El convento vacío que ha formado una familia - Alfa y Omega

El convento vacío que ha formado una familia

El convento de San Francisco, en Betanzos, se quedó vacío hace algo más de un año por falta de vocaciones. Fray Enrique Lista, preocupado por «la nueva pobreza que es la soledad» ideó Familias Abertas, un proyecto dentro de los muros del convento donde personas solas –o que se sientan solas– puedan encontrarse y formar una familia, compartiendo tiempo, comida y preocupaciones

Cristina Sánchez Aguilar
El grupo familiar que se reúne, de momento, los lunes para desayunar. A la izda. el padre Lista y Antía Leira, la trabajadora social. Foto: Familias Abertas

Ramón se divorció hace cinco años. «Soy el prototipo de persona que se encuentra en situación de soledad», admite, valiente. Reconocer que uno está solo «no es fácil, pero si no quería acabar mis días bebiendo en el bar, el recurso fácil, o encerrado en casa todo el día viendo la televisión, tenía que dar el paso y ser consciente de mi realidad». Tras la separación se trasladó a Betanzos –localidad coruñesa de 13.000 habitantes–, donde «tuve la suerte de encontrarme a fray Enrique Lista», un franciscano con el que compartió años de seminario, allá en su juventud. «El padre me invitó a pasar los días aquí con él, en el convento de San Francisco».

Era agosto de 2016 y las Hermanas Misioneras de María salían del convento betanceiro –cuya construcción data de 1289– ante la escasez de vocaciones. Había varias posibilidades: vender el inmueble, dejarlo vacío o devolverle la vida poniéndolo al servicio de los más necesitados. «Y una de las grandes epidemias del siglo XXI, que nos está invadiendo poco a poco, es la soledad, una forma actual de pobreza», afirma el padre Lista. Por eso se puso manos a la obra y propuso al provincial franciscano de Santiago el proyecto Familias Abertas, una idea «que ya me venía de lejos. Durante años fui responsable de la puesta en marcha del albergue Juan XXIII para transeúntes, y colaboré con una organización italiana de ayuda a drogodependientes. Todo esto me llevó a detectar el problema de tanta gente que vive en medio de una gran soledad, que necesita de otras personas para paliar su mal. Y que la solución a todo esto es sentirse en familia». Porque normalmente, añade el fraile, «un mal sumado a otro mal da un mal mayor. Pero con la soledad ocurre lo contrario: dos personas solas, dos males individuales, juntos desaparecen».

La respuesta de la provincia franciscana fue positiva y el fraile abrió literalmente las puertas del convento de la localidad para desarrollar una familia abierta, un espacio orientado a personas que viven solas o se sienten solas, mayores de 18 años. «La idea no es montar una asociación benéfica, ni tampoco atender a personas con dependencia, porque no tenemos infraestructura para eso. El objetivo de Familias Abertas es «que la gente vaya al convento a compartir su día, desde la mañana hasta la noche, que vivan en familia. Ellos se preparan el desayuno, la comida… y después programan juntos qué hacer durante el resto de la jornada». Pero ojo, destaca fray Enrique, «queremos escapar de las actividades que son características de los centros de día o centros sociales, que están delante de la televisión todo el día, leyendo la prensa o jugando a las cartas.

Queremos que la gente viva en total libertad y que la dinámica la marque cada grupo: por ejemplo, se puede echar una mano en el convento», como es el caso de Ramón. El que fuese comercial durante toda su vida laboral, hombre inquieto por naturaleza, cogió papel y bolígrafo y se puso «a estudiar las obras de arte que hay dentro de la iglesia que pertenece al convento franciscano. Pasé de no saber qué hacer con mi vida, porque estaba recién jubilado, a compartir conocimientos con los turistas que pasan por aquí, a cuidar de los jardines… estoy para todo lo que necesiten».

Foto: Familias Abertas

Logística sencilla

Familias Abertas no necesita una gran logística. «Basta con un trabajador social que coordine un poco las solicitudes y que vaya orientando a los miembros de la nueva familia, y poco más. De hecho, tampoco supone un gran gasto extra para la Iglesia, porque es la propia gente que va al convento la que aporta», explica el padre Lista. Por ejemplo, «si uno en su casa se va a hacer un caldo, pues ya lo hace aquí y lo comparte con los demás. Y así, uno cada día». El alma del proyecto es «la palabra familia, es decir, el afecto, la relación. El que quiere viene y cuando quiere se va, no hay otro compromiso que querer tejer una red afectiva con otras personas en la misma situación».

