La educación es una tarea pascual - Alfa y Omega

Estamos celebrando la Semana Santa, la semana pasada os hablaba de ella; en esta ocasión os hablaré del significado de la Pascua en la tarea educativa. Hoy tenemos ante nosotros un desafío cultural y educativo que hemos de afrontar con serenidad, pero también con toda la pasión quienes creemos que el ser humano creado a imagen y semejanza de Dios está llamado a dar un profundo cambio a este mundo. La educación es tarea pascual. La educación es una tarea de frontera para la vida y misión de la Iglesia y lo es para toda la sociedad; como tarea de frontera son las realidades de exclusión que hoy tienen diversas manifestaciones en nuestra sociedad y a las que la Iglesia está saliendo de maneras muy diversas en todas las latitudes del mundo.

Con una fuerza grande hemos de decir que se dan hoy fronteras en el pensamiento y se intenta fijar un pensamiento único y débil. Lo cual es un suicidio para el ser humano y una dictadura encubierta, pero perfectamente abierta y diseñada por quienes quieren hacer del hombre un muñeco movido con sus hilos. La Iglesia tiene una experiencia universal de proponer lugares educativos en las más diversas circunstancias, culturas y situaciones. Y siempre lo ha hecho con propuestas para pensar, no para imponer. ¿Cuántas escuelas y universidades se hacen presentes en la diversidad de culturas, religiones y opiniones? Estas instituciones buscan: dar conocimientos; entregar sabiduría para hacer y servir a todos los hombres, y mostrar valores universales, válidos para todos y que hacen posible construir un mundo de hermanos.

Tenemos que proponer lugares en los que el ser humano pueda recibir una verdadera educación que le haga libre. Lugares que sean transmisores de conocimientos, de modos de hacer y de valores. En todos los continentes, la Iglesia ha plantado estos lugares para servir al hombre y para servir el desarrollo de una sociedad y de un mundo carente de lo que es clave: la tarea educativa en esta triple perspectiva de la que antes hablaba. En ese caldo de cultivo, en esa atmósfera, el ser humano sabe elegir, respetar y promover.

En este momento que vivimos, me atrevo a decir que necesitamos maestros con unas características que creo son fundamentales: a) Artistas de la comunicación, que no van a hacer adeptos a sus ideas, sino a hacer pensar, a través de ese arte extraordinario de comunicar lo que aprendieron y que saben que es bueno para todo hombre, que no buscan ideologizar, sino hacer personas con hondura, sabias, que les lleven a hacerse preguntas y a saber hacer preguntas; 2) Iluminadores y encendedores de la mente y el corazón, con capacidad de iluminar la mente y encender el corazón de cuantos son sus discípulos para ponerse en el camino de descubrir la verdad, haciéndolo con inmensa paciencia, sencillez, delicadeza, humildad, caridad, con el buen ejemplo dado con su propia vida; 3) Con método socrático, es decir, sirviéndose del diálogo, preguntando y dejando que respondan a quienes se pregunta o mostrando que no saben responder y que ello les lleva a buscar más sabiduría.

Me atrevo a deciros ocho bienaventuranzas que son claves en la obra educativa y que estoy seguro de que aceptarán todos los que crean, defiendan y promuevan la persona humana y su desarrollo:

1. Bienaventurados los que creen que la educación es una obra de amor. Todos están de acuerdo hoy en que, para educar, no basta una buena teoría o doctrina que comunicar; hace falta algo muy grande y muy humano, los grandes educadores de todas las latitudes así nos lo han mostrado. Ellos vieron la importancia de la cercanía vivida diariamente y que es propia del amor, que tiene un espacio ideal en la familia pero también donde hay personas que cuidan del otro como de un hermano. Por eso, un gran educador cuya manera de entender la educación está en todas las latitudes de la tierra, san Juan Bosco, decía: «La educación es cosa del corazón y solo Dios es dueño» (Epistolario, 4, 209).

