San Isidro Labrador, la agricultura y nosotros - Alfa y Omega

San Isidro Labrador, la agricultura y nosotros

La evocación de este santo afianza en nosotros el deseo de custodiar la tierra y de estar cerca de los campesinos y sus problemáticas

Fernando Chica Arellano
Procesión de San Isidro en Villa del Prado, Madrid. Foto: Alfa y Omega

En su reciente exhortación apostólica, el Papa Francisco nos invita a descubrir a los santos «de la puerta de al lado». Uno de ellos es san Isidro Labrador, patrón de los agricultores, muy popular en diversas partes del mundo. La santidad no es individualista y, como nos recuerda el Santo Padre en Gaudete et exsultate, «la vida comunitaria, sea en la familia, en la parroquia, en la comunidad religiosa o en cualquier otra, está hecha de muchos pequeños detalles cotidianos». Por eso miramos a san Isidro en sus relaciones comunitarias y en sus ilustrativos detalles.

En primer lugar, no podemos pensar en este santo sin acordarnos de su esposa, santa María de la Cabeza. Tenemos aquí una muestra luminosa de que, como escribe el Papa, «hay muchos matrimonios santos, donde cada uno fue un instrumento de Cristo para la santificación del cónyuge». Además, esta figura femenina nos hace recordar y valorar a las mujeres campesinas, que en no pocas zonas de la tierra son víctimas de diversas discriminaciones y situaciones que las humillan. Al mismo tiempo, numerosos ejemplos muestran que las mujeres rurales son las verdaderas artífices del desarrollo de sus hogares y del progreso de sus comunidades.

Evitar el éxodo rural

Uno de los episodios más conocidos de la vida de san Isidro se refiere a cómo los ángeles acudían a ayudarle en su trabajo. Los ángeles son mediadores de Dios y su figura nos hace valorar la importancia de las mediaciones. Tanto la ayuda mutua como los avances técnicos son importantes en el mundo rural. Desde el arado romano al tractor moderno, pasando por los fertilizantes, los sistemas de riego y otras innovaciones, debemos reconocer en estas ayudas otras tantas mediaciones para acercarnos al plan de Dios sobre la humanidad. Por eso mismo hemos de cuidar que esos medios no se conviertan en malos ángeles que atrapen la libertad, provoquen contaminación, generen dependencias, lleven a deudas desmesuradas y, en definitiva, lastren el desarrollo sostenible y la vida buena.

Un tercer ejemplo nos lleva a la escena de san Isidro con los bueyes que araban su campo. Esta imagen permite vincular agricultura y ganadería en una visión armónica. Desde los tiempos de Caín y Abel hasta nuestros días, las relaciones entre campesinos sedentarios y pastores nómadas no han estado exentas de conflictos, muchas veces de carácter étnico y motivadas por el control de los recursos naturales. También en este punto, el ejemplo y la intercesión de san Isidro pueden ayudarnos a cuidar la casa común, ya que «la interdependencia nos obliga a pensar en un solo mundo, en un proyecto común», lo cual incluye «programar una agricultura sostenible y diversificada», dice el Papa en la encíclica Laudato si‘.

La figura de san Isidro, por otra parte, nos trae a la mente la importancia del relevo generacional en el mundo de la agricultura. La especulación en los mercados agrarios, la globalización, el desigual reparto de los beneficios a lo largo de la cadena, la liberalización de las fronteras comerciales, así como los altos costes de producción y de las materias primas, han cooperado a que se produzca una falta de rentabilidad en el sector agrícola, impulsando a muchos jóvenes al abandono de sus tierras. Para invertir esta tendencia es fundamental incentivar en las nuevas generaciones el amor al campo y al cultivo de la tierra. Y ofrecerles una adecuada formación, así como acceso a la tierra y al crédito.

Intercesor del pueblo sencillo

En quinto lugar, digamos una palabra sobre san Isidro Labrador y Dios. Hombre de piedad sincera y espiritualidad recia, su vida es un ejemplo contra «la tentación de pensar que la santidad está reservada solo a quienes tienen la posibilidad de tomar distancia de las ocupaciones ordinarias, para dedicar mucho tiempo a la oración» (Gaudete et exsultate). La espiritualidad del trabajo campesino muestra que el ora et labora no es exclusivo de los monjes ni de las personas cultivadas; es también propia de los laicos, incluyendo los labradores como san Isidro y santa María de la Cabeza.

Finalmente, recordemos la cantidad de personas que, a lo largo de la historia y aún hoy, se han encomendado a la intercesión de san Isidro ante dificultades como el hambre o la sequía. «No quitemos valor a la oración de petición, que tantas veces nos serena el corazón y nos ayuda a seguir luchando con esperanza. La súplica de intercesión tiene un valor particular, porque es un acto de confianza en Dios y al mismo tiempo una expresión de amor al prójimo», dice el obispo de Roma en Gaudete et exsultate. Porque la vida de san Isidro muestra que «la oración es preciosa si alimenta una entrega cotidiana de amor». Esto es algo que el pueblo sencillo ha sabido captar con nitidez. Por eso acude confiado a la oración, en medio de sus luchas, anhelos y adversidades.

Que la evocación de este santo afiance en nosotros el deseo de custodiar la tierra, nuestra vocación de ser solidarios y compartir los recursos que hallamos en la casa común que a todos nos acoge. Que su figura nos estimule a estar cerca de los campesinos y sus problemáticas. Que su intercesión, en palabras de san Juan XXIII en la Mater et magistra, nos mueva a realizar «esfuerzos indispensables para que los agricultores no padezcan un complejo de inferioridad frente a los demás grupos sociales; antes, por el contrario, vivan persuadidos de que también dentro del ambiente rural pueden no solamente consolidar y perfeccionar su propia personalidad mediante el trabajo del campo, sino además mirar tranquilamente el porvenir».