Aquellas mujeres del martirio silencioso - Alfa y Omega

Aquellas mujeres del martirio silencioso

Sus historias no despiertan la indignación mundial. No provocan multitudinarias marchas de protesta, ni mociones de censura en los parlamentos del mundo libre. Su sufrimiento es silencioso. Como suspendido en un mundo paralelo, aunque padecen las peores humillaciones. Esclavizadas. Raptadas. Mutiladas. Abusadas. Encarceladas. Todo por su fe cristiana. Son las mujeres de la persecución. El Papa abrazó a dos de ellas. Y no dudó en asegurar: «Son mártires»

Andrés Beltramo Álvarez
El marido de Bibi y una de sus hijas, el sábado en un acto organizado por Ayuda a la Iglesia Necesitada. El Coliseo se tiñó de rojo por los cristianos perseguidos. Foto: ACN-España

Rebecca Bitrus. Asia Bibi. Una fue esclava del grupo terrorista africano Boko Haram entre 2014 y 2016. La otra permanece, desde 2009, en una cárcel paquistaní acusada de blasfemia. Francisco las dedicó una larga audiencia. Confortó a la mujer nigeriana, besó al esposo y a la hija de la mujer encarcelada. El encuentro en el Palacio Apostólico del Vaticano, la mañana del sábado 24, debía extenderse por unos 15 minutos según la agenda papal. Finalmente duró 49.

«Le conté mi historia, todo lo que sufrí, y le dije que mi única alegría es no haber renunciado a mi fe. Pero la cosa más importante es que no hice esto con mi fuerza, con mi voluntad. Fue Dios quien me ayudó, porque cuando estuve con estos terroristas me torturaron, me abusaron, pero Dios me sostuvo. La fe me hizo sobrevivir, por eso quiero contar esta historia diciendo que la única cosa que nos salva es Dios», contó Bitrus a Alfa y Omega.

Sus ojos transmiten una rara belleza. Pocos alcanzarían a suponer que sus coloridas y prolijas vestiduras tradicionales esconden 24 meses de esclavitud. Un calvario comenzado el 28 de agosto de 2014 cuando un numeroso grupo de terroristas invadió su aldea, ubicada al norte de Nigeria. Mientras los atacantes asesinaban a los cristianos, ella decidió quedarse con sus dos hijos pequeños, permitiendo a su marido escapar.

Después sobrevino el infierno. Por un año la redujeron a la servidumbre. Intentaron convertirla al islam por todos los medios. No se quebró, ni siquiera cuando la enjaularon bajo tierra durante tres días. Entonces tomaron a su hijo Jonatan, de un año, y lo arrojaron a un caudaloso río. Allí murió. Ni siquiera entonces los captores lograron su objetivo.

Esa misma noche la entregaron a un nuevo marido. Como respuesta a su rechazo, la ataron de pies y manos. Solo así pudo abusar de ella. Quedó de nuevo embarazada. Dio a luz en un bosque, sola. Pudo escapar algunos meses más tarde, durante el ataque de soldados nigerianos al campamento. Tomó a sus hijos y escapó sin rumbo. Caminó durante 28 días, durante los cuales apenas se nutría de hierbas.

Pensaba adentrarse en Nigeria, pero terminó en el vecino Níger. Cuando contó su historia al Ejército, sobrevino otro tipo de infierno. Aquel hijo pequeño era el fruto de un terrorista. Por eso nadie osaba acogerla. Decidieron conducirla de regreso a su país y entregarla a la diócesis de Maiduguri, la capital de Borno.

Logró estabilizarse solo cuando el obispo, Oliver Dashe, se encargó de ella. Le ofreció un lugar donde dormir, ropa y comida. Gracias a la ayuda de un párroco pudo reencontrarse con su esposo. Al abrazarse, lloraron. Él la creía muerta. Lo más difícil fue explicarle que había perdido a uno de sus hijos y el otro era vástago de Boko Haram. Pero él replicó: «Me basta con que volviste viva, yo te amo así como eres».

Rebecca sonrió al recordar su encuentro con Francisco. Y exclamó, con voz tenue, casi imperceptible y en su dialecto natal: «Estoy muy contenta, si muero hoy, ya alcancé la máxima felicidad. Todo el sufrimiento que tuve quedó atrás, perdoné y hoy soy feliz por haber encontrado al Papa. Esta es la alegría más grande para mí. Él me dijo que la esperanza me salvó, que ese hijo que mataron está ahora con Dios y que acepte el hijo de Boko Haram como si fuese mío, porque él también es un don de Dios».

Bitrus con su familia en 2017. El niño pequeño es hijo de un terrorista de Boko Haram. Foto: ACN-España

«Durante mi sufrimiento recordé la pasión de Jesús, que fue capturado y crucificado, pero perdonó a los que le hicieron eso, incluso el ladrón que pidió perdón. Cuando pensé en ellos me dije: también yo quiero imitar a Jesús, busco perdonar a estas personas. Esto me dio la fuerza interna que me sostuvo en aquellos momentos. Una fuerza interior que cambió mi modo de vivir», añadió.

Bitrus viajó a Roma para asistir a la iluminación color rojo del histórico Coliseo. Un acto para sensibilizar sobre los cristianos perseguidos, organizado por la fundación Ayuda a la Iglesia Necesitada. La Santa Sede decidió mantener un bajo perfil sobre la cita con el Papa y no publicó comunicado oficial, pero la organización reveló algunas palabras del Pontífice: «El testimonio de Rebecca y de Asia Bibi representan un modelo para una sociedad que hoy tiene cada vez más miedo del dolor. Son dos mártires».

Mensaje del Papa a Asia Bibi

«Tengo a Asia Bibi en mi mente, en mi corazón y en mis oraciones», dijo Jorge Mario Bergoglio, según contó a este semanario el marido de la mujer, Ashiq Masih. Visiblemente exhausto, se mostró convencido que su mujer «será liberada pronto». No duda de ello. Lo repitió varias veces durante el diálogo.

«El Papa me pidió mandar un mensaje a Asia: “No tienes nada de qué preocuparte, solamente confía en el Señor, el Señor te ayudará y un día dejarás la prisión para reencontrarte con tu familia”», añadió. No escondió su felicidad por el encuentro con el Papa pero, sobre todo, por las bendiciones.

Eisham, de 20 años, pidió al Pontífice que rece siempre por su madre. Confía en el poder de esas oraciones. Y lleva un mensaje a Pakistán: Nada se debe temer porque Dios sostendrá a la familia. Antes de viajar a Roma, la familia vio a Bibi en la cárcel y ella, al saber que conocerían al Papa, les pidió que le dieran un beso de su parte. Cumplieron la encomienda.

«Desde el día que mi mujer fue acusada de blasfemia y detenida, nosotros sufrimos, no podemos vivir en un solo lugar y en paz. Pero rezamos al Señor y él nos provee de su protección; entonces sobrevivimos y por eso recibimos la ayuda de Dios», asegura Ashiq.

El Papa, dijo, escuchó toda la historia de la familia, la comprendió y nos animó. Regresará a su país con su apoyo y sus oraciones, en espera que la Suprema Corte de Pakistán encuentre una respuesta que evite la aplicación de la pena de muerte a la que Asia está condenada. Todo esto sin desatar la ira de las organizaciones islámicas.

Y reflexionó: «En los países europeos los cristianos viven una libertad religiosa, pero en el mundo islámico los cristianos no tenemos eso. Vivimos como una minoría, y ser minoría hace que no podamos tener los mismos derechos. Y esto no ocurre únicamente en Pakistán; los cristianos sufren en prácticamente todos los países musulmanes».