Monseñor Cobo: «La DSI expresa el dolor de la Iglesia por las personas que sufren» - Alfa y Omega

Monseñor Cobo: «La DSI expresa el dolor de la Iglesia por las personas que sufren»

Infomadrid

Este miércoles, 21 de marzo, el obispo auxiliar de Madrid y vicario episcopal de la II, monseñor José Cobo, se reunió con responsables de los equipos de Comunicación y de los Servicios de Empleo de Cáritas Madrid. A la luz de la Doctrina Social de la Iglesia y con motivo de la Campaña contra el Paro 2018, el prelado desarrolló su ponencia en el Centro de Estudios Sociales de Cáritas Madrid, con una intervención centrada en el trabajo para la DSI, el planteamiento de la Iglesia, el salario y los principios y las claves que propone la DSI a la hora de trabajar por la dignidad en el trabajo.

Ante las situaciones de desempleo o trabajos precarios que nos encontramos actualmente, monseñor José Cobo explicó cómo la Iglesia «siempre ha querido atender esta realidad», no solo ocupándose de las personas sino que «ha querido ir más allá: dando pistas para leer la realidad con ojos de Evangelio y luces largas para caminar con toda la sociedad desde donde Dios nos pide». La Doctrina Social de la Iglesia, señaló, «nos surge como una teoría», pues «es un estímulo que nos pone en el disparadero de iluminar, desde el Evangelio, una práctica especial de la caridad». La DSI «expresa ese dolor de la Iglesia por las personas que están sufriendo y por la dignidad de cada una de ellas para encaminarnos hacia la consecución del bien común como plan de Dios».

El trabajo en la Doctrina Social de la Iglesia

Cobo recordó cómo Benedicto XVI define trabajo digno en Caritas in veritate, 63: «Un trabajo que, en cualquier sociedad, sea expresión de la dignidad esencial de todo hombre o mujer: un trabajo libremente elegido, que asocie efectivamente a los trabajadores, hombres y mujeres, al desarrollo de la comunidad; un trabajo que de este modo haga que los trabajadores sean respetados, evitando toda discriminación; un trabajo que permita satisfacer las necesidades de las familias y escolarizar a los hijos sin que se vean obligados a trabajar; un trabajo que consienta a los trabajadores organizarse libremente y hacer oír su voz; un trabajo que deje espacio para reencontrarse adecuadamente con las propias raíces en el ámbito personal, familiar y espiritual; un trabajo que asegure una condición digna a los trabajadores que llegan a la jubilación».

Además, la encíclica Laborem exercens, de san Juan Pablo II, subrayó, «se inspira en una postura cristiana frente al trabajo, el capital y la propiedad». Expone la «importante distinción» entre el aspecto objetivo y subjetivo del trabajo. Y, por su dimensión objetiva, reveló, «el trabajo humano es valioso, muy valioso», tal y como manifiesta el nº 4 de LE: «El trabajo en sentido objetivo es el conjunto de actividades, recursos, instrumentos y técnicas de las que el hombre se sirve para producir, para dominar la tierra, según las palabras del libro del Génesis».

En el aspecto subjetivo, destacó, «el hombre es sujeto del trabajo, como persona, para el desarrollo de su propia humanidad: “No hay duda de que el trabajo humano tiene un valor ético, el cual está vinculado completa y directamente al hecho de que quien lo lleva a cabo es una persona… Esta verdad… constituye en cierto sentido el meollo fundamental y perenne de la doctrina cristiana sobre el trabajo” (LE,6)».

