Una evangelización marcada por la alegría pascual - Alfa y Omega

La celebración de la Pascua nos remite siempre a vivir en la alegría que nace del encuentro con Jesucristo Resucitado. El Papa Francisco, en el inicio de su ministerio como sucesor de Pedro, nos invitaba a toda la Iglesia a vivir una «nueva etapa evangelizadora, marcada por la alegría». Como ocurrió desde el principio: llenos de alegría por la Resurrección de Cristo comenzaron a dar testimonio de la misma y anunciar al Señor. La alegría indica caminos para la marcha de la Iglesia en estos momentos de la historia de la humanidad.

No podemos encerrar en nosotros la alegría de la Resurrección, no se puede clausurar esa alegría en nuestra vida interior ni en nuestros propios intereses; cuando hacemos esto, no hay Pascua, porque no dejamos espacio para los demás, porque ya no entran los pobres, porque ya no se escucha la voz de Dios. Cuando esto sucede, no escuchamos ni disfrutamos la dulce alegría del amor de Dios, ni palpita ese entusiasmo de Jesús Resucitado en nuestra vida por hacer el bien. Regalemos el triunfo de Cristo a todos los hombres, su Vida, que nos conforma con una manera de vivir y actuar que es la de Él y que crea fraternidad y encuentro, que da paz y capacidad para tener los brazos abiertos siempre a todos, como los tiene Jesús con nosotros.

Si todos los hombres conociesen y tuviesen experiencia de la alegría pascual, ¡qué diferente sería todo! ¡Vivir en la alegría de la Pascua nos hace tanto bien! ¡No huyamos nunca de la Resurrección de Jesús! ¡Nunca tengamos la tentación de declararnos muertos! Siempre volcados y vueltos a Jesús Resucitado. ¡Cuánto bien nos otorga volver a Jesucristo! Cuando os parezca que todo está perdido, volved la vida a Jesucristo: nos ama, nunca se cansa de perdonar, de decirnos «adelante», de cargar nuestras vidas sobre sus hombros; no se desilusiona con nosotros, nos dice lo que dijo el ángel a María Magdalena y a los discípulos: «No está aquí».

«Se han llevado del sepulcro al Señor», el sepulcro está vacío, es lo mismo que decir que la muerte ha sido vencida. Nunca os dejéis engañar, el triunfo es de Dios, se ha manifestado en Jesucristo Resucitado. ¿Sabéis la alegría que supone decir a los hombres de este mundo que no hay muerte? ¿Sabéis lo que supone decir a todos los hombres: «Creedme, ha llegado la Vida»? Nunca nos convirtamos en discípulos miedosos y quejosos, nunca tengamos la tentación de no dejar espacio a los demás. Cuando comenzamos a quejarnos, a vivir con resentimientos, a no dar todo lo que somos y tenemos para dar vida a los demás, dejamos de tener la alegría de la Resurrección, dejamos de vivir en el gozo de esa alegría que provoca el sentirnos amados por Dios; nuestro corazón ya no palpita con ese entusiasmo que da el saber que Cristo ha Resucitado y nosotros con Él.

Hay varias personas que son las primeras que ven y descubren que Jesucristo ha Resucitado, entre ellas se encuentran María Magdalena, Pedro y Juan. De María Magdalena conocemos su historia personal: pecadora, ha llorado, ungió los pies a Jesús y los secó con sus cabellos; mujer explotada, despreciada por quienes se creían justos… Jesús dijo de ella que había amado mucho y por ello se le perdonaban los pecados; se sintió amada por el Señor en su condición y ello la cambió totalmente. Su amor al Señor le hizo ir al sepulcro y oír: «no temáis», «ya sé que buscáis al Crucificado» […] «Ha resucitado». El Señor salió a su encuentro para decirle: «Alegraos». También destaco el encuentro con Pedro, que había negado a Jesús y a quien este había puesto al frente de su Iglesia. Como el discípulo al que tanto quiso el Señor, Juan, vio las muestras de la Resurrección de Cristo y «vieron y creyeron». Esto sucede con nosotros: pecadores, con oscuridades, con egoísmos, con faltas de fe, con negaciones, siendo vendedores y cambistas, pero el Señor se acerca en esta Pascua para decirnos: «No tengáis miedo, id a comunicar […] que Él había de resucitar de entre los muertos». ¡Alegraos!