2. Bienaventurados los que han descubierto que la educación es ejercicio y respuesta de libertad. La educación implica la libertad del otro. Es siempre una invitación a la libertad, es impulso a ser libre. Debe llevar a la toma de decisiones. Esta libertad se manifiesta cuando desde la propuesta cristiana se llama a la fe y a la conversión, pero son los educandos, cada uno a su edad y desde la respuesta que pueden dar, quienes toman la decisión. Ello genera libertad, no nos dejemos engañar por quien piensa que la limita. Una propuesta pide responderse y ello crea siempre ámbitos de libertad, y estos se dan con más fuerza cuando la propuesta viene de más allá de uno mismo o de otro que es como yo mismo.

3. Bienaventurados los que son capaces de mostrar que hay cuestiones que son definitivas y, por tanto, dan y muestran una educación integral. Nuestra tarea como educadores va mucho más allá de lo técnico y profesional, debe comprender todas las dimensiones de la persona, todos sus aspectos, su faceta social y su anhelo de transcendencia, así como la dimensión más noble como es el amor. Por otra parte, no hay cuestión más insidiosa para educar que el relativismo, que nada reconoce como definitivo, que no reconoce todas las dimensiones del ser humano, que deja como última medida el propio yo con todos sus caprichos; deja encerrado al ser humano en su propio yo, lo cual hace inviable una auténtica educación. ¿Cómo vivir estando condenados a vivir incluso dudando de la bondad de la propia vida de uno mismo? Por este camino se comienza a dudar de la bondad de la vida de los demás y seremos capaces de instaurar otros campos de destrucción como Auschwitz.

4. Bienaventurados los que saben educar en la verdad del amor y del sentido de la vida. Hay que salir al encuentro del hermano, simple y llanamente porque es mi hermano, porque para los cristianos es clave descubrir que hemos sido creados por amor y para el amor. Y que cuando falta o no se desarrolla este eje estructurador de la existencia personal, somos capaces de vivir y de consentir las mayores atrocidades. Educar no es solo ni fundamentalmente transmitir habilidades o capacidades, hay que entregar sin miedo los verdaderos valores que dan fundamento a la vida, a la existencia humana.

5. Bienaventurados quienes educan siendo testigos. La figura del testigo es central, pues no solamente transmite y entrega informaciones, sino que tiene un compromiso con la verdad y, por ello, la propone, la entrega, la da con su propia vida. Su vida se convierte en un libro abierto en el que se puede leer y a través del cual crear entusiasmo.

6. Bienaventurados quienes no permanecen indiferentes ante ciertas situaciones y tendencias que son destructivas de la persona y de la sociedad. Todo aquello que promueve el relativismo, la cultura del consumo, la profanación del ser humano, no puede ser indiferente a nosotros; nosotros decimos un sí al hombre amado por Dios, a todo hombre sea quien sea, y somos impulsados a salir a su encuentro en cualquier situación en la que se encuentre.

7. Bienaventurados quienes asumen como tarea prioritaria mostrar el rostro del verdadero humanismo a los niños y a los jóvenes. Los niños y los jóvenes tienen derecho a que se les entreguen todas y cada una de las dimensiones que constituyen su ser personal; quienes retiran algún aspecto, con palabras del Señor, «son ladrones y salteadores». Los niños y jóvenes son la primera riqueza del mundo, para ellos no basta una educación técnica y científica, hay que entregarles valores humanos y morales que les den confianza en ellos mismos y capacidades para ocuparse de sus hermanos.

8. Bienaventurados quienes apuestan por una educación forjadora de cultura y de humanidad. Imitemos a san Pablo. Pude ver antes de la Semana Santa la película Pablo, el apóstol de Cristo y me llamó la atención algo muy sencillo en el diálogo establecido entre Pablo y Lucas: esa invitación a encontrarnos con Jesucristo. Él tuvo este encuentro y fue fascinado por el Señor, que hizo de su persona un humilde, fiel y valiente heraldo de la Buena Noticia, que le convirtió en forjador de una cultura y de un humanismo que define bellamente en la primera Carta a los tesalonicenses: los «instruidos por Dios», es decir, los que tienen a Dios como maestro, esos que forjan una manera de vivir y de estar presentes en este mundo.