Descubrir a Merton - Alfa y Omega

Descubrir a Merton

Ricardo Benjumea

Morir con Cristo para resucitar con Él; abrazar la cruz; vaciarnos de aquello que nos impide encontrarnos con el gran Amor por el que suspira el alma… Si el centenario de su nacimiento ofrece la oportunidad para descubrir –o volver– a Thomas Merton, la celebración de la Pasión, muerte y resurrección de Jesús proporciona el mejor contexto para zambullirse en las fuentes más frescas y originales de su pensamiento.

Merton (1915-1968) suele ser recordado como el prolífico trapense (más de 50 libros en prosa y en verso; incontables artículos) que clamaba contra la Guerra de Vietnam, defendía la ecología o impulsaba el diálogo del catolicismo con la ciencia y la filosofía. Todo eso también es Merton, un místico con los pies en la tierra que no busca a Dios en elucubraciones teóricas ni en impostados misticismos, sino en la vida cotidiana, también allí donde los hombres luchan por la justicia y anhelan (de forma más o menos consciente) el Reino. «Cuando desayunas, Cristo desayuna. Cuando vas a trabajar, Cristo va a trabajar. Cuando te encuentras con tu hermano (…), Cristo se encuentra con Cristo».

Ése es el Merton que presenta su discípulo James Finley en el ya clásico El palacio del vacío de Thomas Merton, publicado en 1978 en EE. UU., y traducido al español en 2014 por Sal Terrae. En síntesis, encontrar a Dios y encontrarse a uno mismo es lo mismo. Al crearnos, Dios tenía muy claro la persona que quería que llegáramos a ser, pero el pecado ha generado en nosotros una suerte de identidad ficticia (el falso yo), un farsante del que es preciso desprendernos.

La caída de Adán se actualiza en cada pecado, consecuencia y reflejo del desorden introducido en el orden de la creación y en el corazón de cada persona. Aceptar la oferta de la serpiente fue un acto suicida, además de estúpido. Porque Adán era ya similar a Dios. La mentira de la serpiente reside en que el ser humano no puede ser dios sin Dios, usurpándole Su soberanía.

Sólo en presencia de Cristo despierta el hombre a su verdadero yo. Empieza la vuelta a casa. Cuando descubrimos nuestra radical indigencia, estamos en disposición de dejarnos llenar por Dios, que sale a nuestro encuentro como el padre del Hijo Pródigo. «Incluso en nuestros pecados, a los ojos de Dios –comenta Finley–, seguimos siendo la gran perla por la que ha perdido todo en la cruz a fin de hacernos Suyos. Aun en medio de nuestra rebeldía, seguimos siendo la oveja perdida por la que ha estado dispuesto a adentrarse en la ciénaga de la muerte para devolvernos a su rebaño».

Experimentar la misericordia divina me hace recuperar el sentido de mi vida, nuestra vida, del mundo. Nada más alejado de la mística cristiana que un ejercicio de autogratificación solitaria. «Decir que he sido creado a imagen de Dios –escribe Merton– es decir que el amor es la razón de mi existencia, ya que Dios es amor. El amor es mi verdadera identidad». Y significa despojarse de todo para darse a los demás. Vaciamiento es ahora plenitud… Paradójica identidad la nuestra. «El que quiera salvar su vida, la perderá…».