La segunda llamada de Francisco - Alfa y Omega

Al cabo de 20 años de vivir la Semana Santa en Roma informando sobre tres Papas, me siguen impresionando sus reflexiones sobre la traición de Pedro. Tres gigantes como san Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco se examinan cada año sobre sus propios límites mirándose en el espejo de Pedro de Betsaida con el deseo de escarmentar en cabeza ajena.

Francisco, que habla con más libertad, suele compartir su examen, como Obispo de Roma, en los encuentros con sus sacerdotes. Sus comentarios son paternos y fraternos, íntimos y muy espirituales. A sus 81 años, contempla la negación de Pedro, su llanto y el momento de su segunda llamada, cuando responde junto al lago Tiberíades a la pregunta más importante de Jesús resucitado: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?». Y escucha, sorprendido, la confirmación de su mandato: «Apacienta mis ovejas».

Es, en palabras de Francisco, «el Pedro de la segunda llamada», menos confiado en sus fuerzas y más en las de su Maestro. El Papa lleva como cruz pectoral un Crucifijo en el que Jesús no aparece clavado sino como un pastor con una oveja sobre los hombros, pues «Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por sus ovejas».

El pasado 15 de febrero, en un encuentro con sus sacerdotes, Francisco les comentaba que «Dios nos llama todos los días, pero en un cierto momento de la vida, nos hace una segunda llamada fuerte. Es un momento de muchas tentaciones, en el que se hace necesaria una transformación».

Llega cuando el sacerdote es maduro o ya anciano, y todos los sentimientos de su juventud han desaparecido «como sucede en el matrimonio: ya no hay la emoción juvenil, pero permanece el gusto por la pertenencia», por pertenecer al otro.

Para el sacerdote, «es el momento del primer adiós, y de aprender a despedirse para el adiós definitivo», pero es también el momento de la segunda llamada, más espiritual que la primera.

Es «la edad de la sonrisa, de la mirada amable. ¡Qué hermoso cuando un confesor recibe al penitente con mirada amable! Es el momento del ministerio de escuchar, y de ofrecer un perdón sin condiciones. De dar testimonio de alegría». Es «el testimonio del vino bueno, generoso y alegre. Es regalar buen humor, pero con la sabiduría de Dios».