Para vivir la alegría de Cristo Resucitado os invito a:

1. Renovar permanentemente nuestro encuentro con Jesucristo Resucitado. Esto supone tomar la decisión de dejarnos encontrar por Él. No es para unos escogidos, lo pueden hacer todos los hombres, están invitados todos los hombres a dejarse encontrar por Jesucristo. Lo único que hace falta es estar abiertos a este encuentro. ¡Cuánto bien hace volver a Jesús! ¡Qué diferencia tan abismal existe y se da en la vida de un ser humano cuando se deja encontrar por Jesús! Y no hay que hacer ningún esfuerzo: déjate mirar, déjate abrazar, déjate iluminar. Descubre algo que es decisivo en la vida de un ser humano: el Señor nunca se cansa de perdonar, el Señor nos devuelve la dignidad verdadera que tenemos cuando, aun en medio de la oscuridad, nos dejamos abrazar por Él. Y lo hace siempre sin imposiciones, con ternura y para lanzarnos hacia adelante. El encuentro con Jesús da a la vida una alegría desbordante, ilumina la vida personal y la de quienes están a nuestro lado.

2. Llevar a todos los lugares de la tierra donde habitan los hombres la dulce y confortadora alegría del Evangelio. El bien siempre se comunica. Cuando un ser humano tiene la experiencia del encuentro con Jesucristo, adquiere tal hondura su vida, se siente tan a gusto, descubre tal manera de vivir y de estar junto a los demás, que no puede guardársela para sí mismo, la quiere comunicar. El bien se comunica, se expande. Es más, cuanto más te llenas del Resucitado, más sensibilidad adquieres ante las necesidades de los demás; por eso, más quieres conocer al otro, más deseas reconocerlo en su verdadera dignidad, más y mejor buscas su bien. La Resurrección de Cristo nos lleva a ver que la vida se acrecienta dándola y nos hace ver que, al margen de la vida del Resucitado, la vida disminuye, se debilita, se hunde en la comodidad de vivir para uno mismo. Llevemos a todos los lugares donde habitan y hacen la vida los hombres el amor inmenso de Cristo manifestado en su Muerte y Resurrección. Nos hará romper esquemas aburridos en los que nunca cabe la creatividad divina, de ahí que la mejor manera de renovar nuestra vida y la historia es entrar en esta corriente de la Resurrección que arrasa y nos lleva siempre a volver a la fuente y a recuperar la frescura del Evangelio.

3. Mantener vivo y actual el anuncio de Cristo Resucitado, aquel que mandó hacer sus discípulos: «Id y anunciad el Evangelio a todos los hombres». La fuente de las mayores alegrías para todos los cristianos es el anuncio de Cristo Resucitado. Podemos tener metodologías distintas, espiritualidades diferentes, pero se nos pide que seamos coherentes con el mandato del Señor: salid, id, anunciad. Y para ello hay que ser atrevidos y osados. Atrevidos para no instalarnos en la comodidad de no querer complicarnos la vida y decir «así se hizo siempre»; y osados para llegar a todos los lugares donde viven los hombres, para llegar a todas las periferias geográficas o existenciales, como nos pide el Papa. De tal manera que no hay Pascua al margen de la misión. La alegría de la Resurrección o es misionera o no es alegría que viene del Resucitado, de Cristo. ¿Cómo hacer esto? Tomando iniciativas concretas para salir al encuentro de todos los hombres, de los más cercanos y de los más lejanos existencialmente, con obras y gestos que toquen la vida, las heridas, los proyectos, las ilusiones, los desafíos. Siempre con la conciencia de que los logros no son rápidos, son lentos o por lo menos tenemos que ir con el ritmo que tengan las personas.