Anuncia y concéntrate en lo esencial: oración, fe y testimonio - Alfa y Omega

Hemos comenzado este tiempo de Cuaresma y quisiera acercar a vuestras vidas la necesidad de esa conversión a la que el Señor nos anima. Una conversión a la obra de la Evangelización. Conversión que, en la contemplación de la vida de los apóstoles, tiene tres características que siempre serán esenciales también para nosotros: oración, fe y testimonio. Os invito a acercaros a estas tres realidades en el libro de los Hechos de los Apóstoles. Con gran valentía, dejaron los miedos a la muerte y al martirio en el contexto del Imperio romano, con una asidua conversación con el Señor, con la certeza absoluta de que Él los acompañaba y con la convicción total aprendida junto al Maestro de que lo que vence y convence es el testimonio.

Es bueno recordar siempre que la Iglesia, desde su inicio, nunca se impone, nunca obliga a nadie a acoger el mensaje del Evangelio. La Iglesia lo oferta, lo anuncia con obras y palabras. Ello le da libertad y al mismo tiempo le pide exigencia. Libertad para poder hacerlo, y exigencia de anunciar bien la Buena Noticia. Porque una noticia mal anunciada no es creíble. El anuncio de Jesucristo ofertado por la Iglesia solamente puede existir en la libertad. El encuentro con el prójimo se da cuando hay tolerancia y apertura. Es lo que caracteriza siempre el encuentro con el prójimo. De tal manera que, cuando estas dos características no se dan, se impide el encuentro, que es esencial en la existencia y en la convivencia de los hombres. Una tolerancia que no se confunde con la indiferencia, ya que cualquier tipo de indiferencia es radicalmente contraria al profundo interés cristiano por el hombre y la salvación. Y un encuentro de la misma hondura que tuvo el que hizo Dios al hacerse hombre para encontrarse con todos.

La verdadera tolerancia y el verdadero encuentro presuponen el respeto del otro, cuya existencia Dios ha querido. Lo cual no significa que dejemos de anunciar a Jesucristo, que hablemos de Él para que se conozca, se ame y se crea en el Dios de Jesucristo. Y que este anuncio lleve a la conversión del corazón, para que se dé un progreso en todos los campos de la existencia humana. De tal manera que descubramos y vivamos que el anuncio de Jesucristo alcanza a todo el ser humano. Los problemas que afectan a la existencia y convivencia de los hombres y de los pueblos y el Evangelio son realmente inseparables. Hay que saber regalar y enseñar capacidades técnicas, conocimientos, habilidades, pero hay que dar también con fuerza y convicción, y muy especialmente con nuestro testimonio, a la persona de Jesucristo, que cambia la vida y las relaciones, que cambia la mirada y el modo de situarnos ante al otro. ¡Qué bello es descubrir que la evangelización nunca es mera comunicación intelectual, sino experiencia de vida, purificación y transformación de toda la existencia! Es una manera de vivir, de estar, de mirar, de respetar, de poner en el centro al ser humano.

No podemos dejar las cosas como están. Los discípulos de Cristo hemos de recuperar la manera de vivir de los primeros cristianos. Hemos de estar en estado permanente de misión. Qué buen recuerdo nos traen aquellas palabras del beato Pablo VI: «La Iglesia debe profundizar en la conciencia de sí misma, debe meditar sobre el misterio que le es propio […]. De esta conciencia brota el deseo de comparar la imagen ideal de la Iglesia, […] el rostro que hoy la Iglesia presenta. […] Brota, por tanto, un anhelo generoso y casi impaciente, de renovación […] teniendo delante el espejo del modelo que Cristo nos dejó de sí».

