Así viví la Semana Santa: Proponiendo el Evangelio puerta por puerta - Alfa y Omega

Así viví la Semana Santa: Proponiendo el Evangelio puerta por puerta

Desde el jueves santo hasta el domingo de resurrección, 127 familias y 326 jóvenes de toda España (960 personas en total) realizaron una misión evangelizadora organizada por el movimiento Regnum Christi poniéndose al servicio de 29 párrocos en zonas rurales de 11 provincias

Colaborador

Durante la Semana Santa de 2018, 127 familias y 326 jóvenes de toda España (960 personas en total) han celebrado una Semana Santa misionera con Juventud y Familia Misionera, iniciativa del movimiento Regnum Christi, poniéndose al servicio de 29 párrocos en zonas rurales de 11 provincias. El principal destino ha sido Murcia, adonde acudí junto a 250 jóvenes de toda España para apoyar en 10 parroquias de Cartagena, Puerto de Mazarrón, Cabezo de Torres y Churra.

Durante el momento litúrgico de más relevancia, del jueves santo al domingo de resurrección, tuvimos la oportunidad de llevar con alegría el mensaje del Evangelio. Muchos pensarán «¿Para qué?» «¿Por qué?». Porque, como dijo en una ocasión el Papa Francisco, todavía hay personas que «no conocen a Jesucristo, por eso es tan importante la misión».

Veníamos desde Galicia, Asturias, País Vasco, Comunidad Valenciana, Comunidad de Madrid y Andalucía, entre otros lugares. Pero también éramos jóvenes de Venezuela y México. Esto evidencia que no es el sueño ni la idea de unos pocos, sino que las misiones parten del compromiso con Cristo de un gran número de adolescentes y universitarios cristianos. Somos conscientes de la realidad del mundo, de sus problemas. Por esta razón abandonamos nuestras casas durante unos días para darnos a los demás con nuestro testimonio de fe, en las calles y en las casas.

Parece fácil, pero imaginen patear las calles de un pueblo tocando las puertas de las casas para ofrecer la posibilidad de, por ejemplo, celebrar la Eucaristía junto a chicos y chicas de entre 16 y 23 años. Y no hablamos de invitarles a una fiesta al uso, ni de regalarles entradas a una final de Champions League, y mucho menos a un concierto de su grupo o cantante favorito.

Eso es lo que hicimos el Jueves Santo. Por supuesto que recibimos muchos noes, pero también síes. Cada cual con razones distintas: «no tengo tiempo» o «no me interesa», cuando era no. A veces ni nos abrían. Un «claro» acompañado de una eterna sonrisa, cuando era sí. Además, figúrense la posibilidad de poder rezar el Santo Rosario dentro de las casas de personas que, hasta que no llamamos a su puerta, no conocíamos.

El ambiente del Viernes Santo en las misiones era de tristeza, los cristianos recordamos la crucifixión y muerte de Jesús. Debíamos acompañar a María durante estos durísimos momentos. Reflexionamos sobre el papel de los que estuvieron el día de la muerte de Cristo y lo compartimos en grupo. Aún con una atmósfera apenada, éramos conscientes de que el día grande se acercaba, y nos preparábamos para ello. En la Vigilia Pascual reunimos a cada pueblo en su parroquia para celebrar que Jesucristo había resucitado.

Cada acto religioso daba sentido y sustentaba los momentos, situaciones, personas, conversaciones y miradas de las que fuimos testigos en Cartagena y Murcia. El día que tocó recorrer las calles llamando a las casas pasó algo increíble. Un grupo entró en una casa para avisar de la misa que esa misma noche se celebraría con motivo del Jueves Santo. Vieron a un señor en la puerta de la casa y le avisaron, pero él dijo, educadamente, que no le interesaba.

Incansables se fueron a la casa de enfrente. Salió una señora y les invitó a entrar, charlaron con ella y le regalaron un rosario. Les contó que tenía una hermana con cáncer, desde hace 7 años, que vivía cerca y que era muy creyente, por si querían que les acompañara a verla. Ellos la siguieron y entraron a la casa de su hermana. Allí le explicaron que había Misa a las 9 y que serían muy felices si la veían allí con ellos. Rezaron el Santo Rosario en su salón. Al acabar, la señora les dijo «sé que Dios está conmigo». Por supuesto, fue a Misa.

Otro momento impactante ocurrió el Sábado Santo. Al salir de una de las parroquias de Cartagena, un señor mayor se acercó a un joven y le saludó. El universitario le dijo «voy a rezar por ti». Este hombre, con lágrimas en los ojos, miró al chico y le respondió «gracias, yo ya me puedo morir tranquilo». Y hay más instantáneas misioneras con las que quedarse. Por ejemplo, imagine que camina por el centro de su ciudad, junto a 250 personas, rezando el Santo Rosario ayudado por un altavoz. Se oían comentarios como «¿Por qué rezan? Qué raros». Pero también, sorprendidos: «¡Están rezando el Rosario!». Nos miraban, nos sentíamos protagonistas haciendo lo que nos llena.

Nosotros fuimos a Murcia y Cartagena, pero a buen seguro, en el momento en el que leas esto, estarán otros jóvenes haciendo lo mismo en diferentes rincones del mundo. Misionar es la forma alternativa de algunos cristianos de vivir la Semana Santa. Es salir de casa para llevar a Cristo a los demás. Es vivir lo que Él vivió, sentir lo que Él sintió. Es rezar, con lo que conlleva esta actividad contracultural, por tu familia, por tus amigos, por las personas que te importan. Es compartir con otros jóvenes lo que crees importante. En definitiva, es una forma sencilla y atractiva, que no fácil, de ser apóstoles.

Jaime Pastor