Los obispos de Europa piden reformas y diálogo - Alfa y Omega

Los obispos de Europa piden reformas y diálogo

Monseñor Jean-Claude Hollerich, nuevo presidente de COMECE, apuesta por una política común de defensa que promueva la paz, no que «entre en un juego de poder»

María Martínez López
Monseñor Jean-Claude Hollerich, segundo por la derecha, durante una rueda de prensa, tras su elección, el 9 de marzo. Foto: COMECE

En su discurso de inauguración de la Asamblea Plenaria, el cardenal Reinhard Marx habló de una «ventana de oportunidad corta para la implantación de reformas necesarias» en la UE antes de las elecciones europeas de 2019. ¿Por qué esta sensación de urgencia?
Porque existe también en la UE. Por primera vez, un país ha decidido salirse de la Unión Europea. Normalmente, todos querían entrar. La UE ha perdido mucha de su fascinación. También encontramos populismo en muchos países. Es una situación completamente nueva para las democracias occidentales. Hasta ahora, no habíamos experimentado de esta manera la influencia de la sociedad posmoderna en la democracia. Por ejemplo, el espacio público que ofrecían los periódicos ha sido sustituido por los nuevos medios, que no ofrecen lugar para la discusión. Como consecuencia de todo ello, la gente se siente muy lejos de los políticos. Y a nivel europeo, mucho más. Creo que Europa entrará en crisis.

¿Qué reformas harían falta para responder a esto?
Es un gran problema que la gente no vea la dimensión positiva de la Unión Europea. ¿Podríamos imaginarnos Europa sin la UE? Sería terrible. Los políticos tienen que responder a los problemas reales de las personas. A veces vienen de un entorno social de gente pudiente y abierta intelectualmente, y tienden a olvidarse del resto. Tenemos que escucharnos, sin intentar enseñar a los demás lo que deberían hacer para ser buenos europeos; escuchar lo que la gente siente. Y hacer algo para combatir la pobreza, o el elevado paro juvenil de España. Por otro lado, también tenemos que debatir de verdad. Es el propósito de la COMECE. Y en este diálogo hay que expresar la frustración de muchos católicos europeos.

La Iglesia siempre ha apostado por la Unión Europea. Pero en algunas zonas de Europa, efectivamente, los católicos recelan.
Este mes, en Albania, gente formada y comprometida me decía que la perspectiva de entrar en la UE ayudaría a combatir la corrupción y mejorar la vida de la gente. Pero al mismo tiempo tenían miedo: «¿Nos impondrán cosas desde Bruselas? ¿No se respetarán nuestros valores e identidad?». No creo que vaya a ocurrir, pero hay que decirles a los políticos que estas preocupaciones son muy reales. Muchos católicos de Europa del Este piensan que el aborto, el matrimonio homosexual… todo viene de la UE. Tenemos que mostrar que respetamos las diferencias y la historia de cada país.

¿Cómo traducir todas estas ideas en reformas concretas?
Necesitamos que el Parlamento Europeo tenga más fuerza, para recuperar ese elemento democrático. Y algunas competencias podrían volver a los estados miembros. Debemos transmitir que la identidad europea no va contra la nacional. Puedo amar España, y a Europa porque amo España. Amar Europa sin amar España sería ignorar algo que ha crecido durante siglos.

Habla de devolver competencias a los estados miembros, pero al mismo tiempo se está planteando –desde COMECE también– acelerar la integración en otros aspectos. ¿Iremos hacia una Europa de dos velocidades?
No debería ser la primera opción; caminar juntos es mucho mejor. Pero hay que ser realistas. En realidad, que algunas competencias vuelvan a los estados no excluye tener en común otras, como la política de defensa. Mirando a la situación geoestratégica actual, con el aislamiento de Estados Unidos, va a ser muy difícil no tenerla. Pero hay que ver qué política de defensa común: ¿queremos jugar a ser una potencia mundial, o proteger a nuestros ciudadanos?

¿Obligar a la Unión a trascender sus problemas internos y plantearse su papel en el mundo?
La UE debería seguir siendo el proyecto de paz que ha sido desde el principio. A veces tendremos que trabajar activamente por la paz. Me parece muy raro que en todo el conflicto de Siria, en nuestro vecindario más próximo, Europa apenas haya jugado ningún papel. Solo hemos mirado y dejado hacer. Me gustaría haber tenido una política de paz mucho más activa. Y es todavía peor porque algunos estados miembros venden armas a las zonas en conflicto.

El cardenal Marx aludió también a la necesidad de una política migratoria común.
Esto deben analizarlo los políticos, pero nosotros podemos darles algunos elementos claves. Siempre habrá migraciones. No deberíamos tratar de detenerlas porque es imposible. También deberíamos aceptar a quienes vienen como refugiados. Es nuestro deber como cristianos. Construir cortafuegos para las migraciones no va a funcionar a largo plazo. Si realmente queremos frenarlas, hay que ayudar a los países de África para que los jóvenes tengan perspectivas de futuro allí. Y esto exige un gran esfuerzo en cuanto a los medios.

La política migratoria es uno de los puntos de fricción con los países del este. ¿Cómo abordar ese diálogo que pedía antes?
Polonia tiene un millón de refugiados de Ucrania, así que sí los acogen. Pero es verdad que ahora, entre la UE y los países del oeste por un lado, y los países del centro y este por otro, las opiniones son tan distintas que no vamos a ser capaces de tender puentes. Debemos cambiar la perspectiva y avanzar juntos. Si no, volveremos al mismo antagonismo. Incluso si cambiaran los gobiernos, porque la UE no se puede imponer contra la voluntad del 49 % de la población.

En estos tiempos de individualismo y populismo, ¿cómo restaurar o reforzar el sentido de pertenencia de los ciudadanos europeos?
Ha dicho la palabra adecuada: ciudadanos. Tenemos que concentrarnos en cada europeo, poner en marcha iniciativas para acercar a la gente. Existen muchos programas para unir a los intelectuales, como el Erasmus. Quien los ha experimentado tiene una identidad europea mucho más fuerte. Pero nos olvidamos del resto de la sociedad.

¿Cómo concretar eso?
Es tarea de los políticos, no de la Iglesia. Yo no quiero hacer de político, pero sí estar en diálogo con ellos para ayudarles a clarificar conceptos. Y, por supuesto, no quiero hacerlo solo yo. Mucha gente debería implicarse en este diálogo, mediante el contacto de la gente con sus parlamentarios europeos y viceversa.

¿Sus hermanos obispos le dieron alguna otra orientación para su mandato?
No. Pero también tenemos que hablar mucho entre nosotros mismos, desde el mayor respeto. Al mismo tiempo, el Santo Padre nos da orientaciones que no queremos ignorar; por ejemplo, con su compromiso con los refugiados.