Hacer comunidad - Alfa y Omega

Hacer comunidad

El proyecto La Escalera ha demostrado que existe un clamoroso vacío en nuestras ciudades, para el cual, sin embargo, hay soluciones que sorprenden por su simplicidad

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Foto: Proyecto Escalera

Entre la vorágine de la vida en las grandes ciudades no dejan de surgir iniciativas que buscan generar entornos más amables y humanos. Uno buen ejemplo es el proyecto La Escalera, que puso en marcha la sevillana Rosa Jiménez tras mudarse a Madrid. Más que la brecha campo-ciudad, en su caso el choque fue producto del salto generacional. Acostumbrada a tener como vecinas a dos hermanas mayores con las que mantenía un trato cercano, se encontró en la capital con relaciones mucho más frías, motivadas por los estilos de vida. Su idea de facilitar el intercambio de pequeños favores se expandió rápidamente y ha servido para tejer lazos comunitarios en cientos de portales donde antes vivían puerta con puerta completos desconocidos. La iniciativa ha despertado interés en países tan diversos como Argentina y Australia, demostrando que existe un clamoroso vacío, para el cual, sin embargo, hay soluciones que sorprenden por su apabullante simplicidad.

La realidad de personas vulnerables solas en sus domicilios genera periódicamente escándalos cuando a alguna de ellas se la descubre muerta al cabo de un tiempo. Es un dramático recordatorio de que los Servicios Sociales no pueden abarcar todas las situaciones. La colaboración con este tipo de iniciativas vecinales ofrece interesantes posibilidades que ciudades como Madrid o Barcelona llevan ya un tiempo explorando. La Administración puede hacer mucho para promover a estas nuevas entidades, no tanto con subvenciones, sino ejerciendo de puente entre unas y otras, o facilitando recursos y locales para actividades y reuniones. A un coste muy bajo, se consigue un importante aumento de la eficacia y, sobre todo, un modelo de intervención social mucho más amable y cercano a las personas.

En la cocina de este tipo de proyectos raro es no encontrar alguna parroquia. Ese calor humano que las iglesias de barrio han aportado siempre a la ciudad emerge ahora como gran valor. Por un lado, porque para la sociedad esa presencia es más necesario que nunca. Por otro, porque encaja a la perfección con ese modelo de Iglesia en salida en el que continuamente insiste el Papa.