Antía Leira, trabajadora social que coordina el proyecto de Betanzos, reconoce que, aun con lo sencillo de la idea, estos primeros pasos no están siendo fáciles. El avance es lento. «Llevamos unos meses empezando a recibir solicitudes y, de momento, se están juntando alrededor de diez personas a desayunar los lunes. Poco a poco iremos ampliando días y también incluiremos comidas, pero de momento queremos ver qué sale de aquí».

Entre estas personas está Rosa, que tras quedarse viuda el verano pasado acudió al convento de San Francisco para hacer menos pesado el silencio. O Adela, de 80 años, que ha dejado de llorar sola en casa «desde hace 15 años que me quedé sin mi madre –y 38 desde que murió mi padre–». Los lunes son un gran día para ella porque «me distrae, y he conocido a otros compañeros que están en la misma situación que yo». Aunque «vamos despacio –añade Ramón–, vamos abriéndonos poco a poco». Y ya tienen «un grupo de WhatsApp para charlar sobre lo que ocurre durante la semana, para ver si se cambia la hora del desayuno y también van preguntando quién va a estar el lunes. Tienen ganas de venir y eso es ilusionante», añade Leira.

El estigma en el mundo rural

No todos son tan echaos pa’lante como Ramón, Adela, Rosa, o el joven subsahariano que «pide todos los días en un semáforo y al que he invitado en varias ocasiones a desayunar, pero no se anima mucho porque tiene que conseguir dinero para enviar a su familia», afirma Leira. Aunque solo en Galicia hay más de 125.000 personas que viven solas, según los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), y en municipios de entre 10.000 y 20.000 habitantes, como es el caso de Betanzos, hay una media del 33 % de personas que viven en soledad, «superar el estigma y la vergüenza es complicado, más en un medio rural, donde todo el mundo se conoce». Y recalca que Familias Abertas no está destinado solo a mayores, sino «por ejemplo, a personas que se acaban de divorciar, a aquellos que se han quedado solos después de cuidar toda la vida a sus padres, o incluso personas que viven con alguien pero se sienten terriblemente solas, una situación todavía más difícil de detectar».

De momento, Antía Leira y el padre Lista cuentan con un equipo de nueve mujeres que hacen de puente entre el proyecto y los betanceiros. Ellas conocen muy bien a toda la gente de la localidad «porque son señoras que viven en el pueblo de toda la vida, y se mueven mucho en asociaciones diversas. Saben quién se ha quedado solo, quién se ha divorciado o qué mujer se ha quedado viuda… Nos localizan a personas en situación de soledad, y yo voy a hablar con ellas para ofrecerles el proyecto», explica la trabajadora social. Aun así, «no es fácil que te pidan ayuda. Yo veo cada día a un montón de gente sentada en un banco, conozco sus rutinas y sé que están solos… pero no se animan a venir. Por eso la ayuda de estas mujeres, que rompen ese miedo inicial, es irreemplazable».

Ramón, uno de los usuarios de Familias Abertas, en la terraza del convento betanceiro de San Francisco. Foto: Familias Abertas

De Betanzos al resto de España

Según los últimos datos del INE, en uno de cada cuatro hogares españoles hay una persona sola; en total, 4,5 millones de habitantes, el 10 % de la población. Y la cifra ha aumentado en el último año en 50.000 personas, el 40 % de ellas mayores de 65 años. Por eso la obsesión de fray Enrique es que este sea un proyecto piloto exportable para toda España, especialmente para el mundo rural, «donde se quedan vacíos muchísimos edificios eclesiásticos: casas rectorales, conventos, edificios parroquiales… y por las características de la población, que vive más aislada. Hay tantas personas que viven solas en aldeas, lejos unas de otras…». Para el franciscano, «es un proyecto fácilmente exportable, al alcance de cualquiera que sea un poco sensible».

De momento ya le han llamado de varios sitios para interesarse por el proyecto: «Me han preguntado si teníamos algo en Vigo, en Asturias… pero cualquiera puede ponerlo en marcha, solo hay que querer».