Enfangarse en los lodazales del mundo - Alfa y Omega

Enfangarse en los lodazales del mundo

La Iglesia nada en la contradicción de saberse portadora de un mensaje universal que solo puede proponer como una voz más entre tantas

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Foto: AFP Photo/Daniel Mihailescu

Se cumplen 70 años la arrolladora victoria de la Democracia Cristiana en las primeras elecciones de la República Italiana, el 18 de abril de 1948. Fue el resultado de una movilización sin precedentes de los católicos orquestada por Pío XII ante la amenaza igualmente excepcional de que el país siguiera los pasos de Checoslovaquia, donde los comunistas acaban de conquistar el poder. Hoy una operación así resultaría impensable. El Papa Francisco ha dicho en varias ocasiones que no desea partidos católicos, sino la presencia de católicos en los partidos. Para no comprometer su libertad, la Iglesia necesita permanecer por encima de siglas partidistas que no solo no agotan la propuesta del Evangelio, sino que en mayor o menor medida presentan (cada vez con más frecuencia) serias objeciones para un católico que quiera ser coherente con su fe.

Y sin embargo esa fe tiene la vocación de «meter las manos en el barro de lo real, de confrontarse todos los días con lo temporal». La frase es del presidente Macron, que en un discurso de antología a los obispos franceses ha definido con perspicacia el paradigma conciliar de presencia pública para una Iglesia que nada en la contradicción de saberse portadora de un mensaje de salvación universal que, al mismo tiempo, solo puede proponer con humildad, como una voz más entre tantas en medio de una sociedad plural, y sin otra fuerza que la de sus argumentos razonados y la autenticidad de su testimonio de vida. Se trata de practicar el mandamiento del amor a Dios y al prójimo, cada uno en el ámbito que le corresponda, en lugar de soñar con restaurar «una edad de oro imaginaria», lo que –decía Macron citando a los obispos franceses– aboca al «peligro» de construir «una Iglesia de puros… que nos saca del mundo y nos coloca en posición superior o de jueces». Un peligro del que advierte muy seriamente la nueva exhortación del Papa, Gaudete et exsultate. Para Francisco, evitar enfangarse en los lodazales del mundo, esquivando los riesgos de una presencia comprometida –especialmente allí donde la dignidad humana está más amenazada–, no es un signo de pureza evangélica, sino más bien de la peor hipocresía farisaica.