El nacimiento de Madrid - Alfa y Omega

El nacimiento de Madrid

Cristina Tarrero
Vista de Madrid, de Anton Van der Wyngaerde (1562). Biblioteca Nacional de Austria, Viena

En el año 1561 Felipe II dispuso trasladar la Corte desde Toledo. Mucho se ha escrito sobre esta decisión y sobre las causas y sus motivaciones, pero lo cierto es que Toledo era una ciudad plena en sentido administrativo y poblacional; estaba consolidada. Poseía palacio, mercado, casas nobiliarias, catedral, una red de alcantarillado y una gestión eficaz de las aguas.

En cambio, Madrid era una pequeña localidad que solo había adquirido cierta relevancia con alguna convocatoria de cortes cuando era itinerante, pero no poseía palacio, pues el alcázar no era una construcción palaciega; no tenía catedral, puesto que dependía de Toledo; las calles eran estrechas y sucias; no había alcantarillado; los residuos se tiraban a la vía pública, y las casas se construían sin planificación. Poseía una infraestructura mínima, escasa para la nueva corte y para las nuevas actividades.

Pero rápidamente esta situación comenzó a cambiar. Atraídos por la nueva capital llegaron a la villa mercaderes, artistas, artesanos, mendigos, cortesanos… Así comenzaron las nuevas edificaciones. Se construyó la plaza Mayor sobre la plaza del Arrabal, ya allí se encontraba el mercado y era el lugar de encuentro; se edificó la conocida sala de Alcaldes de Casa y Corte, conocida como la Cárcel de Corte, que velaba por el buen gobierno de la ciudad, y comenzó la construcción y mejora de iglesias y conventos.

Pero todas estas novedades se iban implantando según surgían las necesidades. Por ello, este primer Madrid era algo caótico. Las reformas se fueron implementando sin planificación y algunas mejoras se retrasaron demasiado. Así, los viajeros calificaban a la capital con adjetivos despectivos como sucia y miserable y se referían a ella como una pocilga. La iglesia conocida como Santa María de la Almudena fue reformada, pero seguía siendo pequeña para las solemnidades de la monarquía, y la diócesis que se demandaba a Roma se retrasaba.

Fue necesaria la llegada de los Borbones para dotar a la villa de mejoras. Carlos III, con la ayuda del marqués de Esquilache, realizó un proyecto de ensanche, construyó plazas, hospitales, la red de alcantarillado, se adoquinaron las calzadas…. pero la deseada diócesis quedó aparcada. Será a finales del siglo XIX cuando la ciudad tenga diócesis propia y sus infraestructuras se desarrollen en plenitud.