El principio del fin - Alfa y Omega

El principio del fin

El 17 de octubre de 1978, un día después de la elección de Juan Pablo II, el embajador soviético en Varsovia, Boris Aristov, envió a Moscú una carpeta con información detallada sobre el hasta entonces cardenal Wojtyla, un «peligroso y violento anticomunista» al que los servicios secretos habían seguido la pista. Que el Papa polaco fue objeto de espionaje por parte del KGB era algo ya conocido. La novedad es la desclasificación, hace unos días, del Archivo Mitrokhin, que detalla cómo y quién espió a ese hombre que fue, a ojos del Politburó, el principio del fin del comunismo en Polonia

Rosa Cuervas-Mons
Karol Wojtyla en Nowa Huta

El Archivo Mitrokhin, custodiado desde 1992 por Reino Unido, es el resultado de doce años de trabajo del mayor Vasili Mitrokhin, documentalista del KGB –aparato de inteligencia ruso– y desertor del comunismo en 1992. Refugiado en Inglaterra, entregó a los británicos 33 cajas de material sobre las operaciones de inteligencia del aparato soviético que incluyen el intenso espionaje contra Karol Wojtyla.

En 1971, el SB -el KGB polaco- comenzó a vigilar los pasos del entonces arzobispo de Cracovia, por su «papel subversivo contra el Partido Comunista». Los discursos de Varsovia en mayo del 1973, el célebre de Nowa Huta del mismo año y el de Cracovia en noviembre del 74, colocaron al futuro Papa en la lista de culpables de sedición, lo que acarreaba penas de uno a diez años de cárcel, pero el Gobierno polaco no se atrevió a encarcelar al joven Wojtyla.

Una página del Archivo Mitrokhin. Foto: Churchill Archives Centre

Enorme autoridad moral

Así lo confirman los documentos de Mitrokhin enviados por el Churchill Archives Centre a Alfa y Omega. En ellos, la Inteligencia polaca denuncia el apoyo de Wojtyla a elementos antisoviéticos [agrupaciones estudiantiles y líderes de Solidaridad] y las posiciones anticomunistas de sus discursos: «Critica el funcionamiento de los órganos de la República, a la que acusa de restringir los derechos fundamentales y civiles; la sobreexplotación de los trabajadores -a los que la Iglesia debe proteger del Gobierno-; la restricción del culto religioso; el trato discriminatorio a los católicos y la imposición de una ideología alienante».

Alarmado por la «enorme autoridad moral» del Papa, el KGB rodeó a Juan Pablo II de una legión de espías que debían enviar información detallada sobre los gustos y la personalidad del polaco. ¿Qué bebe, cuándo y cuánto? ¿Quién le lava la ropa? ¿Qué atención médica recibe? ¿Cada cuánto se afeita? ¿Le gusta el juego? ¿Qué documentos de trabajo maneja?… Eran sólo algunas de las preguntas que los espías tenían que descifrar. Ninguno pudo encontrar nada que sirviera al KGB para chantajear al Papa. No había cómo luchar contra este enemigo.

Impresionados por la profunda vida espiritual del polaco –los informes que llegaban al KGB hablaban de un Papa que pasaba hasta ocho horas al día en recogimiento–, el aparato soviético aconsejó a Polonia no hacer concesiones ante el Pontífice. El Archivo Mitrokhin recoge la conversación que el líder soviético Leonid Brézhnev tuvo en 1979 con el Presidente polaco Gierek. «Di al Papa que anuncie públicamente la suspensión del viaje a Polonia por enfermedad». Ante la negativa de Gierek, Brezhnev colgó el teléfono, no sin antes espetar al polaco que hiciera lo que le diera la gana, «pero luego tú y tu Partido no lo lamentéis».

La visita del Papa a Polonia en 1979 fue tan horrible para los comunistas como la Inteligencia esperaba: un país con un 90 % de católicos entregados a su Papa. La batalla ideológica, reflejó el KGB, se había perdido en Polonia. Así, y con el apoyo de la Iglesia de Polonia a las protestas obreras, llega 1980.

La anécdota la resume el historiador Christopher Andrew, única persona a la que se había permitido acceder, hasta ahora, al Archivo Mitrokhin: un joven Lech Walesa se prepara para firmar, ante las cámaras de televisión, el Acuerdo de Gdansk que reconoce el derecho de huelga y la formación de sindicatos. Se lleva la mano al bolsillo de la chaqueta y saca un enorme y llamativo bolígrafo. Es un souvenir de la visita papal y lleva, impreso, un retrato de Juan Pablo II. En Moscú se llevan las manos a la cabeza. Es el principio del fin.