Os invito a vivir de lo esencial. El Papa Francisco nos recuerda que, cuando se asume un estilo misionero, «el anuncio se concentra en lo esencial». ¿Cómo situarnos en lo esencial? ¿Cómo aprender este estilo misionero todos los cristianos? Os propongo tres ejercicios para este tiempo de conversión que es la Cuaresma:

1. Concéntrate en lo esencial para realizar la misión: la oración. ¡Qué bueno es concentrarse en lo esencial! Mira cómo te mira Dios y te trata en todo lo que te constituye como persona. ¡Qué amor nos tiene! ¡Qué misericordia nos muestra! A través de su vida, los grandes santos nos enseñan que orar es dejarse mirar por Dios y mirarlo a Él y conversar con Él como un amigo lo hace con otro. Se trata de una relación de amistad sincera. Pero diría que tiene unos condicionantes: su misericordia. La misericordia es la manera que Dios tiene de mirar al hombre y de tratar con él en todo lo que le constituye. ¡Qué bueno es Dios: nos hace ser y quiere nuestra plenitud! ¿Te imaginas tú siendo discípulo misionero al estilo de los primeros discípulos de Jesús, saliendo por el mundo y haciendo lo mismo que hicieron ellos, es decir, concentrándote en lo esencial: dejándote mirar por Dios e intentando ver cómo te trata en todo lo que constituye tu existencia? Y descubriendo al mismo tiempo que es eso lo que tienes que hacer tú con todos los que te encuentres en la vida. La oración verdadera nos viste con el traje de la misericordia.

2. Concéntate en lo esencial para realizar la misión: la fe. Es un don que nos ha regalado el Señor. Como todo don, lo puedo acoger y hacer crecer, o dejarlo aparcado. Nunca olvidemos que la fe siempre conserva en algo un aspecto de cruz, oscuridades que nunca restan firmeza a la adhesión. Hemos de saber vivir que hay cosas que solamente se comprenden y valoran desde una adhesión, que es hermana del amor. Un corazón misionero conoce esos límites, pero nunca se cierra y repliega en sus seguridades, deja todo y mira y se adhiere a Jesucristo. Corre por el mundo desde una adhesión sincera, fuerte, llena de amor a quien sabe que es el Camino, la Verdad y la Vida. Una adhesión que, si es sincera, no produce rigidez. Crece en compasión y pasión por los hombres con la misma fuerza que tuvo el Señor. No le importa dar la vida por quienes encuentra en el camino, por los más necesitados, por los que están más lejos. Por abrir senderos aun con el riesgo de mancharse de barro en el camino, pero sabiendo que ese barro lo limpia Aquel en quien ha puesto su corazón. La fe auténtica nos sitúa no como controladores de la gracia, sino como facilitadores de la misma.

3. Concentrarse en lo esencial para realizar la misión: el testimonio. Es cierto que, en todos los que hemos recibido la vida del Señor por el Bautismo, actúa la fuerza santificadora del Espíritu, que nos impulsa a evangelizar, a ser testigos fuertes del Señor. Se advierte rápidamente la presencia de un testigo de Jesús: no habla de sí mismo, todo él habla de Cristo. Por el Bautismo nos convertimos en discípulos misioneros, en hombres y mujeres que hemos tenido la experiencia del amor de Dios que nos salva y que se nos manifiesta en Jesucristo. Quien tiene esta experiencia, no necesita mucho tiempo para descubrir que tiene que salir a anunciarlo. Somos misioneros en la medida en que nos hemos encontrado con el amor de Dios. Los primeros discípulos, una vez se toparon con ese amor y lo recibieron, no esperaron más. Es cierto que crecieron como evangelizadores, pero no retrasaron su misión para salir, formarse, conocer más al Señor, profundizar en aspectos que son necesarios para vivir, y hacer vivir, y ser testigos. Fue un proceso permanente para los primeros, y debe de ser un proceso igual para nosotros. ¿Nos ha dado una vida nueva Jesucristo? ¿Entendemos desde Él, con Él y en Él la vida, las relaciones, la manera de construir este mundo de forma nueva? Esto es lo que tenemos que comunicar: quien nos ayuda a vivir, quien nos da esperanza. Un testigo es un contemplativo. Tiene el oído en la Palabra y al mismo tiempo en el pueblo, y responde a las preguntas que el pueblo le hace, no a las que nadie de los que están a su lado se hacen. Y tampoco se dedica a dar noticias y crónicas para despertar interés.

Concéntrate en lo esencial: ora, crece en la fe, sé testigo.