Insultantemente joven - Alfa y Omega

Allí seguía, tumbada en la cama del hospital, que se convertiría en pocos días en su lecho de muerte. No la había reconocido, pues al pasar estaba adormilada y no quise molestarla. Habían pasado 23 años desde que recibió de mis manos su Primera Comunión.

Ahora sí se había dado la vuelta y rápidamente al verme soltó el «don Manuel», que es como únicamente me llama la gente de Mirandilla. Serenamente me habló de que se había casado, de que tenía dos hijos, de que estaba contenta aunque muy preocupada por su débil salud. Recordamos un poco su infancia, a sus padres y hermanos. Hacía poco que le habían quitado un tumor de varios kilos, pero le había vuelto a salir otro. Ni una queja, ni una lágrima. Cuando uno es tan insultantemente joven, siempre cree que eso no podrá con él.

Pasaron unas semanas y estaba peor pero contenta, porque se iba el fin de semana a casa y podría estar con su familia. Era el pacto que, sin ella saberlo, habían conseguido para que se despidiera de sus hijos. Al miércoles siguiente, mi niña ya estaba sedada y su padre al lado, con los ojos rojos de llorar toda la noche. Salimos a la puerta de la habitación y allí se desmoronó y compartió su vivencia del duelo que su corazón ya llevaba tiempo albergando.

Fui varias veces por la habitación; había empeorado y no le bajaba la fiebre. La madre, obediente a la enfermera, le aplicaba en la frente compresas de agua fría. Así se pasó toda la noche, sin dormir, sabiendo que solo podía aliviar los síntomas. Miraba el rostro de su hija con la misma ternura con la que la Magdalena bendita lavó con sus lágrimas los pies a Jesús. Seguro que en más de una compresa pidió a la primera apóstol de la Resurrección que su hija pudiera salir de aquello. Su padre lloraba en el sillón, aunque para que su hija no le oyera, le mandaron que saliera de la habitación. No sé por qué, pero el dolor y la pena siguen siendo algo que hay que disimular y no exteriorizar ante los que se van. Qué rara es nuestra sociedad, cuando lo único que él quería era sustituir el agua fría de las compresas por sus lagrimas, para que su hija se fuera con toda la fuerza de su amor.