Miércoles de Ceniza: «¡Vuelve, sin miedo, a experimentar la ternura sanadora de Dios!»
Mirar a Cristo «es la invitación esperanzadora de este tiempo de Cuaresma para vencer los demonios de la desconfianza, la apatía y la resignación». Esta ha sido la invitación del Papa Francisco, durante la Misa con imposición de la ceniza
Francisco quiere que la Cuaresma sirva a los fieles para «desenmascarar» todas aquellas cosas que crean disonancia en la vida cristiana, y «enfrían y oxidan nuestro corazón». Así lo ha pedido en la Eucaristía con imposición de la ceniza, celebrada este miércoles en la basílica de San Anselmo y Santa Sabina.
Ha advertido, en particular, contra tres «demonios que cauterizan y paralizan el alma del pueblo creyente»: la desconfianza, la apatía y la resignación. Y, para exorcizarlos, ha propuesto un itinerario de tres pasos: detenerse, mirar y volver. «¡Vuelve sin miedo –ha exclamado al final de la homilía–, a participar de la fiesta de los perdonados! ¡Vuelve, sin miedo, a experimentar la ternura sanadora y reconciliadora de Dios!».
Dejar las prisas y la presunción
Antes, el Papa había invitado a detenerse frente a la agitación que hace «sentir que nunca se llega a ningún lado»; frente a lo instantáneo y fugaz, frente a las prisas que dispersan y acaban con el tiempo que se ha de dedicar a la amistad, a los hijos, a los ancianos y a Dios.
Hay que frenar también la «necesidad de ser visto por todos», así como las actitudes altaneras y despectivas que «nacen del olvido de la ternura» y nos impiden encontrarnos con los demás.
Francisco ha alertado además sobre la «compulsión de querer controlar todo, saberlo todo». El encierro en uno mismo y la autocompasión –ha continuado– solo fomentan «sentimientos estériles e infecundos», y nos incapacitan para «compartir las cartas y sufrimientos y los demás».
De los rostros humanos, al rostro de Cristo
A continuación, el Santo Padre ha invitado a «mirar los signos que impiden apagar la caridad, que mantienen viva la llama de la fe y la esperanza», y que se refleja en muchos rostros: los de las familias que se esfuerzan por salir adelante y ser «escuela de amor»; los de los niños y jóvenes, «cargados de futuro y esperanza»; los rostros sabios de los ancianos; los de los enfermos y quienes los cuidan, y por último, el «rostro arrepentido de tantos que intentan revertir sus errores».
«Mira y contempla –ha continuado– el rostro del Amor crucificado, que hoy desde la cruz sigue siendo portador de esperanza; mano tendida para aquellos que se sienten crucificados, que experimentan en su vida el peso de sus fracasos, desengaños y desilusión». Mirar a Cristo «es la invitación esperanzadora de este tiempo de Cuaresma para vencer los demonios de la desconfianza, la apatía y la resignación».
Así, Francisco ha pasado a la tercera invitación: «Vuelve a la casa de tu Padre rico en misericordia que te espera». La Cuaresma «es el tiempo oportuno para volver a casa. Este es el tiempo para dejarse tocar el corazón. Permanecer en el camino del mal es solo fuente de desilusión y de tristeza. La verdadera vida es algo bien distinto».