El primer cura y paciente - Alfa y Omega

A tan solo una semana de la merecida jubilación se encontraba mi amigo Juan Manuel. Eran aproximadamente las tres de la mañana cuando algo le despertó y enseguida se dio cuenta que su cuerpo no le respondía. Muy pronto supo que se trataba de un ictus, y que esto no formaba parte de sus planes. Así empezó su calvario y su noche de Getsemaní. Las primeras semanas de la enfermedad veía que su cuerpo no mejoraba, la evolución se ralentizaba y sus limitaciones parecían irreparables. Pero por fin llegó su ingreso en la Casa Verde, donde se convirtió en el primer paciente sacerdote que han tenido. Allí llegó muy tocado, pasando su noche oscura como santa Teresa, y le tocó sentir el abandono de Dios.

Bastaron dos semanas para que los pequeños milagritos empezaran hacer efecto. Aprendió a usar zapatillas de deporte y pantalón corto a su 75 años. Como la sonrisa y el carácter afable siempre los había llevado puestos, pronto pasó de sentirse abandonado de Dios a sentirse abandonado en Dios. De la cama a la silla de ruedas, y al mes y medio al andador; ¡qué contento se le veía! Nunca dejó su oración y sus diálogos con Dios. Ese día, después de comulgar y rezar juntos, le llevé un regalito: el misal, un cáliz, vino y formas, y le dije: «Juan Manuel, ya estamos recuperando la persona, ahora hay que recuperar al cura».

A las dos semanas me dio un gran abrazo y me dijo: «Este domingo he dicho la Misa en mi habitación por primera vez después de tres meses». Y allí estaba, dos meses después, celebrando en el salón de actos abarrotado por los amigos de fuera, que siempre le acompañaron, y por sus compañeros de enfermedad, el personal directivo y los trabajadores del centro. Él, como sacerdote y paciente, ponía sobre el altar el trabajo y el amor de cuantas personas siguen siendo, sin saberlo, los brazos de Jesús para obrar los pequeños milagritos de cada día.