Piezas del puzzle - Alfa y Omega

Me he animado escribir este artículo porque parece que la paternidad es algo que ya no está de moda. Se ha asumido como algo normal y no nos paramos a considerarla en su justa medida. La influencia del ambiente en que nos desenvolvemos, en el que se decide el bien y el mal por mayoría y se impone una moral por real decreto, hace que pocas veces –por no decir nunca– se hable de la paternidad. A nadie interesa hablar de este tema, no es noticia y no nos paramos a pensar sobre tan vital asunto.

No me considero una persona especialmente cualificada para hablar de la paternidad, ya que no soy padre, pero he visto a través de mis amigos algunos rasgos que han llamado mi atención. Probablemente, a muchos, les parecerán algo banal, algo corriente pero son cosas pequeñas que dan valor y llenan de significado la palabra paternidad.

Estos amigos no tienen nada de especial. No destacan por su gran sabiduría, pero sí por su gran fe. Oran juntos y visitan a enfermos en una planta de paliativos. Hay veces que reparten la comunión, otras se limitan a orar con los enfermos o, simplemente, les dan conversación. Viven su vida cristiana con una pasión digna de envidia y, cuando los veo, a pesar de la dureza de lo que viven el día que se reúnen, al salir de sus trabajos, siempre están felices. En ese grupo, dos estamos solteros y tal vez, por nuestra condición, nos llama más la atención lo que hablan y hacen por sus hijos nuestros amigos casados.

César es teólogo. Compagina su labor en un colegio, con el doblaje. Su voz es profunda y serena. La verdad es que cuando habla, te impone. Al acercarse al enfermo, lo hace con todo respeto y cariño. A veces, si son jóvenes, les hace muecas o cuenta chistes y les hace sonreír para que olviden, aunque momentáneamente, lo que están viviendo. Aparte, les lleva la comunión y los escucha como nadie. Es un maestro para todos nosotros.

Día sí, día también, no le importa salir a las 10:30 de la noche a recoger a su hija a la puerta del trabajo. Aunque esté roto física y emocionalmente, saca fuerzas no se sabe muy bien de dónde y se pone en marcha. Cuando lo ves hablar de sus hijos, se le ilumina la cara. Le apasiona ir los sábados con su familia a comer “lo que sea” e ir al cine. Lo importante es estar todos juntos.

Su faceta paternal supera el ámbito familiar y lo extiende a sus amigos. Recientemente, tuve que pasar por el quirófano. Vino a visitarme al hospital con un paquete de galletas de mi marca favorita. No le importaron ni los atascos, ni los problemas de aparcamiento. Oró por mí para que me sintiera tranquilo y bajara confiado a la operación. Con un intercesor así, nada podía ir mal, como así fue.

Antonio trabaja en una multinacional. Al igual que César, está casado. Tiene dos hijos. No le importa sacrificar su actividad deportiva de los viernes por la tarde, y por la que suspira durante la semana, para llevar a sus hijos a tal sitio o a otro y esperarlos hasta que salga. Ante sus hijos, todo es secundario y hace poco nos impresionó a David y a mí –los dos solteros– cuando dijo «si me piden la vida por mi hijo, digo que sí, adelante». No utilizó el condicional, como se suele hacer en estos casos, sino el presente de indicativo, para que no quedara ninguna duda.

Walter trabaja en una importante multinacional alemana. La apasiona y disfruta con su trabajo. Es un hombre feliz con su trabajo. Intenta dar el máximo bienestar a sus hijos. No le importa partirse el espinazo por ellos; sin embargo, ha sabido encontrar un equilibrio perfecto entre el deber y el hacer que le permite conciliar su vida dentro y fuera de casa. Lo hace por sus hijos. Si fuera por él, se pasaría el día trabajando porque disfruta y se siente feliz con lo que hace; sin embargo, poner un «hasta aquí» a su trabajo. Se desvive por sus hijos y, por ellos, ora fervientemente. La oración es parte importante de ese bienestar familiar.

Otro caso en el de Mario. Es «tico»; es decir de Costa Rica. Vivió y trabajó en España durante un tiempo. En el año 2007, regresó con su mujer y sus tres hijos a San José.

Mario es un hombre de fe. El otro día me escribió pidiendo oración; había perdido un importante contrato y se encontraba corto de recursos. Para completar el panorama, su hija de apenas 18 años –su “princesa”– se había marchado con un chico al que había conocido en una actuación en Hollywood. Sofía, que es como se llama la hija, tuvo cierto éxito a raíz de su participación en un concurso musical del tipo Operación triunfo en Costa Rica.

La voz de Mario estaba desgarrada de dolor. Al escucharlo, asocié su dolor con el del padre de la parábola del hijo pródigo, cuando el hijo le pidió su herencia para irse a conocer mundo. Pude percibir el ansia para que Sofía volviera a casa. Es más, llegué a pensar que, al igual que en la parábola, con que hubiera una llamada, él iría a corriendo a buscarla, como hizo el padre al ver venir al hijo de lejos, la abrazaría y no le reprocharía nada.

La llamada nunca se produjo. El día antes, apareció por casa y estuvo fría y distante. Esto devastó a Mario y a su mujer. Por eso, y para hablarme de sus problemas laborales, me llamó. Necesitaba desahogarse, hablar con alguien y expresar secretamente su dolor para para no sobrecargar con más sufrimiento a su familia.

Finalmente, hay una persona que no puedo dejar pasar, es Gloria. Aunque se trata de un artículo sobre la paternidad, la maternidad nunca está ausente; aquel no tiene sentido alguno sin ésta. Como buena madre, está siempre al lado de sus hijos, los arropa, anima, consuela y protege. Gloria tiene dos grandes dones, escucha como nadie y sabe estar en el momento oportuno de forma discreta y siempre serena. Es el complemento perfecto a lo que venimos comentando. Es esa otra parte de la naranja.

Como se ve, lo que se destaca no son grandes cosas, sino pequeños detalles, como las piezas de un puzzle que juntas forman una imagen mayor. La paternidad no se compone de grandes proezas, ni la maternidad son mujeres coraje, como nos dan a entender los medios de comunicación. En ambas, lo que existen son hombres y mujeres normales que no destacan por nada especial, a simple vista. No tienen nada que atraiga las miradas, pero sí irradian algo que los convierte en grandes.

La pasión que les mueve no les lleva a hacer cosas impensables en un sentido material sino que, muy al contrario, han descubierto que su felicidad se compone de renuncias. Es ahí, en esas renuncias, en lo que radica la dignidad de su paternidad y maternidad, y no a la inversa, como nos hacen creer.

Mis amigos, gracias a su fe, sin esfuerzo y sin darse cuenta, reflejan permanentemente un aspecto esencial de Dios: su paternidad y su amor incondicional que le lleva incluso a renunciar a su hijo, para la salvación de muchos. Ésa es la imagen que componen estas sencillas piezas del puzzle.