Dios me la dio, y ahora la quiere para Él - Alfa y Omega

Dios me la dio, y ahora la quiere para Él

La vocación es siempre una llamada que se realiza en una historia determinada, en una persona particular y con una familia concreta. Muchas veces, los padres no apoyan en un primer momento la decisión de sus hijos de seguir la llamada del Señor. Porque Dios también hace una llamada para los mismos padres

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Sandra y su madre, Toñi

De voluntaria en Radio María, al monasterio de la Reparadoras Franciscanas del Sagrado Corazón de Jesús, en Oropesa (Toledo). La vida de Sandra cambió mucho en unos pocos meses; pero la vida de su madre, Toñi Egido Roldán, dio un verdadero vuelco.

Hace apenas cinco años, Sandra se presentó un día en casa y dijo que quería irse al convento, y que quería que Toñi le firmase una autorización por ser menor de edad -tenía entonces 17 años-. Su madre le dio largas, y le dijo que esperara a cumplir los 18. «Pensé que así se le pasaría», reconoce Toñi. Pero Sandra cumplió 18 años en enero, y en abril ya estaba en el convento de la Reparadoras Franciscanas en Oropesa. Al principio, Toñi le sugería que se dedicara a la gente en hospitales, por ejemplo, «pero ella me decía que quería más», recuerda.

«Nosotros somos una familia católica, pero lo vivimos todo más desde la fiesta, las procesiones, la Semana Santa. A Sandra, el mundo de la religión siempre le ha gustado mucho, no era como las demás chicas», afirma Toñi. Trabajó de voluntaria en Radio María y, poco a poco, se fue abriendo paso la llamada del Señor a la vida consagrada. Conoció la vida de las Reparadoras en viajes a Toledo los fines de semana, y cuando llegó el momento de entregarse al Señor en el monasterio, no lo dudó.

La madre más dichosa del mundo

Sin embargo, Toñi no lo tenía tan claro: «Tuve mis momentos malos, y tuve que ir asimilándolo poco a poco. Veía la habitación vacía y me ponía a llorar. No podía siquiera pasar a su habitación, me costó mucho, incluso pedí vacaciones en el trabajo para poder afrontarlo; poco a poco, gracias a Dios, se me fue pasando».

Viuda, y con Sandra como hija única, Toñi se juntaba los días de Navidad con sus hermanos y sobrinos: «Me veía sola y me daba pena, pero luego pienso que se trata de su felicidad. Antes de que naciera, yo le pedí al Señor una hija, y la he tenido conmigo durante 18 años. Él me la dio y ahora la quiere para Él».

Poco a poco, fue asimilando la nueva vida de Sandra, y le ha llegado a tomar mucho cariño a sus Hermanas en el monasterio.

«Cuando fuimos a verlo -recuerda-, me gustó mucho, porque es un convento muy joven, con unas chicas muy majas, y me vine contenta. Cuando ingresó mi hija, me dije: ¡Madre mía, la cantidad de hijas que tengo ahora mismo!». Por eso, «aunque me vine un poco triste, las madres siempre queremos la felicidad para nuestros hijos. Hoy, viendo lo que hay por la sociedad y cómo está la juventud, soy la madre más dichosa del mundo. Puedo ver lo contentísima que está, está feliz, y yo estoy muy orgullosa. A todo el mundo le digo que está muy contenta y que yo soy la madre más feliz del mundo».

Con la felicidad en la cara

Ahora, va a ver a Sandra cada pocas semanas, junto a varios familiares y amigos de la familia. «Le doy muchos achuchones, la miro y veo que tiene la felicidad en la cara», confiesa Toñi. En el convento comen juntos, rezan juntos, incluso hay un rato para que Sandra pueda jugar al fútbol con un sobrino. Y, en la pasada Fiesta de la Familia, las Hermanas organizaron un día especial, en el que se juntaron las familias de todas las Hermanas.

Esta historia del Señor con Sandra también es una historia del Señor con Toñi, y poco a poco también le ha cambiado la vida: «Desde que mi hija es monja, me ha pedido ir a Misa todos los domingos. El domingo dejo todo para ir a Misa, y es algo que me está inculcando ella. Con el tiempo, lo estoy asimilando todo y ahora estoy orgullosísima: eso lo puedes poner con letras mayúsculas».

Así lo vivieron sus amigas:

Yolanda: «Fue sorpresa. La verdad es que no la veía dentro de un convento, porque Sandra es una chica joven, con mucha vitalidad, un poco cabra loca. Sí, hacía poco que había descubierto a Jesús, pero ¿no sería muy pronto? Aunque se la veía tan segura…, y eso que le hacía comentarios y preguntas para ver si de verdad era lo que quería. Parecía que había encontrado lo que la hacía feliz. Luego, con el tiempo, cuando íbamos a visitarla alguna vez, vi que justo esa Congregación era la ideal para ella. Sus compañeras son también muy vitales, muy alegres, y ella tiene la cara iluminada, llena de gozo».

Cristina: «La noticia de Sandra no me pilló por sorpresa. La verdad es que era algo que ya me esperaba, por los comentarios que ella me iba haciendo y por sus constantes referencias a su amor por Dios. Nosotras siempre hablábamos de Jesús y, desde que me lo comunicó, mucho más. Sandra era muy niña cuando tomó la decisión, y me daba miedo que no fuese más que un engaño de su corazón, pero ella y el Señor me fueron demostrando cuan real era esa vocación a la que Sandra había sido llamada. Los últimos momentos los vivimos con un gran gozo y muchos nervios; era como si yo también entrase con ella; porque su vocación es para mí un regalo que Dios me ha dado, y por el que cada día doy infinitas gracias».