La búsqueda de Dios en la vida cotidiana - Alfa y Omega

La búsqueda de Dios en la vida cotidiana

La nueva exhortación del Papa es una invitación a la búsqueda de Dios en la vida cotidiana para dejarnos hacer por Él y así alcanzar la santidad a la que hemos sido llamados

Avelino Revilla
Estamos  llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio cristiano en la ocupaciones de cada día. Foto: CNS

En distintos momentos de su pontificado, el Papa Francisco nos ha ido hablando acerca de la santidad. A los pocos meses de iniciado su ministerio exponía en una audiencia general, dedicada a la santidad de la Iglesia, que la «santidad no consiste en hacer cosas extraordinarias, sino en dejar actuar a Dios» (2-10-2013). No se trata de presentar un modelo de santidad como un ideal inalcanzable, sino de mostrar una forma de vida que pueda ser asumida en la realidad cotidiana de los hombres y mujeres de hoy. En este sentido, afirmaba en otra ocasión: «Estamos llamados a ser santos precisamente viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio cristiano en las ocupaciones de cada día. Y cada uno en las condiciones y en el estado de vida en que se encuentra» (19-11-2014). En la última audiencia general del 4 de abril, concluyendo el ciclo de catequesis dedicado a la Misa, señalaba lo siguiente: «Esto es santidad, hacer como hizo Cristo es santidad cristiana».

Con estos elocuentes precedentes, no es de extrañar que el Papa haya querido obsequiarnos con su tercera exhortación apostólica Gaudete et exsultate. Sobre el llamado a la santidad en el mundo actual. Es una llamada a apuntar alto con nuestra vida, pues «el Señor nos quiere santos y no espera que nos conformemos con una existencia mediocre, aguada, licuada» (nº 1). Francisco no pretende hacer un tratado sobre la santidad, sino «hacer resonar una vez más el llamado a la santidad, procurando encarnarlo en el contexto actual. Con riesgos, desafíos y oportunidades» (nº 2).

Una lectio sencilla sobre las bienaventuranzas

A lo largo de cinco capítulos (la exhortación consta de 177 números) el Papa nos recuerda cómo el Señor nos ha elegido para ser santos (capítulo I) y su llamada a no tener miedo de la santidad. En este camino hay que evitar lo que él considera que son falsificaciones de la santidad, a las que pone nombre: gnosticismo y pelagianismo, pues ambas complican y detienen a la Iglesia en su camino hacia la santidad (nº 62). El capítulo II trata sobre ambas. El Papa retoma lo ya escrito en Evangelii gaudium (nn. 93-97) y hace referencia a la carta de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Placuit Deo, recientemente publicada.

Nada mejor que estar a la escucha del Maestro para que nos ilumine sobre la santidad por medio de sus palabras y su forma de transmitir la verdad. Esto lo hizo, señala el Papa, por medio de las bienaventuranzas. Con ellas, el Señor nos responde a la pregunta ¿cómo se hace para llegar a ser un buen cristiano?, pues en ellas «se dibuja el rostro del Maestro, que estamos llamados a transparentar en lo cotidiano de nuestras vidas» (nº 63). El Papa nos pide en este tercer capítulo volver a escuchar a Jesús de forma que sus palabras nos interpelen a un cambio real de vida, pues de lo contrario «la santidad será solo palabras» (nº 66). Tomando la versión de Mateo, el Papa va haciendo una lectio sencilla y breve de cada una de ellas.

Ser pobre en el corazón (nº 70); reaccionar con humilde mansedumbre (nº 74); saber llorar con los demás (nº 76); buscar la justicia con hambre y sed (nº 79); mirar y actuar con misericordia (nº 82); mantener el corazón limpio de todo lo que mancha el amor (nº 86); sembrar paz a nuestro alrededor (nº 89); aceptar cada día el camino del Evangelio, aunque nos traiga problemas (nº 94). Todo esto, escribe el Papa, es santidad. También Francisco señala que en la escena del juicio final (Mt 25, 31-46), Jesús se detiene en una de estas bienaventuranzas: la que declara felices a los misericordiosos. Estos versículos cobran una importancia singular para el Papa, pues como escribió san Juan Pablo II, «no son una simple invitación a la caridad, sino una página de cristología que ilumina el misterio de Cristo». Por eso, el Papa Francisco ruega a los cristianos «que los acepten y reciban con sincera apertura, sine glossa, es decir, sin comentario, sin elucubraciones y excusas que les quiten fuerza. El Señor nos dejó bien claro que la santidad no puede entenderse ni vivirse al margen de estas exigencias suyas, porque la misericordia es el corazón palpitantes del Evangelio» (nº 97).

