arzobispo de Mosul. El tercer hecho, que todo el mundo recuerda, es la muerte de 58 cristianos en el ataque terrorista contra la iglesia de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, en Bagdad». Estas tres historias «han sembrado un miedo difícil de arrancar en los cristianos», reconoce Camurat. De hecho, hace 90 años en Irak había 1,2 millones de cristianos. Ahora hay alrededor de 500.000 en todo el país. Pero -explica esperanzado-, de este medio millón, «hay muchos que afirman que se quedarán en su país, aunque sean los últimos. Nunca olvidaré lo que me dijo un hombre en Mosul, días antes de que el ISIL llegase a la ciudad, que él permanecería, porque, como cristiano, sentía el deber de ser levadura en la masa».

Pero esta determinación no está respaldada por «el Gobierno, que nos ha olvidado; políticamente, no tenemos ninguna consideración», denuncia el arzobispo Mouche; «y eso que nuestra comunidad está aquí antes del Islam, que llegó a Irak en el año 630, es decir, 600 años más tarde que el cristianismo. Nosotros estamos desarmados, y como cristianos no hemos alimentado ningún conflicto ni problema con los sunitas, chiítas, kurdos u otras realidades que conforman Irak. Sólo queremos vivir en paz». Pero el Patriarca Louis I Sako, de Babilonia de los caldeos, no augura una fácil consecución de dicha paz: «Es la hora más oscura del país», aseguró hace unos días en una entrevista a Ayuda a la Iglesia Necesitada. Según el Patriarca, «va a aumentar el éxodo de los cristianos, y esto es muy serio, porque perderemos nuestras comunidades y nuestra historia se interrumpirá. Nuestra historia está amenazada». Sako, que avisa de la intención del ISIL de «islamizar el mundo», pide oración a Occidente y apoyo para detener la disgregación de Irak en tres zonas independientes -kurdos y chiítas, que ya la tienen, prácticamente, y sunitas, que están en camino de conseguirlo-, lo que supondrá una amenaza directa sobre las minorías religiosas, especialmente la cristiana. Pero reconoce no confiar mucho en dicho apoyo, «porque, en general, los occidentales no hacen nada. Los cristianos allí son muy débiles, son meros espectadores. El fútbol les interesa más que la situación aquí o en Siria».