El cine de los malditos - Alfa y Omega

Bajo el neón del cine comercial, el séptimo arte esconde regiones tenebrosas. Hay todo un campo habitado por directores, actores, e incluso productores, a los que el público normal y la crítica academicista han preferido relegar al olvido forzado, cuando no entregarlos al anatema en aras de lo políticamente correcto.

Las razones de esta condena son múltiples. Una de las más frecuentes es la filiación política de directores o actores –todavía muchos creen que el intelectual y el artista o está ideologizado o no es–. Otra, la temática: bastantes de esas películas relegadas abundan en historias extrañas, lindando con la irrealidad y lo onírico. También hay géneros que reciben el vituperio de críticos y cinéfilos. Por ejemplo, el denostado peplum –esas películas facilonas de romanos– o el cine de temática pseudohistórica, tachados de pueriles por los entendidos, que prefieren historias con más claroscuros morales.

Sin embargo, como nos recuerda Juan Manuel de Prada en el libro Los tesoros de la cripta (Renacimiento), no son desdeñables las aportaciones de algunas películas malditas, que han sido pioneras de nuevas corrientes de pensamiento y han contribuido al desarrollo de técnicas cinematográficas. La presencia en estas cintas del expresionismo alemán, el surrealismo y las vanguardias del siglo XX, las convierte en fieles testigos de la convulsión moral e ideológica de su tiempo.

Dentro del recinto del cine maldito resalta cierto gusto por la representación de lo extraño e, incluso, de lo monstruoso. Todavía hoy, a pesar de la evolución de los efectos especiales y de las artes digitales, resulta inquietante aproximarse a la artesanal y turbadora FreaksLa parada de los monstruos– de Tod Browning. Esta asociación de lo grotesco con el mal, que tuvo su correspondencia en el cómic con obras como Dick Tracy, de Chester Gould, puede resultarnos hoy día simplista e incluso ofensiva. Pero en su momento, estas películas marcaron una estética y podría aventurarse que una ética, pues en ellas el mal surgía con su verdadero rostro, malignamente sobrenatural, mientras que en las pantallas actuales se muestra a veces de manera ambigua e incluso se disfraza de bien. Si muchas de estas cintas adolecían de un fatalismo poco acorde con una visión cristiana, también es cierto que acertaban en señalar que la causa última –o primera– del mal es ajena al hombre, aunque el corazón humano pueda dejarse seducir y arrastrar por él.