La santificación es un camino comunitario, de dos en dos. Foto: EFE/Jesús Diges

Desde aquí pone en guardia frente a dos tentaciones: la de aquellos cristianos que separan las exigencias del Evangelio de su relación personal con el Señor, lo que convierte al cristianismo en una ONG, vaciándola de la mística luminosa; la otra tentación es la de aquellos cristianos que sospechan del compromiso social de los demás por considerarlo algo superficial, mundano y secularista. Termina este tercer capítulo animándonos a releer con frecuencia tanto las bienaventuranzas como el protocolo del juicio final, pues en ellas está «la fuerza del testimonio de los santos. Ellos nos harán bien, nos harán genuinamente felices» (nº 109).

Partiendo de la lectura de estos textos, el Papa presenta en el capítulo cuarto algunas notas espirituales que han de estar presentes en una vida santa. Son cinco grandes manifestaciones del amor a Dios y al prójimo que considera de particular importancia, debido a algunos riesgos y límites de la cultura de hoy:

  • Frente a la ansiedad nerviosa y violenta que nos dispersa y debilita propone el Papa estar centrado en Dios, pues solo así es posible «aguantar, soportar las contrariedades, los vaivenes de la vida y también las agresiones de los demás, sus infidelidades y defectos» (nº 112).
  • Frente a la negatividad y la tristeza, el santo ofrece en su vida alegría y sentido del humor. No la alegría consumista e individualista presente en algunas manifestaciones culturales actuales. Es la «alegría que se vive en comunión, que se comparte y reparte» (nº 128).
  • Frente a la acedia cómoda, consumista y egoísta, la santidad ofrece parresía: audacia, empuje evangelizador que deja una marca en este mundo. «La Iglesia no necesita tantos burócratas y funcionarios, sino misioneros apasionados, devorados por el entusiasmo de comunicar la verdadera vida. Los santos sorprenden, desinstalan, porque sus vidas nos invitan salir de la mediocridad tranquila y anestesiante» (nº 138),
  • Frente al individualismo, que nos hace perder el sentido de la realidad y la claridad interior, «la santificación es un camino comunitario, de dos en dos, pues vivir o trabajar con obras es, sin duda, un camino de desarrollo espiritual» (nº 141).
  • Por último, frente a tantas formas de falta de espiritualidad sin encuentro con Dios que llena el mercado religioso actual, «el santo es una persona con espíritu orante, que necesita comunicarse con Dios, sale de sí en la alabanza y amplía sus límites en la contemplación del Señor» (nº 147).
La oración como arma en el combate. Foto: Cathopic

El don del discernimiento

En el quinto capítulo de la exhortación, el Papa nos habla del combate y la vigilancia que ha de tener todo creyente para resistir a las tentaciones del diablo y así poder anunciar el Evangelio. Lucha no solo contra nuestras fragilidades e inclinaciones, sino también contra el diablo, el príncipe del mal, «que no es un mito, una representación, un símbolo, una figura o una idea, sino un ser personal que nos acosa» (nº 160). Para afrontar este combate, el Papa señala las armas poderosas que nos da el Señor: «la fe que se expresa en oración, la meditación de la Palabra de Dios, la celebración de la Misa, la adoración eucarística, la reconciliación sacramental, las obras de caridad, la vida comunitaria, el empeño misionero» (nº 162).

Ahora bien, para saber si algo viene del Espíritu Santo o si su origen está en el espíritu del mundo o en el espíritu del diablo, se necesita el discernimiento, que supone no solo razonar bien o tener sentido común, sino también pedirlo como don al Espíritu Santo» (nº 166), pues «sin la sabiduría del discernimiento podemos convertirnos fácilmente en marionetas a merced de las tentaciones del momento» (nº 167). El progreso en el discernimiento exige la educación en la paciencia de Dios y en sus tiempos, que nunca son los nuestros. «El discernimiento no es un autoanálisis ni una introspección egoísta, sino una verdadera salida de nosotros mismos hacia el misterio de Dios, que nos ayuda a vivir la misión a la cual nos ha llamado para el bien de los hermanos» (nº 175).

Este último capítulo concluye recordando a María, «porque ella vivió como nadie las bienaventuranzas de Jesús» y es «la santa entre los santos, la más bendita, la que nos enseña el camino de la santidad y nos acompaña» (nº 176), y pidiendo que el Espíritu Santo infunda en nosotros un anhelo de ser santos para gloria de Dios.

He disfrutado con la lectura de este texto papal por su claridad, sencillez y unción con la que están escritas sus páginas. Es una invitación a la búsqueda de Dios en la vida cotidiana para dejarnos hacer por Él y así alcanzar la santidad a la que hemos sido llamados. Entiendo, tras su lectura, que León Bloy, al que cita Francisco en su texto, dejase escrito que en la vida solo existe una tristeza: no ser santos.