La dignidad de la persona humana

El prelado hizo especial hincapié en la dignidad de la persona humana, que «reclama un trabajo digno, no solo útil, porque el trabajo es una vocación de Dios». Es el trabajo el que «está en función de la persona y no la persona en función del trabajo». Y matizó cómo Laborem exercens destaca, en su nº 6, que «el trabajo es un bien de la persona y un bien de su humanidad: “Aquel que, siendo Dios, se hizo semejante a nosotros en todo, dedicó la mayor parte de los años de su vida terrena al trabajo manual junto al banco del carpintero. Esta circunstancia constituye por sí sola el más elocuente ‘Evangelio del trabajo’, que manifiesta cómo el fundamento para determinar el valor del trabajo humano no es, en primer lugar, el tipo de trabajo que se realiza, sino el hecho de que quien lo ejecuta es una persona humana. Las fuentes de la dignidad del trabajo deben buscarse principalmente no en su dimensión objetiva, sino en su dimensión subjetiva”».

Y reveló, además, de la mano de san Juan Pablo II, que el trabajo «es un valor familiar», pues es «el fundamento sobre el que se forma la vida familiar, la cual es un derecho natural y una vocación del hombre (LE, 10)».

«Tomar postura, cambiar y elaborar propuestas concretas»

Cuando el trabajo se limita a una mera «actividad productiva remunerada», subrayó, «el hacer humano se reduce a su dimensión economicista». Por tanto, «es necesaria la regulación de los mercados y los excesos, contener la flexibilidad laboral y buscar alternativas a la precariedad en el empleo». En ese sentido, la DSI «presenta a la economía la guía de los principios de la justicia y la caridad, evitando el acaparamiento de recursos, teniendo en cuenta la realidad del paro a la hora de plantear inversiones y cooperando en todo con el Estado y los sindicatos para que se busquen nuevas salidas».

Acto seguido, monseñor Cobo enumeró cuatro pistas y valores que presenta la DSI para «tomar postura, cambiar y elaborar» propuestas concretas. En primer lugar, «la participación de todas las personas», ya que «tenemos nuestro grado de responsabilidad, como la persona que contrata una persona para el servicio doméstico, las grandes empresas, la administración, la comunidad cristiana…». La sociedad en general, dijo, puesto que «el fin no justifica los medios». La segunda pista estuvo centrada en la familia como «apéndice fundamental en el lugar de la consolidación del salario». Es decir, «no es solo una persona a la que se le paga un sueldo y ya está, no es un robot, es una persona que desarrolla su trabajo, que dignifica lo que hace y que tiene una familia detrás». En tercer lugar, incidió en la idea de contemplarlo «en su dimensión mundial», puesto que la DSI «reivindica, pide y alienta que haya una autoridad mundial que marque al menos las líneas de funcionamiento». Los obispos europeos en el 98 «ya pedían que hubiera una autoridad mundial que regulara el tráfico de personas, los salarios… que hubiera comisiones estrictas a nivel». Y, por último, expuso que la técnica no puede estar por encima de la ética: «La eficiencia y eficacia sí, pero dignidad humana, calidad por encima de todo». No podemos renunciar a esto, revelo, y «el día que renunciemos, renunciamos a la dignidad». De otra manera, expuso, «¿qué va a ocurrir con las personas más débiles? Que no podrán trabajar».

Luces para organizar el trabajo desde otros valores

A modo de conclusión, el obispo auxiliar de Madrid volvió a insistir en la necesidad de «conocer la reflexión de la Iglesia para concretarla en cada lugar y ponerla en marcha». Necesitaremos «cambiar la forma de mirar», descubrió, y «tenemos que ampliar nuestra mirada a una dimensión mundial, lanzarnos desde la solidaridad a aislar la precariedad laboral y sanar las relaciones sociales».

Finalmente, animó a «expandir el principio de solidaridad», tanto entre las personas que sufren el desempleo como entre los diversos agentes sociales. Y hacerlo realidad «con una economía alternativa, social y de comunión», porque «hay muchos gestos y brotes que la DSI anima para corregir abusos y sanar la dignidad perdida». Así, reveló, «recuperaremos la fraternidad y la participación en la vida social», donde «el otro no es rival ni nos quita ayudas o trabajo, sino colaborador en la construcción de un futuro común».